Dicen en la serie Fringe que el fin del mundo llegará cuando el universo alternativo consiga fundirse con el nuestro al atravesar sus inquilinos un portal creado por una insólita fusión de ingeniería genética, cuántica y atómica, o algo así. Por supuesto que es ficción. No sé cómo sería el fin del mundo en la realidad si llega, y que sea más tarde que pronto. Pero lo que es casi seguro es que nos pillará conectados al móvil. En un mundo, el nuestro, donde hay más teléfonos que usuarios, son ya muy pocas las cosas de nuestra vida que permanecen ajenas a ese aparato. Nos hemos alcoholizado de móvil. Es una terrible plaga la de esta dependencia. La conexión a la máquina se está convirtiendo en una manía, para algunos rayana en lo obsesivo, y cada día que pasa necesitamos más y más. Más prestaciones, mejores servicios, más velocidad, más aplicaciones... Hasta tal punto que incluso utilizamos el móvil para aligerar al cerebro de la exigencia de memorizar. Buena parte de nuestra capacidad para comunicarnos o recibir comunicación pasa por el aparatito.
Las nuevas tecnologías, razonan los expertos, rompen el espacio-tiempo, y eso es la bomba. Un objeto de culto de las masas con grandes ventajas... y grandes inconvenientes. Porque la máquina no es perfecta y, cuando falla, hace emerger nuestra fragilidad. Nos deja en pelotas. Con el culito al aire en ese mundo tan globalizado e intercomunicado virtualmente, y en el que hemos primado al que está lejos frente al que está cerca.
Sólo así se explica la emotividad que ha despertado lo que en Twitter se ha bautizado como el crackBerry. Dicho sea de paso, los fans de Apple se están frotando las manos... Más que emotividad, lo que hay es un cabreo planetario de quienes creían que su máquina era infalible. ¡No pueden colarse en la red! ¡Les han dejado colgados! ¡En pelotas sin su BlackBerry Messenger ni su correo, en el universo 2.0 y de Twitter! Los afectados por el crackBerry se preguntan ahora por qué tienen tan mala suerte con lo bien que les iba el móvil hasta ahora, y buscan al culpable. BlackBerry necesitará algo más que un reset para salir de este lío si no quiere morir por la ira de sus propios acólitos en la nube.
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