La ingeniería social se complica. Si ya era difícil quedar bien con todo el mundo en la vida analógica, el protocolo digital multiplica las reglas de una cortesía desbordada que, al menos, yo no había sentido la necesidad de poner en práctica hasta ahora.
Antes controlaba. Sabía perfectamente cuándo había sido borde, a quién había puesto mala cara o con quién no me había portado del todo bien. Unas veces estaba dispuesta a corregirme y otras no. Pero controlaba. Ahora cada día me entero de que he metido la pata involuntariamente con quien no lo merecía o he sido escandalosa y digitalmente descortés con gente que me aprecia, virtualmente hablando. Léase, no he puesto un like cuando debía, no he dado las gracias por un retuit, tampoco por un #FF o no he devuelto a tiempo el follow a alguno de mis seguidores en Twitter, que tampoco son demasiados, probablemente por mi comportamiento asilvestrado.
Invadida por la culpa me voy a consultar, en caso de que exista, algún manual de urbanidad sobre el asunto. Y encuentro verdaderos tratados de protocolo en varios idiomas, Cinco maneras de decir gracias en Twitter (en inglés), Siete maneras de agradecer a alguien por un retweet (en inglés), 30 modos de decir gracias por un retweet (en inglés), Protocolo en redes sociales: Facebook, Twitter, Linkedin (en español). Evidentemente, el asunto ya está bastante regulado, aunque algunas de estas redes sociales, como Twitter y Facebook, no cuentan 10 años de vida y aún tendríamos que estar todos aprendiendo en ellas en vez de dictar normas de comportamiento como si fuéramos expertos.
Algunos post dedicados a la cortesía digital son muy honestos, siguen recomendando agradecer a diestra y siniestra a los seguidores, pero al menos explican claramente por qué. Por ejemplo, Cómo conseguir más retweets en Twitter (en inglés), un propósito que, en mi humilde opinión, se esconde detrás de tanto derroche de agradecimientos, y no tanto la buena educación o el conocido refrán de "Es de bien nacido ser agradecido". En este post se explica que la ley de la reciprocidad funciona en Twitter como en la vida misma: dar para recibir. Si te siguen, sigue; si te retuitean haz lo propio; si te mencionan, agradece y menciona; si te hacen un #FF deshazte en elogios y apúntate lo que tendrás que hacer el próximo viernes. Y, encima, hazlo con gracia para que tu timeline no se convierta en un encadenamiento aburrido de gratitudes que no aportan valor ni interesan a nadie, y solo sirven para crear más ruido en el sistema. Pienso en la decepción de los expertos de Big Data cuando desentrañen la maraña de nuestro tráfico digital y vean que buena parte de la conversación consiste en dar y devolver las gracias.
Sin embargo, lo de los agradecimientos ha dejado de ser un asunto pueril cuando hasta emprendedores como Gary Vaynerchuck -un empresario del mundo del vino y metido hasta las cejas en los New Medias- le dedica un libro, The Thank you Economy. Su argumento es que la nueva economía descansará sobre todo "en el contexto". Entendiéndose por contexto las relaciones personales que has ido tejiendo con tus potenciales clientes o seguidores. Ergo, hay que portarse bien en Internet si quieres tener futuro. Y tener paciencia y cintura y mano izquierda.
Una amiga me cuenta lo incómoda que se sintió cuando apareció en su timeline este reclamo: "Algo malo habré hecho para que @llamésmoleX (mi amiga) me haya dejado de seguir". Después de pensar un par de días qué hacer, decidió dar la callada por respuesta y volver a agregar al reclamante. En el mío alguien publicó: "A ver cuándo me devuelves el follow", y todavía no sé cómo arreglarlo. Afortunadamente también encuentro el irreverente blog de Jay Dolan The Antisocial Media que me ilustra sobre el asunto. "La dicha de la vida moderna es que, incluso cuando estamos solos, seguimos acompañados, siempre construyendo lazos endebles. Pero si estas relaciones no te aportan nada, déjalas. No es agradable, pero es lo que hay que hacer (...) Algunas relaciones terminan con un estrépito, otras con un quejido y en nuestra época terminan con la tecla delete".
Me pregunto si entre tanto comportamiento al que añadir ahora el adjetivo digita, también deberíamos considerar la cordialidad útil y la hipocresía. Creo que en la vida real no somos tan extremadamente agradecidos, ni pedimos tantas explicaciones. ¿Internet está cambiando nuestra manera de hacer amigos y enemigos?
Elias Aboujaoude, un psiquiatra de la Escuela de Medicina de la Universidad de Stanford, autor del libro Virtually you (Norton, 2011), defiende la existencia de la e-personality, ese sujeto casi siempre mejor que nosotros mismos que nos creamos "involuntariamente" para nuestras interacciones on line y que está obsesionado con la gratificación (71% de los usuarios de Internet en Estados Unidos pertenecen a una comunidad on line y la consideran "muy importante o extremadamente importante" en sus vidas; la mitad de ellos afirma que sus lazos en estas comunidades son tan fuertes como el que tienen con sus grupos en la vida real. En España, el estudio Mc Kinsey asegura que pasamos 68 minutos diarios en las redes sociales y, según sus cálculos, somos los que más tiempo dedicamos a hacer vida social on line).
