Estados Unidos, Alemania y Japón son los líderes indiscutibles de la caza internacional de genes marinos, un negocio en boga que puede reportar decenas de millones euros al año en beneficios. Las tres naciones acaparan el 70% de todas las patentes internacionales sobre secuencias de ADN marino registradas entre 1991 y 2009, según un estudio dirigido por investigadores españoles que acaba de destapar el desequilibrio existente en este nuevo y pujante mercado.
Según el trabajo, que ha rastreado la base de datos de patentes internacionales Genbank, coordinada por el Gobierno de EEUU, los 10 países que se reparten el 90% de las patentes registradas poseen sólo el 20% de la línea costera mundial. Estos países "se benefician del acceso a tecnología avanzada que se requiere para explorar las reservas genéticas de los océanos", señalan. El caso más destacado sería Suiza, un país sin mar que sin embargo es el noveno de la lista con 11 de las 677 patentes internacionales detectadas por los autores. Apoyados en estos datos, los investigadores exigen hoy en una tribuna en Science que los genes de aguas internacionales sean declarados patrimonio común y que su explotación sea gestionada por la ONU.
"Hay un vacío legal en estas aguas", señala Jesús Arrieta, investigador del CSIC y coautor del artículo, que propone la creación de un organismo internacional que regule las patentes de genes. La ley dice que si el ADN se extrae dentro de las aguas territoriales de un país, sus posibles beneficios le pertenecen. "Actualmente no se obliga a que las patentes digan a qué organismo pertenece el gen en cuestión o de dónde se ha extraído, por lo que hay mucho miedo a la biopiratería", advierte Arrieta.
La caza y patente de genes marinos despegó en 2000. La aplicación de genes y moléculas marinas va desde el tratamiento del cáncer o el sida a la producción de bioetanol a altas temperaturas gracias al ADN de criaturas que viven junto a fumarolas volcánicas en el fondo del mar.
En la práctica, los genes en alta mar siguen siendo del primero que los atrape. Los autores explican que la declaración de los genes de esas zonas marinas como patrimonio de la humanidad como ya hizo con los minerales permitiría crear un organismo vinculado a las Naciones Unidas que dictase las normas para la explotación de los genes marinos y rigiese la identificación del lugar y la criatura de la que provienen.
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Según el trabajo, que ha rastreado la base de datos de patentes internacionales Genbank, coordinada por el Gobierno de EEUU, los 10 países que se reparten el 90% de las patentes registradas poseen sólo el 20% de la línea costera mundial. Estos países "se benefician del acceso a tecnología avanzada que se requiere para explorar las reservas genéticas de los océanos", señalan. El caso más destacado sería Suiza, un país sin mar que sin embargo es el noveno de la lista con 11 de las 677 patentes internacionales detectadas por los autores. Apoyados en estos datos, los investigadores exigen hoy en una tribuna en Science que los genes de aguas internacionales sean declarados patrimonio común y que su explotación sea gestionada por la ONU.
"Hay un vacío legal en estas aguas", señala Jesús Arrieta, investigador del CSIC y coautor del artículo, que propone la creación de un organismo internacional que regule las patentes de genes. La ley dice que si el ADN se extrae dentro de las aguas territoriales de un país, sus posibles beneficios le pertenecen. "Actualmente no se obliga a que las patentes digan a qué organismo pertenece el gen en cuestión o de dónde se ha extraído, por lo que hay mucho miedo a la biopiratería", advierte Arrieta.
La caza y patente de genes marinos despegó en 2000. La aplicación de genes y moléculas marinas va desde el tratamiento del cáncer o el sida a la producción de bioetanol a altas temperaturas gracias al ADN de criaturas que viven junto a fumarolas volcánicas en el fondo del mar.
Patrimonio universal
Las naciones ricas y las pobres son incapaces de ponerse de acuerdo. La última reunión de la ONU sobre biodiversidad, que se celebró el pasado octubre, terminó con un acuerdo sobre las aguas territoriales, pero las regiones desarrolladas, con EEUU y la UE a la cabeza, no quisieron ampliar ese acuerdo a las zonas internacionales, que componen el 65% del total.En la práctica, los genes en alta mar siguen siendo del primero que los atrape. Los autores explican que la declaración de los genes de esas zonas marinas como patrimonio de la humanidad como ya hizo con los minerales permitiría crear un organismo vinculado a las Naciones Unidas que dictase las normas para la explotación de los genes marinos y rigiese la identificación del lugar y la criatura de la que provienen.
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