Los científicos proferían términos técnicos y abstrusos. Hablaban de piroclastos y de anfíboles. Del lapilli. Los periodistas no entendían nada. Le preguntaron al cura: "Padre, ¿y usted qué opina?". Y el sacerdote atribuyó a la clemencia de Dios que nadie hubiese muerto en la erupción. "¿Y usted?", interpelaron por fin al campesino, que había asistido en silencio a las explicaciones de los vulcanólogos y el religioso. "Yo creo que estos científicos saben tanto de lo que ocurre aquí abajo como el cura de lo que ocurre allá arriba", espetó.
Juan Carlos Carracedo, hoy con 69 años, era uno de aquellos prometedores vulcanólogos y recuerda la anécdota entre carcajadas. Los jóvenes discípulos de Fuster habían llegado a Fuencaliente emocionados. España no vivía una erupción volcánica desde 1949, cuando en la noche de San Juan se abrió la tierra formando el cráter Duraznero, también en la isla de La Palma. Pero ahora estaban en la España de 1971. Karina había quedado segunda en el Festival de Eurovisión con En un mundo nuevo. Franco acababa de designar a Juan Carlos de Borbón como sustituto en caso de ausencia o incapacidad. Alfredo Landa se lucía en Vente a Alemania, Pepe. Y Carracedo, hoy director de la Estación Volcanológica de Canarias, se encontraba delante de un volcán en erupción, que los isleños se empeñaban en llamar San Evaristo, por el santo del día, pero que Fuster bautizó Teneguía, por un roque próximo.
Hoy, cualquiera puede subir hasta su cima, a una altitud de 427 metros, pero estará invadiendo una propiedad privada. El volcán nació en las tierras hasta entonces llanas de la familia Cabrera, terratenientes de Fuencaliente. Y, 40 años después, sigue siendo suyo. Incluso cientos de metros cuadrados de terreno que la lava ganó al mar son suyos. Es un volcán privado.
"Parece increíble, pero el Teneguía no es de dominio público", lamenta Carracedo, que recuerda la manera surrealista en la que los vulcanólogos llegaron al terreno de la familia Cabrera aquellos últimos días de octubre de 1971. Fue gracias a la Guerra Fría. La Universidad estadounidense de Columbia había abierto en la cercana costa de Puerto Naos un supuesto centro para el estudio científico de las ballenas. En realidad, era un eslabón más en una larga cadena de estaciones de la CIA para espiar los movimientos de los submarinos soviéticos en el Atlántico. Los agentes se pasaban el día jugando al ping-pong, pero, aquel otoño, las agujas de sus aparatos comenzaron a bailar. Alarmados, los espías enviaron urgentemente los registros a EEUU. Allí, bajo las aguas del archipiélago canario, podía esconderse la flota de la URSS, en plena Guerra de Vietnam.
"En EEUU vieron que aquello no eran submarinos, sino que podía ser el presagio de una erupción y enviaron los datos de vuelta, a su Embajada en Madrid, que los remitió al Gobierno español y, por fin, nos avisaron a nosotros", rememora Carracedo. Hasta entonces, los expertos españoles no se habían enterado de nada. Cuatro décadas después de aquello, el Teneguía sigue echando humo, pero en los despachos.
La prensa de la época se apresuró a publicar que el terreno ganado al mar pertenecía al Estado, según un decreto de 1969 que aseguraba que "son de dominio público los terrenos que se unen al terreno marítimo terrestre por accesiones o aterramientos producidos por causas naturales". El 5 de noviembre de 1971, La Vanguardia Española proclamaba: "Los millones de metros cúbicos de materiales expulsados por el Teneguía y almacenados en la orilla del mar pertenecen al patrimonio del Estado. [...] Sólo el Estado podrá otorgar, o subastar, los nuevos metros cuadrados de terreno anexionados a la isla gracias al volcán". No era cierto, como reconoce el alcalde de Fuencaliente, Gregorio Alonso. En las escrituras de la finca de la familia Cabrera ponía claramente que su propiedad lindaba con el mar. Así que, cuando la isla creció, su finca también creció, hasta el mar.
Alonso, de Coalición Canaria, asegura que está luchando para lograr que el volcán vuelva a ser de todos. "Estamos en un proceso de negociación con los propietarios y espero que el año que viene tengamos una solución", explica. El alcalde, que lleva cinco años en el poder, reconoce que "lo ideal sería que el volcán fuese público", pero lo que el Ayuntamiento y el Cabildo de la isla han propuesto a la familia Cabrera es "una gestión conjunta". Por encima del Teneguía se alza el volcán de San Antonio, surgido de las entrañas de La Palma en 1677. Son dos hermanos enfrentados. San Antonio es público y cuenta con un centro de interpretación. Recibe unos 100.000 visitantes al año, según el regidor. Y desde su cima se contempla el Teneguía, "incontrolado y con basura que tira la gente", según denuncia Alonso.
Los turistas, a sus anchas
Los turistas campan a sus anchas por el volcán privado, como ya hacían en 1971. "La erupción se convirtió en seguida en un espectáculo puramente turístico", señala Carracedo. Las plazas de avión y barco a la isla de La Palma se agotaron horas después de que comenzara a brotar lava a borbotones. Las agencias de viajes multiplicaban sus ofertas. "Vea usted el volcán de San Evaristo por sólo 690 pesetas, desde a bordo de un buque que le servirá de hotel flotante por espacio de 48 horas incluyendo, claro está, la manutención", se anunciaba una agencia.Hasta entonces, las 65.000 personas que habitaban la isla en 1971 habían vivido del cultivo del tabaco, su principal industria, además de las plantaciones de tomate, plátano y papas. El turismo sólo empe-zaba a despegar, pero la erupción del Teneguía puso a millones de personas mirando a La Palma. Hasta el obispo de la diócesis, Luis Franco, se paseó por el volcán chorreante con la excu-sa de un viaje a la isla para visitar los colegios en los que dormían los 1.500 evacuados. Cuando terminó la erupción, que duró unos 25 días, todos volvieron a sus casas.
La prensa, que hablaba de "espectáculo" y "calma absoluta" en lugar de caer en un amarillismo facilón, contribuyó al boom del turismo. El día 27 de octubre, un día después de la erupción, ya llegaba a la isla un grupo de turistas alemanes e ingleses procedentes de Tenerife. En un NO-DO de la época, un reportero preguntaba a una vecina de Fuencaliente, con su hijo en brazos: "Señora, ¿no le da a usted miedo estar al pie de un volcán con los niños?". La mujer, entre risas, respondía: "A mí, mucho miedo, sí, señor".
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