Después de una fuerte discusión (cara a cara y a viva voz) alguien me acaba de pedir perdón por What's App. ¿Debo dar el asunto por cerrado o ponerme digna, enfadarme aún más y exigir una muestra sólida de arrepentimiento, por ejemplo, coger el teléfono y llamar?
Me dicen que hablar es una práctica demodé. Y es posible, hay que mirar de frente al teléfono y reconocer que sólo suena cuando llaman los padres, los jefes o sus secretarias y los operadores de telemarketing. Punto. Desde 2009 las operadoras telefónicas comenzaron a reportar el crecimiento del tráfico de cualquier tipo de datos, excepto los de voz. En concreto, Yoigo, la cuarta de España, señala que la mitad de sus clientes usa más el teléfono para navegar que para hablar. Y los resultados de un informe de la consultora JD Powers & Associates, cuyos autores observaron la actividad de cientos de teléfonos móviles durante 48 horas comprobaron que, efectivamente, hablar era lo de menos. El resto de las prestaciones del teléfono se usaban cuatro veces más.
¿Quién llama y quién osa devolver las llamadas? ¿Para qué? Todos son riesgos. En ocasiones, la voz tiembla; las palabras se atragantan; la respiración traiciona; los silencios son demasiado elocuentes. Se consume tiempo. Y lo peor, del otro lado alguien puede pretender que se tenga una respuesta coherente, lista para ser comunicada verbalmente. En fin, que acepto las disculpas por What's App. Respondo "OK" y caso cerrado.
En teoría, los hipocondríacos no llaman para mantener el teléfono alejado del cuerpo los centímetros que manda la OMS, y los sensatos, para ahorrar. Pero lo que realmente importa es que hablar ha adquirido connotaciones insospechadas. Se considera invasivo, inoportuno o mucho peor, demasiado comprometido. La gente hace cualquier cosa por sacarse una llamada de encima. Incluso calcula hábilmente llamar cuando del otro lado hay garantías de no respuesta al tiempo que se deja el rastro elegante de una llamada perdida.
El asunto ha dado para un hashtag #WaystogetOffthePhone (maneras de librarse del teléfono) que lleva varias semanas entre los Trending Topics de Twitter en San Francisco donde pululan, como en ningún otro sitio, sujetos techies y agotados tecnosocialmente .
Desconexión indolora
Hay razones para estar harto. Como media todos, ellos y nosotros, disponemos de cinco maneras de ser encontrados inmediatamente en teléfonos, chats varios, redes sociales o correos electrónicos. Ante tanta disponibilidad, la ambigüedad es el nuevo arte a cultivar. Emplee todos esos recursos para decir lo menos posible. Manténgase en tierra firme. Haga bromas sistemáticamente. Parapétese tras los emoticones. Tantee el terreno con mensajes. Si no hay respuesta no tendrá ni que despedirse. Nunca podrá conseguir tantas prestaciones con una llamada.
Al parecer, somos sujetos obsesionados por las conexiones y temerosos de las ataduras. Y, según observó el sociólogo Zygmun Bauman en su libro Vida de Consumo (Fondo de Cultura Económica, 2007), amamos las redes electrónicas porque llegan con "un dispositivo de seguridad" incluido: "la posibilidad de desconexión instantánea, inocua y (eso se espera) indolora".
Pregunto a Isabel Larraburu, una psicóloga que se mueve en el novísimo mundo de las manías que vamos adquiriendo los sujetos expuestos a la vida digital, ¿Es que ahora somos de no hablar por teléfono? Isabel cree que, por un lado, prima la economía del tiempo. "Un SMS o un what's App ahorran el saludo, la introducción del tema, y la intromisión en la vida del otro. Un mensaje es una comunicación diferida, breve y telegráfica, permite ir al grano sin sentirse maleducado". Detengámonos un minuto en la palabra "diferida" porque añade la enorme ventaja de disponer de un margen de maniobra del que carecemos en una conversación en la que los minutos de reflexión se convierten en silencios incómodos que revelan mucha información sobre nuestra postura.
Y sí, esta psicóloga acepta que hablar es peligroso. "Una llamada puede delatar si te acabas de despertar, si estás en casa con amigos y te has bebido una copa, si has llorado o si estás impaciente por terminar la conversación. Muestra mucho más de uno mismo".
Rebotados digitales
Mis amigos reconocen que ahora más que nunca se dan el lujo de no contestar en esos raros días en que el teléfono suele manifestarse. Estas son sus razones: "Sabes que quién llama quiere hablar y tienes que disponer de al menos media hora". "Las posibilidades de discutir se disparan". "Esperan que tenga una respuesta concreta, si no estoy en condiciones, no contesto". "Prefiero el chat. Mientras hablo puedo seguir con mis cosas, una llamada exige dedicación exclusiva". Y no digo sus nombres porque ellos no quieren y por mantenerlos en territorio seguro, posmoderno y cool. Este último término fascina a Bauman: "Es curioso que hayamos elegido esta palabra cuyos significados son también "frío" e "indiferente" para definir lo modernamente aceptado".
Para este sociólogo la diferencia entre llamar por teléfono y enviar un mensaje de texto o chatear es la misma que existe entre "estar conectado" y "estar relacionado". "Las conexiones se ocupan sólo del asunto que las genera y dejan a los involucrados a salvo de desbordes, protegiéndolos de todo compromiso más allá del mensaje enviado o leído. Las conexiones demandan menos tiempo y esfuerzo para ser realizadas y menos tiempo y esfuerzo para ser cortadas. La distancia no es obstáculo para conectarse, pero conectarse no es obstáculo para mantener la distancia", explica en su libro Amor líquido (Fondo de Cultura 2005).
Y como estamos condenados a volver a los clásicos comienzan a aparecer los rebotados digitales. Lissette Gómez, profesora de una escuela primaria en New Jersey pidió hace varios meses a su compañía que bloqueara la opción de recibir mensajes de texto. Todo empezó después de su experimento en Match.com. "Conocía a alguien, y antes de salir llamaba frecuentemente, después de la cita la comunicación se quedaba en mensajes de textos, una zona peligrosa que permite dejarlo todo en la nebulosa y en el juego". Ahora una voz neutra, de teleoperadora advierte a los que intentan enviarle un SMS. "Si quiere contactar con el cliente debe llamar. Esta persona sólo acepta llamadas". Cuando le cuento de conflictos cuyo nacimiento, muerte y resurrección han tenido lugar en el universo de los mensajes de texto, se reafirma. "Por eso los he eliminado, el que quiera algo que hable". No sé ustedes, pero yo es la primera persona que conozco que hace tal petición a su operadora de telefonía. A ella le ha funcionado. Pero si es de los que se mueve a gusto en el modo "sólo llamadas de emergencia" considérese parte de la tribu.
Sólo encuentro una contradicción en esta teoría, los SMS, What's App, chats varios, correos, etc. dejan huellas más duraderas que una conversación. Mis cuentas de Gmail y Facebook, por ejemplo, estaban configuradas por defecto para guardar todos los chats. Podría haberlo cambiado, pero como lo ignoraba he acabado acumulando un registro enorme de conversaciones triviales, densas, simpáticas, irritantes, tramposas. Podría sacarle los colores a dos o tres. Y no diría que alguien no pudiera hacer lo mismo conmigo. Si estas conversaciones hubieran transcurrido durante una llamada, ni yo ni ellos tendríamos ahora ese poder. No soy la única, me consta que muchos conservamos grandes chats en nuestros portátiles ¿Nos dará algún día por desclasificar estos archivos?
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