El descomunal vertedero de basura espacial que gira en torno a la Tierra a miles de kilómetros por hora está fuera de control. Un estudio oficial de EEUU acaba de alertar de que la acumulación de chatarra ha alcanzado un "punto crítico" y que es necesario tomar medidas para reducir la contaminación del espacio.
El documento, elaborado por la Academia Nacional de Ciencias (NAS), señala que EEUU ha detectado unos 22.000 fragmentos de aeronaves que se han acumulado desde el comienzo de la carrera espacial hace más de medio siglo y que, en el vacío, se comportan como letales proyectiles que pueden arruinar satélites y causar graves daños a misiones tripuladas. Este arsenal lo componen desde satélites abandonados y grandes piezas de cohetes gastados de varios metros de longitud hasta diminutos fragmentos de menos de un centímetro que pueden penetrar en el fuselaje de una nave como si estuviese hecha de mantequilla.
El trabajo de la NAS reconoce que hay lagunas en los sistemas de radares terrestres con los que EEUU sigue y modela el comportamiento de la montaña de basura usando instalaciones del Ejército. El crecimiento sin precedentes que ha experimentado el basurero en los últimos seis años ha puesto al límite este servicio de vigilancia, del que se nutren agencias espaciales de todo el mundo, incluida la europea. El trabajo apunta que faltan fondos y personal en la NASA para vigilar un vertedero que no para de crecer y que puede llegar a ser ingobernable.
"Hemos perdido el control del entorno", alerta Donald Kessler, jefe del panel de casi 50 expertos que han realizado el informe a petición de la NASA. En la década de 1970, mientras EEUU y la URSS estaban inmersas en una carrera científica y militar por el control del espacio, este astrofísico fue uno de los primeros en alertar de los riesgos de la basura espacial. De hecho le dio nombre al llamado efecto Kessler, una reacción en cadena ocasionada por la acumulación de basura. En un espacio abarrotado de partes de naves y cohetes viejos, un impacto generaría grandes cantidades de escombros que a su vez provocarían otros impactos que se repetirían sin solución de continuidad. Aunque aún no se ha alcanzado ese punto, algunas regiones del espacio cercanas a la Tierra podrían llegar a él en unos años.
"Ya se ha alcanzado una densidad [de basura] crítica a una altura de unos 800 kilómetros", explica a este diario Holger Krag, experto en seguimiento de chatarra espacial de la Agencia Espacial Europea (ESA). Alcanzar el efecto Kessler podría dejar esa franja del espacio "completamente inservible", lo que obligaría a detener por completo el envío de satélites y naves espaciales desde la Tierra o una enorme inversión en futuras misiones de limpieza. "Todo depende de lo bien que nos portemos", advierte Krag.
El estudio de EEUU destaca dos ejemplos recientes de comportamiento lamentable. El primero lo protagonizó China, cuyo Ejército reventó uno de sus satélites con un nuevo misil espacial que deseaba poner a prueba. La maniobra puso en el espacio unos 3.000 peligrosos fragmentos de chatarraidentificables por el servicio de seguimiento en Tierra y otras 150.000 esquirlas de más de un centímetro. El país asiático logró así el dudoso honor de provocar el evento que más chatarra ha generado en la historia, según el informe de la NAS. En sólo un día, el volumen de basura espacial aumentó en un 15%.
En 2009, un satélite estadounidense de telecomunicaciones perdió el contacto con el centro de control y se estrelló contra un satélite ruso desactivado. El impacto puso en órbita otras más de 2.000 piezas de basura en el espacio. Por los dos accidentes, el tamaño del basurero "se hizo más de dos veces mayor, tras haber permanecido estable durante los últimos 20 años, denuncia el informe. Más de 500 fragmentos acabaron cayendoen la Tierra. Pero la gran mayoría seguirá flotando durante décadas e incluso siglos, con el riesgo que esto supone.
