No tenía pensado escribir sobre el estudio de Morse que afirma que Twitter y las redes sociales cuestan a las empresas británicas un total de 1.380 millones de libras en productividad perdida. Me parecía una estupidez tan soberana y un análisis tan profundamente simplista, una falacia tan repetida a lo largo del tiempo, que lo consideraba completamente innecesario. Pero el hecho de que el “estudio” (si podemos llamar “estudio” a hacer cuatro multiplicaciones mal contadas) aparezca profusamente comentado en algunos sitios y haya salido en algunas preguntas en conferencias, me lleva a dedicarle una entrada.
El estudio, en realidad, es una encuesta de TNS a 1460 trabajadores en oficinas de la que se desprende que un 57% de ellos utilizan redes sociales durante su jornada laboral para temas personales, con una media de uso de cuarenta minutos a la semana. Con esos números, lo único que hace Morse es multiplicar la extrapolación del número total de trabajadores por su sueldo medio, y se descuelga con esos 1.380 millones de libras. Que no son más que una soberana estupidez. A ver, pensemos: ¿con qué comparamos esos cuarenta minutos de uso de redes sociales? ¿Con el café? ¿Veríamos razonable un titular que afirmase que el café cuesta a las empresas nosecuantos millones de libras?
La clave es cambiar los términos de las métricas utilizadas. En pleno siglo XXI, utilizar métricas de tiempo en una oficina como quien habla de un trabajador de una cadena de montaje es algo que, simplemente, no se sostiene. La productividad en una oficina no se mide en hojas escritas o formularios rellenados por minuto. El trabajador medio en una oficina recibe su sueldo por llevar a cabo una serie de tareas en las que emplea su intelecto, su cerebro, un cerebro que, cada día más, puede emplear como le venga en gana siempre que su rendimiento en el trabajo sea adecuado. Hay personas cuyo rendimiento se incrementa por el hecho de realizar pequeñas pausas, otras que prefieren períodos largos de concentración, y otras, cada día más, que prefieren desarrollar parte del trabajo en otro sitio, como por ejemplo en su casa. Que prefieren una mayor flexibilidad de horario a cambio de un nivel de productividad mayor. Por supuesto, para la empresa que piensa en términos de “cadena de montaje”, ese tipo de razonamientos suenan a “extravagancia”: son empresas que pagan por tener el culo de un empleado sentado en una silla durante un número determinado de horas al día: solo les falta ponerle un sensor en la silla para así medir el tiempo que utilizan en ir al baño, en fumar un cigarrillo o en tomar café. Ese tipo de actitudes, en los tiempos que vivimos, son simplemente arcaicas, absurdas e impresentables. Cada día más, las empresas optan por la única métrica razonable: comprobar la productividad de un trabajador, no el tiempo que pasa sentado en su silla. Si quiere leer el periódico, que lo lea. Si quiere actualizar su Facebook y su Twitter, también. Todo vale siempre que su trabajo esté bien hecho en un tiempo razonable. Comprar cabeza, uso de cerebro, en lugar de medir el tiempo que su culo se pasa sentado sobre una silla.
Por supuesto, y lo hemos comentado en infinidad de ocasiones, esto no quita que las empresas no confundan permitir el uso con tolerar el abuso. Como pasó con muchas otras tecnologías, como el teléfono: cuando el teléfono era un recurso caro, las empresas controlaban las llamadas para usos personales. Hoy, a nadie se le ocurriría afearle a un empleado que use el teléfono de la oficina para llamar a su familia, pero sí se le llamaría la atención si apareciesen conferencias con el extranjero de una hora de duración. Una cosa es el uso, y otra el abuso. La lógica es la lógica. En el caso de las redes sociales, el problema de controlar el tiempo de uso es que, en general, hablamos de un uso no exclusivo: en muchos casos, el trabajador mantiene abierta una pestaña con Twitter o Facebook, y simplemente se pasa por ella cada cierto tiempo, una forma de mantenerse en contacto con su realidad social que resulta perfectamente compatible con un trabajo productivo y bien realizado.
Si en tu empresa han hecho la tontería de bloquearte las redes sociales, ya sabes: úsalas desde tu móvil, o aprende a saltarte los bloqueos. Si tu empresa no confía en el uso que haces de tu tiempo, plantéate si estás trabajando en la empresa adecuada. Cada día más, los trabajadores cualificados tomarán a las empresas que pretenden controlar el tiempo que tienen su culo sentado en la silla, y las mandarán a tomar por el ídem. La métrica de “tiempo de culo” en lugar de “tiempo de cabeza” genera empleados mediocres, carentes de compromiso, mientras impulsa a los más brillantes a salir lo antes posible de ahí. Exactamente como en el ya conocido efecto Mar Muerto. Si quieres que tu empresa se convierta en un Mar Muerto, lo tienes fácil: dedícate a pasear por ella con el cronómetro en la mano, y esgrime ante tus empleados estudios estúpidos como el de Morse. La empresa del futuro es humanista, no taylorista.
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