Imagínese que pudiéramos mandar mensajes prácticamente instantáneos a casi cualquier lugar del planeta en cualquier momento y desde cualquier lugar. O compartir nuestras fotos, videos, textos y música con millones de seres humanos sin pagar un centavo. Sí, claro, sería como tener un canal de TV, una radio o un diario propios.
Más: imagine que tuviéramos la posibilidad de conversar con nuestros seres queridos sin que importara la distancia y con costos ínfimos o directamente nulos. Espere: supongamos además que pudiéramos verlos por medio de una cámara, como en las películas de ciencia ficción. Y que nos vieran a nosotros.
Dejemos volar la imaginación: imaginemos una enciclopedia universal, de acceso irrestricto, en todos los idiomas, que crece continuamente, a la que se accede por medio de una computadora y que tiene no sólo textos y fotos, sino también sonido y video. Bueno, ya que estamos, conjeturemos que también podemos editarla, corregirla, mejorarla.
Suponga que un día todos los libros, todas las películas y todos los discos alguna vez publicados, estuvieran o no todavía disponibles en las tiendas, pudieran consultarse por medio de esa hipotética computadora, comprar una copia o simplemente reproducir lo que quisiéramos cuando quisiéramos. Sin límites, sin fronteras, sin horarios.
Bueno, no sé, puesto a fantasear, me figuro llevar 100 o 200 discos en un aparato que cabe en el bolsillo. Ah, y que sirve además para hablar por teléfono. ¿Sería mucho? No importa, agrego algo: el aparato permitiría también acceder a esa enciclopedia, librería, disquería y videoclub global. Y sin cables. Mientras viajo en el subte.
Alguien me apunta acá que ese dispositivo podría también ser capaz de sacar fotos y filmar videos. ¡Ay, por favor! Eso ya es ridículo.
Sin esconditeCambiemos de enfoque. Suponga que como las comunicaciones se han vuelto tan económicas y ubicuas, y como una cuarta parte de la población humana tiene alguna clase de acceso a esta suerte de red global, empezamos a ver el fin de la censura y la opresión. Si estas cosas que estamos imaginando fueran posibles, miles de millones de personas dejarían de ser simples consumidores de información y se convertirían en testigos y cronistas. La verdad, en un mundo así, sería muy difícil de esconder.
Además, ahora que se me ocurre, a medida que las distancias entre las personas se acortan, mientras que la aldea global se vuelve cada día más real y más pequeña, muchos prejuicios y odios milenarios se empiezan a deslucir. Aunque es cierto que tendemos a leer sólo aquello que ratifica nuestras ideas, habría en un mundo así tal diversidad de voces que muy pronto, quizás en menos de un siglo, empezaríamos a darnos cuenta de que todos los seres humanos somos muy semejantes, que anhelamos más o menos las mismas cosas, que es estúpido seguir peleando, que quizá nos hemos matado durante siglos simplemente porque no podíamos hablar, no porque no queríamos hablar.
Tal vez no sólo la democracia que nos trajo la ilustración sería posible, sino también esa paz que hemos estado buscando desde los inicios de la civilización.
Ya sé, ya sé, es un delirio. Pero está bueno a veces explorar los sueños sin permitirle a la torre de control obligarnos a aterrizar. Además, créame, esto era todo lo que podíamos hacer hace 40 años, cuando nació Arpanet, la antecesora de Internet. O hace 30, poco antes de que apareciera la primera computadora personal.
Los padres de la Red (Kleinrock, Roberts, Cerf y Kahn) soñaban con estas cosas por entonces, y en muchos casos las diseñaron y las vieron funcionar antes que nadie. No estoy especulando. Me lo dijo Vinton Cerf en un reportaje que le hice para Enfoques en 2007 ( www.lanacion.com.ar/939775 ). En sus propias palabras: "Internet es un experimento que arrancó en 1969 y que ya no pudimos parar".
Philip Estridge fue el soñador de IBM que nos trajo la PC; lamentablemente, Philip no llegó a ver cuán lejos había llegado su pequeño, casi marginal proyecto de una computadora personal para todos, ni que fue el vector que nos permitió acceder a Internet: falleció el 2 de agosto de 1985 en el desastre aéreo del vuelo 191 de Delta Airlines en el Aeropuerto Internacional de Dallas-Fort Worth.
Los grandes cambios empiezan con eso, con un sueño que suena a delirio y que con frecuencia no es sino ver más lejos. Es cosa de visionarios.
Celebremos, pues, los 40 años de la Red sabiendo que nada es tan imposible como para que no valga la pena soñarlo. Construir un mundo más solidario, más inteligente, más pacífico, más generoso, más justo y más libre. Un sueño, ya sé. Pero cada vez más al mundo lo hacemos entre todos, y por lo tanto cada vez más depende de nosotros.
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