Con combustible
Los objetos que orbitan a unos 800 kilómetros, la órbita más atestada de basura, tardarán en caer "unos 200 años", detalla Krag, que añade que el peso de la basura suma un total de 5.500 toneladas. Parte de los fragmentos más grandes son artefactos que aún contienen combustible y que, hasta ahora, han causado 200 explosiones que, a su vez, generaron más esquirlas diminutas que viajan a unos 40.000 kilómetros por hora, añade.Como atestigua el informe de la NAS, este tipo de metralla ha llegado a atravesar de lado a lado un transbordador tripulado de la NASA, en los que, de media, hay que cambiar dos ventanas después de cada viaje debido a los impactos. Los seis habitantes actuales de la Estación Esopacial Inter-nacional (ISS) tampoco estána salvo de estos proyectiles, aunque este artefacto es el único al que se ha dotado de blindaje protector. "El escudo es capaz de proteger del impacto de fragmentos de hasta un centímetro", explica Krag. Cuando esto no es suficiente, hay que poner en marcha los propulsores para esquivar restos peligrosos.
Para los fabricantes de satélites convencionales, la situación es mucho más crítica, ya que no tienen ningún tipo de escudo. El gran peligro no son impactos que destruyan un satélite completo, sino los que merman parte de sus sistemas de alimentación, como los paneles solares, explica Ángel Álvaro, responsable de I+D de Thales Alenia Space.En esos casos, los técnicos están a ciegas, ya que la única forma de comprobar si han sido víctimas de la basura espacial sería subir ahí arriba para comprobarlo. De ahí que los ingenieros digan que, en el caso de los satélites, "la mejor protección es la oración", bromea Álvaro.
China no es el único país que ha usado el espacio como campo de pruebas militares. Durante la Guerra Fría, EEUU y Rusia también pulverizaron sus propios satélites cuando, curiosamente, estaban muy cerca de los del enemigo, recuerda Krag. El gran problema es que, en la práctica, el espacio es como el Lejano Oeste. No hay ningún acuerdo internacional vinculante que prohíba ensuciar la órbita terrestre. En el mejor de los casos, países como EEUU, Francia o Alemania y agencias espaciales como la ESA o la NASA, han decidido por su cuenta hacerlo a través de leyes nacionales y otras normativas.
La más relevante se basa en programar los nuevos satélites y cohetes para que regresen a la Tierra en un periodo de 25 años después de su vida útil, lo que no acaba con el problema de la basura, pero sí puede estabilizarlo. China participa en una organización de agencias espaciales que también incluye a la ESA y la NASA y que se comprometen con esa norma de los 25 años. Pero el pacto no es vinculante, lo que hace que el cumplimiento sea irregular, señala Krag.
Desde sus inicios, la exploración espacial ha tenido dos vertientes, una científica y otra militar. Si bien en la primera se han dado pasos de gigante en cuanto a cooperación internacional, la segunda sigue sumida en el secretismo. "Nosotros colaboramos con científicos chinos, pero a veces hay un gran muro entre ellos y los militares de su país", reconoce Krag. "A medio plazo, China entrará por al aro, sobre todo cuando comiencen a enviar vuelos tripulados y sus astronautas puedan ser víctimas de accidentes debidos a la basura", opina Álvaro.
Naves de la basura
El tamaño del vertedero es tan preocupante que expertos de EEUU, Europa y Japón ya están estudiando cómo enviar misiones para limpiar parte del estercolero. Por ahora, los objetivos prioritarios son los fragmentos de mayor tamaño, que podrían ser recogidos, por ejemplo, por naves con un brazo robótico como el que tiene la ISS. Otros expertos han propuesto el uso de redes y enormes anzuelos para pescar los fragmentos más grandes o sistemas de pequeños cohetes que, una vez acoplados a los satélites viejos, puedan traerlos de vuelta a casa.El reto de ingeniería es tan enorme que sólo podría llevarse a cabo mediante cooperación entre las agencias más potentes del mundo y, aún así, sería una tarea que, según Krag, tiene pocas probabilidades de hacerse realidad. "Para mantener el nivel de basura actual, habría que retirar cinco objetos grandes al año por el resto de los tiempos", advierte. El problema no se solucionará pronto. "Tiene muchos paralelismos con la lucha contra el cambio climático, y solucionarlo llevará décadas", concluye Krag.
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