En tiempos en que casi todos los actores de la sociedad argentina percibimos con cierta claridad un lamentable proceso de degradación institucional, es bueno que nos detengamos a pensar cómo muchas veces el discurso se divorcia de los hechos.
A veces da la impresión que no hay caminos de solución y uno empieza a cuestionarse si lo que hace contribuye o no a la solución de los problemas generales. Los cuales, de acuerdo al discurso oficial, siempre parecieran ser más importantes que los propios o los individuales.
Quien desarrolla tecnología, ¿está del lado de los buenos o no? Actualmente, muchos, como ha ocurrido en el pasado, son pesimistas respecto de la humanidad y su incesante afán de incorporar tecnología, no solamente por razones religiosas o de fe, sino porque viven a la defensiva, protegiéndose de los efectos potencialmente nocivos de la tecnología para la humanidad.
Dentro de este grupo no faltan quienes temen que, en un mundo con computadoras, haciendo el trabajo que hoy hacen seres humanos, se incrementen los niveles de desocupación y pobreza. Hay, también, quienes sostienen la necesidad de limitar el avance tecnológico, como una manera de mejorar y acrecentar la dignidad humana, como si la esencia de la humanidad, en lugar de estar en su intelecto y su espíritu, estuviera definida por su elemento más animal: el físico.
Incluso, algunos dirigentes, o aspirantes a líderes, con mucho de ignorancia y no sin vocación demagógica, proponen inmolar a las máquinas para evitar que se pierdan, supuestamente, puestos de trabajo.
La historia nos demuestra que están en un enorme error. La tecnología no sólo mejora la calidad de vida de la gente, sino que además genera más puestos de trabajo de mayor calificación.
El derecho, como herramienta social que es, debe estar muy atento a estas doctrinas, si quiere erigirse en un eficaz regulador de las conductas humanas. Las sociedades deben definir su visión sobre la tecnología al momento de intentar reglamentarla, dado que su mayor o menor atraso tecnológico, la calidad de vida de sus habitantes y la dignidad de sus ciudadanos, dependen en gran medida de ello.
No debe olvidarse que detrás de cada computadora siempre hay un hombre (muchos seres humanos en realidad), siempre hay un ser humano que la diseña y la maneja, que se sirve de ella para sus propios fines. Ninguna computadora se sirve de los humanos para sus fines, porque la computadora carece de fines; puede el humano diseñar, desarrollar y programar una computadora, para que haga más eficientemente tareas repetitivas que al humano le llevarían mucho tiempo y esfuerzo realizar, tiempo y esfuerzo que debe dedicar a otras actividades más productivas; pero no puede la computadora reemplazar, todavía, al humano en sus capacidades distintivas.
Existen, todavía, algunos “ludistas” que ven en la ciencia o en la técnica una amenaza para la raza humana, y procuran, por todos los medios, evitar su avance (otros impiden la innovación tecnológica de puro incompetentes, pero ese no es el caso de análisis). Sin embargo, sería deseable que tuvieran en cuenta que las computadoras no hacen otra cosa que reemplazar tareas deshumanizantes, y que si no existieran, deberían ser realizadas por seres humanos.
Quien se apegue a proteger la dignidad humana, debería tener entre sus imperativos categóricos el eliminar toda actividad de personas en trabajos que puedan ser realizados por computadoras.
Creo fervientemente en este principio ético-social: tareas repetitivas, como contar dinero, poner un sello, bombear agua, etc., que pueden ser reemplazadas por máquinas, deben ser reemplazadas por máquinas. No ya para lograr mayor eficacia en el resultado final, sino, fundamentalmente, para que esas personas hagan tareas típicamente humanas, creativas, emotivas, inteligentes. Las máquinas no le quitan trabajo a la gente, le permiten hacer actividades más dignas, precisamente porque los inteligentes son los hombres y no las máquinas.
Sería bueno que quienes dicen representar a los principios humanos tengan en cuenta estos principios. No sea cosa que de tanto declamar la defensa de la dignidad humana terminen dictando leyes que la eliminen.
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