Blundell tiene una forma de pensar revolucionaria, quizás influido por la que fue su mentora durante sus primeros años como investigador en la Universidad de Oxford, Dorothy Hodgkin, una brillante científica Nobel de Química en 1964 que tenía prohibida su entrada en EEUU por estar casada con un miembro del Partido Comunista británico. "Ella me enseñó a trabajar en ciencia básica pensando a la vez en hacer algo útil", recuerda el científico.
Y pocas cosas más útiles que el desarrollo de la estructura de saquinavir, el primer inhibidor de la proteasa, el fármaco que convirtió la infección por VIH en una enfermedad controlable. Blundell tuvo en esos años, los inicios de los noventa, su primer contacto con el sida. Años más tarde, el contacto fue personal, pero también influyó en su desarrollo profesional. "Mi mujer es de Zimbabue, un país con mucha incidencia de sida. Allí he tenido la oportunidad de conocer a muchos afectados. De hecho, una sobrina murió por sida complicado con tuberculosis", explica.
Este dato ayuda a entender uno de los proyectos en los que está involucrado: el desarrollo de fármacos para la tuberculosis que sólo tengan que administrarse durante pocos días, en lugar de los nueve meses que dura la terapia actual. Consciente de que el hallazgo de dicho medicamento no sería rentable para su compañía farmacéutica, trabaja en ello desde su laboratorio de la Universidad de Cambridge, financiado por una beca de la Fundación Bill & Melinda Gates. "Estamos en una fase muy precoz porque, aunque es fácil descubrir una diana terapéutica, es muy complicado hacer entrar un agente químico en la bacteria que la provoca", explica.
Nuevas dianas
En su laboratorio, Blundell tiene varios fármacos oncológicos en fases iniciales de desarrollo clínico. Se trata de medicamentos desarrollados a partir de fragmentos moleculares, medicina personalizada en estado puro. "Lo que estamos haciendo es identificar una aproximación personalizada. Seremos capaces de secuenciar tumores, encontrar la parte mutada y usar esa información para identificar nuevas dianas".Para Blundell, es necesario evitar que pasen "entre 12 y 16 años" desde que se identifica una diana terapéutica hasta la obtención de un fármaco. "Muchos se caen porque fallan pero, en realidad, no funcionan sólo en un porcentaje pequeño, un 1% o 2%. Si mediante el análisis del genoma pudiéramos retirar ese porcentaje de los ensayos clínicos, la eficiencia en el desarrollo sería mayor. Se trata de evitar los efectos secundarios", subraya.
El científico también cree que es imprescindible reducir los costes. "Para ello, el ámbito académico y el empresarial tienen que trabajar conjuntamente", recuerda ahora en su fase de empresario de éxito, como lo demuestra el hecho de que fundara su compañía con un presupuesto de medio millón de dólares y la haya vendido poco más de 20 años después por 150 millones.
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