Parece una imagen propia del Gran Hermano, ese show televisivo en tiempo real, pero en una escala muchísimo más grande que el de una casa donde transcurre ese “reality”.
Se trata de ciudades que van de 50 mil habitantes a decenas de millones, y que tienen un elemento común: la aplicación intensiva de tecnologías de la información y la comunicación (TIC) en su gestión y en su relación con la ciudadanía y las organizaciones.
Por ejemplo, centros urbanos que están cubiertos por sensores informáticos que registran datos como temperatura, movimientos de personas y vehículos, humedad, luz ambiente, emisiones de carbono.
Pero además estas ciudades disponen de flotas de colectivos y móviles policiales que apuntan información y la comparten con el Gobierno.
Con esta enorme masa de datos, los municipios pueden mejorar su gestión, aumentar su eficiencia y por sobre todo, incrementar la calidad de vida de los habitantes.
Diferentes experiencias concretas que anticipan un futuro de ciencia ficción se comparten esta semana en la capital ecuatoriana de Quito, en el XIV Encuentro Iberoamericano de Ciudades Digitales, organizado por la organizada por la Asociación Iberoamericana de Centros de Investigación y Empresas de Telecomunicaciones (AHCIET).
Existen varias definiciones de ciudades inteligentes o digitales. Para Javier de la Plaza, a cargo de esta área de negocio en Movistar a nivel regional, es una urbe que administra su realidad mediante el uso de TIC.
Estas tecnologías se aplican a la gestión integral de necesidades -como la ambiental, la movilidad, la seguridad o de gobierno-, y están pensadas para que el ciudadano se relacione con su ciudad de manera más directa.
Por ejemplo, existen problemas cotidianos como los embotellamientos de tránsito o la contaminación ambiental, o el auge de la delincuencia, las demoras de la policía en reaccionar.
En estos casos, la tecnología interviene como un catalizador de monitoreo e implementación de soluciones.
En el encuentro de Quito se compartieron casos de ciudades cuyos semáforos, colectivos, autos policiales e incluso los “smartphones” funcionan como sensores de cómo se mueve una ciudad, cómo se ofertan los servicios y cómo se resuelven las necesidades básicas.
Con la aplicación de las TIC, se optimizan los recursos y se administran de manera más equitativa, se le da prioridad a la atención de emergencia, y se reduce el tiempo de reacción y de atención.
De la Plaza definió así diferentes ambientes de una “Smart city”:
Movilidad inteligente: resolución de conflictos del tránsito y reducción de los índices de contaminación.
Seguridad inteligente: reacción ágil y atención prioritaria.
Gestión municipal inteligente: a través de la web, con lo que el tiempo de atención al ciudadano se reduce, y se generan eficiencia y ahorro de recursos.
Medio ambiente inteligente: mide en forma digital el uso y distribución de recursos como agua y energía.
Pero la meta final de todo esto no es convertir solo una ciudad en inteligente e interconectada sino también en una urbe sostenible y sensible, dijo De la Vega.
Es decir, un ámbito que es transparente en su gestión, que puede sostener y generar recursos y que es integral en la relación con la ciudadanía, todo en tiempo real.
Voluntad política
En el encuentro, que reunió alrededor de 1.500 personas, tuvo como objetivo construir proyectos y prácticas que mejoren la calidad de vida en la urbe con la ayuda de las TIC.
A la capital ecuatoriana llegaron alcaldes y funcionarios de 37 ciudades y 58 ponentes, que trabajaron con los asistentes tres ejes: prácticas de gobiernos globales, ciudadanía digital y servicios en las ciudades inteligentes.
Sin embargo, más allá de la tecnología, hay un elemento transversal y común en las presentaciones: si no existe una voluntad política firme en llevar adelante estos planes, no se podrán superar obstáculos culturales muy arraigados.
Pablo Bello Arellano, secretario general de AHCIET, definió que “una ciudad digital sólo puede construirse cuando confluyen variables como voluntad política, visión de largo plazo, alianzas público privadas, inversión en infraestructura de telecomunicaciones, innovación tecnológica, creación de aplicaciones que permitan digitalizar los servicios que entrega la ciudad a sus personas, formación de competencias digitales y mucha participación ciudadana”.
Para este ejecutivo, una ciudad digital “sólo es posible cuando hay un ecosistema digital que la sustenta. Éste tiene un primer cimiento: las telecomunicaciones. Sin redes de telecomunicaciones no es posible avanzar en un proyecto de este tipo. Tan importante como ello será luego en el tiempo darle un uso efectivo, inclusivo e innovador a esas redes al servicio de los ciudadanos”.
No es una moda
Bello enumeró que existen más de 250 iniciativas de ciudades inteligentes a nivel mundial. En América Latina destacan 25 grandes planes en 16 países.
“Algunos hablan de la moda de las ‘Smart Cities’. No lo vemos así. Las modas son intrínsecamente pasajeras y la construcción de una ciudad digital es un proceso de largo plazo, que no termina nunca. Así como los seres humanos no terminamos nunca de aprender, las ciudades solamente pueden hacerse más inteligentes o menos inteligentes. No existe ‘la’ ciudad inteligente”, afirmó Bello.
Para este ejecutivo, estas metropolis “no son un software que se instala o una ‘solución’ que una autoridad decide implementar. Es un proceso continuo de aprendizaje, en el que se combinan tecnologías, capacidades, liderazgos, voluntades y, sobre todo, los sueños de los ciudadanos”.
Bello anunció que desde AHCIET están “decididos a impulsar una alianza de ciudades inteligentes de Iberoamérica, para que el entorno de cooperación y la compartición de buenas prácticas no se agote en este Encuentro anual, sino que sea una experiencia permanente”.
Este espacio ya cuenta con la participación de Quito, Buenos Aires, Bilbao y Medellín, y otras ciudades.
Ejemplo español
AHCIET entregó premios a las mejores prácticas de ciudades digitales en diferentes áreas. Una de ellas fue la española Santander, por su plan “Smart Santander”.
La iniciativa consiste en instalar 20 mil sensores informáticos sobre una red de telecomunicaciones que permite a los investigadores trabajar de manera transparente y, además, interrelacionar servicios a través de esa plataforma.
La información que se genera se visualiza de manera transversal y se redirecciona a las autoridades para agilizar la toma de decisiones.
Los datos se generan desde dispositivos fijos, móviles (camiones de recolección de basura, taxis, colectivos, autos de policía, etc.), calcomanías con tags y códigos QR y aplicaciones para “smartphones”.
Con toda esta información, se trazó un mapa medioambiental de la ciudad y se ejecutaron más de 75 catálogos de datos que dispone el ayuntamiento, a disposición del ciudadano y las empresas.
Un ejemplo práctico es que gracias a una aplicación en el teléfono, los conductores pueden saber dónde hay lugares libres para estacionar en la vía pública.
Otro caso: los colectivos registran información medioambiental pero también son usados por el municipio para compartir datos a los pasajeros.
Y finalmente, los sensores en la calle permiten adecuar la intensidad de la luz de acuerdo al ambiente e incluso la humedad en los parques para accionar o no los sistemas de riego.
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