Durante
la Guerra Fría, las llamadas potencias atómicas realizaron todo tipo de
pruebas atómicas con las que pretendían mostrar su superioridad militar
y amedrentar a sus enemigos. Fruto de esta escalada sin control, se
llevaron a cabo experimentos totalmente descabellados. Ese es el caso del ocurrido el 19 de julio de 1957 y cuya historia nos cuenta Antonio Martínez Ron en “Fogonazos”, ganador del Premio Bitácoras 2011 al Mejor blog de Ciencia.
El objetivo de esta prueba, realizada en el desierto de Nevada, era demostrar que las bombas atómicas de baja intensidad eran “seguras”.
Para probarlo, cinco oficiales se prestaron voluntarios para contemplar
sin ningún tipo de protección la explosión de una carga de 2 kilotones a
5.600 metros sobre sus cabezas.
Mientras
esperaban la detonación, los militares se entretuvieron colocando un
cartel que indicaba "Zona cero, Población 5" y, durante la misma,
describieron su fascinación por el hongo nuclear producido por la bomba
con exclamaciones como "¡Es tremendo!" o "¡Directamente sobre nuestras
cabezas!", tal y como revela la grabación de este experimento.
Sin consecuencias
Una
reciente investigación ha identificado a los cinco oficiales que
presenciaron la explosión, así como al cámara encargado de grabarla y
que, a diferencia de los otros, no se presentó voluntario para la
misión. También, ha determinado que todos ellos vivieron hasta una avanzada edad sin sufrir ningún tipo de cáncer. De hecho, dos de ellos fallecieron con 83 y 86 años.
Esto
puede deberse a que la bomba no era muy potente y, además, abandonaron
la zona mucho antes de que la radiación alcanzara el suelo. Por
desgracia, debido a la acción del viento la contaminación producida por
estas disparatadas pruebas acabó afectando a la población de localidades situadas en los alrededores,
como la ciudad de St. George, en el estado de Utah, y no a los
militares que se maravillaban contemplando la mortífera belleza del
hongo nuclear.
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