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2011/09/14

Los refugiados tecnológicos de West Virginia

Más de 5.000 millones de personas utilizan télefonos móviles en todo el mundo y la tecnología inalámbrica hace casi imposible escapar de la influencia de los aparatos móviles. Sin embargo, mientras la mayoría de los estadounidenses los acoge en su realidad cotidiana como conectividad continua, otros los culpan de sus enfermedades.
Diane Schou no puede retener las lágrimas cuando describe cómo, alguna vez, vivió en una jaula protegida para escudarse de la radiación electromagnética causada por las ondas de la comunicación inalámbrica.

"Es horrible ser una prisionera. Uno se transforma en una leprosa tecnológica porque no puede estar en compañía de otra gente", dice.
"No es que uno pueda contagiarlos a ellos; es lo que ellos portan que puede dañarlo a uno".
Diane Schou pertenece al 5% de los estadounidenses que creen sufrir de Hipersensitividad Electromagnética (HSE) que, afirman, es causada por su exposición a los campos electromagnéticos que crean los teléfonos celulares, los Wi-fi y otro tipo de equipo electrónico.

Escondida en una jaula

Los síntomas incluyen dolores de cabeza agudos, quemaduras de la piel, temblores musculares y dolores crónicos.
"La cara se me pone roja, me vienen dolores de cabeza, se me altera la visión y hasta pensar duele. La última vez me atacó con dolores de pecho y eso, para mí, presenta peligro de muerte", afirma Schou.

Para aliviarle el dolor, su marido construyó un espacio vital aislado conocido como la Jaula de Farady.
El marido cubrió un marco de madera con dos capas de malla metálica y una puerta que podía ser sellada para impedir que entraran las ondas de radio.
Diane pasaba mucho tiempo dentro de la jaula, incluso dormía en un colchón doble sobre una mesa de madera.
"Al menos podía ver a mi marido al otro lado. Podía hablar con él", cuenta.
Diane cree que su enfermedad se desató por culpa de las emisiones de un mástil de telefonía móvil.
Sus síntomas se volvieron tan graves que tuvo que abandonar su granja familiar en Iowa e irse a vivir a Green Bank, West Virginia, un pequeño pueblo de 143 residentes en el corazón de los montes Aleganíes.

Tecnología inalámbrica proscrita

Green Bank es parte de una Zona de Tranquilidad sin Radio, de Estados Unidos, donde la radio está prohibida en una superficie de 33.000 kilómetros cuadrados para impedir que las transmisiones interfieran con varios radiotelescopios en el área.
El mayor le pertenece al Observatorio Nacional de Radioastronomía y les permite a los científicos escuchar señales de bajo nivel provenientes de diferentes lugares en el universo.
Otros son operados por los militares estadounidenses y son una parte fundamental de la labor de la red de espionaje del gobierno.
"Vivir aquí me permite ser una persona normal. Puedo estar al aire libre. No tengo que esconderme en una Jaula de Faraday", afirma Schou.
"Puedo ver el amanecer, las estrellas en la noche y puedo estar bajo la lluvia.
"Aquí, en Green Bank, puedo estar con otra gente. La gente no lleva teléfonos celulares, así que puedo hacer vida social".
"Puedo ir a la iglesia, asistir a celebraciones. No podría hacer nada de esto si tuviera que estar en la Jaula de Faraday", dice.
Pero la hipersensitividad electromagnética no está reconocida médicamente en Estados Unidos.

"Enfermedad" controvertida

La asociación de tecnología inalámbrica, CTIA, dice que la evidencia científica demuestra de manera abrumadora que los aparatos inalámbricos, dentro de los límites establecidos por los reguladores del gobierno, no presentan una amenaza a la salud pública. Ni causan efectos adversos.

Y la Organización Mundial de la Salud, al tiempo que reconoce que los síntomas son genuinos y que pueden ser severos, afirma: "La HSE no tiene criterios de diagnóstico claros y no hay bases científicas para vincular los síntomas de HSE con el estar expuesto a los campos electromagnéticos. Más aún, la HSE no es un diagnóstico médico, ni tampoco está claro si representa un problema médico por sí misma".
Sin embargo, las nuevas investigaciones de científicos de la Universidad del Estado de Louisiana, publicadas por la Revista Internacional de Neurociencia, afirman que el HSE puede ser causada por campos electromagnéticos de baja frecuencia encontrados en el medio ambiente.
"El estudio proporciona pruebas directas que relacionan síntomas humanos y factores medioambientales, en este caso campos electromagnéticos", dice el doctor Andrew Marino, un profesor de neurología que dirigió la investigación.
"Es un avance en ese respecto. No ha habido estudios previos que evalúen científicamente si los campos electromagnéticos en el ambiente producen síntomas en los seres humanos", dice.
"Y los síntomas son importantes porque representan el primer paso en la demostración de que los campos electromagnéticos producen enfermedades humanas".
Los científicos llevaron a cabo muchas pruebas con una doctora de 35 años que se había autodiagnosticado como paciente de HSE.
Mientras permanecía sentada en una silla de madera, a su lado se le aplicaba voltaje a láminas de metal para conseguir un pulso de 90 segundos y así crear campos magnéticos.
A la mujer se le pidió que describiera sus síntomas tras cada exposición y, al azar, cuando, sin que ella supiera, no había voltaje.
La paciente dio cuenta de dolores de cabeza, dolores y temblores musculares durante las exposiciones al voltaje genuinas y ningún síntoma para la mayoría de las falsas aplicaciones de voltaje.
Los científicos concluyeron que tal regularidad no podía ser atribuida al azar.
Pero otros expertos todavía están en desacuerdo con la presunta relación de causa y efecto.

"Ignorancia" tecnológica

Bob Park, profesor de física en la Universidad de Maryland, dice que la radiación emitida por los wi-fi es demasiado débil como para causar ningún tipo de cambios en la química del cuerpo que pueda enfermar a la gente.
"El mayor problema" que enfrentamos es que, en nuestra sociedad, dirigida por el cambio tecnológico, la gente tiene muy poca educación", argumenta.

"Hay muchas cosas que la gente debería aprender y no lo está haciendo. Lo que los va a matar es la ignorancia".
Nichols Fox, de setenta años, dice entender tal escepticismo. A ella le tomó varios años para convencerse de que el dolor y la fatiga eran causados por la radiación electromagnética emitida por su computador.
"Hacia el final de mi vida normal, cuando aún podía ver televisión, podía manejar el dolor con el control remoto del aparato. La asociación estaba tan clara, que no había manera de negarla", relata.
Sus síntomas son tan severos que se ha aislado casi totalmente, viviendo en una casa rodeada por campos y bosques, justo fuera de la Zona de Tranquilidad.
Cuenta que incluso los campos magnéticos de bajo nivel que se producen allí le afectan la salud.
Rara vez usa electricidad, su refrigerador funciona con gas, la luz proviene de lámparas de kerosene y la calefacción la obtiene de una estufa a leña.
La temperatura la controla un termostato, el que vela porque ella no esté en peligro de hipotermia.
"Es tan importante que la gente entienda que ésta es una enfermedad grave, que nos cambia la vida. Conduce a una muerte prematura. No me cabe la menor duda de ello, excepto que no está reconocido, desgraciadamente", señala.
Pero incluso en este apartado lugar de Estados Unidos, la incursión de la tecnología inalámbrica no cesa. Se acaba de extender el permiso para una torre celular a unos cuantos kilómetros de su casa y Nichols dice que tendrá que mudarse.
"Estoy envejeciendo y no sé qué voya a hacer ni dónde voy a ir", dice.
"Me asusta mucho".

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