Quizás estemos desarrollando una e-personality exquisitamente educada y agradecida para seducir en la red, que también se muestra ególatra, exhibicionista y respondona. Según el Dr. Aboujaoude, "la e-identity, a pesar de no ser real, está llena de vitalidad. Liberada de viejas reglas de comportamiento y etiqueta (...) esta personalidad es más asertiva, menos comedida, se sitúa un poco más en el lado oscuro y es, decididamente, más sexy. Sus ventajas no deben ser subestimadas. Puede actuar como una fuerza liberadora de la personalidad real permitiendo al sujeto superar la timidez, la inhibición y forjar amigos y conexiones que de otro modo nunca tendrían lugar. En muchos casos, la versión virtual de nosotros mismos complementa nuestra personalidad y puede actuar como una extensión de esta. (...) La e-personality es más audaz, fuerte y eficiente que la personalidad original". Los estudios de este psiquiatra se concentran en demostrar cómo nuestro yo digital influye en los actos cotidianos fuera de la red. "Los rasgos que integramos en nuestra vida on line suelen ser incorporados a nuestra personalidad off line. De este modo, podríamos acabar siendo más atrevidos y menos diplomáticos en nuestras relaciones, aunque no tuviéramos delante una pantalla o un iPhone", explica el psiquiatra.
A veces te cruzas con una e-identity en tu camino. Sucede cuando un amigo común te presenta a @llamésmoleX, que te ha seguido durante dos años y que te llama por tu nombre de usuario ante el flipe del resto del personal. Y le pones cara y atas cabos e intentas recordar si has sido un ingrato o le has tratado de maravilla. "Acabamos de desvirtualizarnos", te dice el otro encantado y sí, es cierto, nos estamos viendo las caras en la cruel y dura realidad. En España casi siempre sucede en un bar; en Estados Unidos en un cóctel diseñado para hacer networking. Es entonces cuando hacemos un enorme despliegue de medios para no defraudar a quien ha decidido seguirnos, retuitearnos y favoritearnos (gran palabra traducida literalmente del inglés favorited), y recordamos que tal vez tenga algún sentido la compulsiva actividad de dar las gracias como si no hubiera un mañana.
Gestionar las vanidades digitales
Todo sería más fácil si no se hubieran inventado las máquinas de engordar egos digitales. Y si no hubiera quien revisara a diario su lista de simpatizantes y disidentes y llevara un registro de agravios para luego pedir cuentas y actuar en consecuencia. Por ejemplo, Favstart.fm es un servicio útil para medir el impacto de la actividad en Twitter, pero es también una fábrica de neuróticos. Su misión consiste en informarte de tus listas de tuits de éxito, de cuántas veces te han mencionado, cuántas te han retuiteado, quién te menciona, etcétera. Luego saca un ránking de celebridades y de tuits más populares. Pues hay quien vive por y para Favstart.com y controla perfectamente quién lo ha retuiteado y quién no. Recomiendo especialmente esta definición que alguien ha registrado en el Urban Dictionary y que empieza: "Gente en Twitter que existe con el único propósito de dar y recibir estrellas de favoritos y ser alguien importante en FavStart (...)".
Klout es otra herramienta para medir la reputación digital en Twitter, Facebook y LinkedIn que clasifica a los usuarios según su nivel de influencia y notoriedad. Puedes ser desde un experto hasta un socializador. Te informa en qué temas puedes considerarte un líder de opinión y a qué usuarios influyes. Además, Klout marca estatus, poniendo un número a las cotas de influencia de cada quien. Del 1 al 100. Estas herramientas usadas con una estrategia empresarial y sentido común otorgan utilidad y significado al cúmulo de información caótica que generamos cada día. Pero puestas a engordar egos ya desorbitados generan verdaderos dictadores de las redes sociales y de sí mismos. Al menos un problema debe tener alguien que dice (y muy en serio): "Me he ido de vacaciones dos semanas y no sabéis cómo me ha bajado el klout". Y esto es una cita auténtica. Por último, la peor de todas, generadora de paranoias en serie, la aplicación who.unfollowed.me, que cada 15 minutos te informa de quién ha osado dejar de seguirte en Twitter y elabora un historial de unfollowers cada 45 días para los interesados. Las reacciones son muy variadas, desde el resignado silencio hasta el desvergonzado reclamo, pasando por el ojo por ojo, un rencoroso y vengativo unfollow. Dicho esto, termino y me voy a comprobar cuántos followers he dejado en el camino después de escribir este post.
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