El principio que inspira el plan está escrito en el nombre de la organización que lo promueve: A Human Right(AHR) (Un derecho humano). Este no es otro que el de acceso a internet, hoy un privilegio del que sólo disfruta el 28,7% de la humanidad, según la web de esta ONG. La banda ancha es un lujo reservado al 4,6%. AHR se ha propuesto el ambicioso objetivo de extender el acceso básico al 95% de la población del planeta. Suena inalcanzable, pero al menos la magnitud del plan está a la altura de sus metas. Nada menos que comprar la mayor nave estelar de comunicaciones que recorre el cielo, un gigante que, dicen sus dueños, posee el récord Guinness al satélite más pesado, con siete toneladas y una altura de cinco pisos.
El TerreStar-1 se lanzó en julio de 2009 a la órbita geoestacionaria, una cáscara intangible situada a 36.000 kilómetros sobre la Tierra donde los satélites sincronizan su órbita con la rotación terrestre, conservando su posición respecto a la superficie. La misión original del aparato es suministrar servicios IP de voz y datos a los usuarios de EEUU que utilicen terminales GENUS, teléfonos inteligentes de TerreStar que en condiciones normales chupan la señal de los repetidores terrestres, pero que en ausencia de cobertura miran al cielo en busca del coloso espacial.
Las cosas no han funcionado como TerreStar esperaba. En octubre pasado, la compañía se declaró en quiebra con la intención de reestructurarse y reforzar su posición. AHR ha aprovechado la circunstancia para fijar sus ojos en este satélite, comprarlo, moverlo desde su slot actual de la órbita geoestacionaria (sobre EEUU) a otro disponible sobre el tercer mundo, probablemente Asia, y ponerlo a funcionar para que provea conexión a todo el que disponga de "ordenador y un módem satélite", precisa Kosta Grammatis, el fundador de AHR y alma del proyecto. "Estamos trabajando para bajar el coste de los módems y con grupos como Un Ordenador por Niño [el proyecto de portátiles baratos liderado por Nicholas Negroponte] para producir hardware barato", relata.
La primera fase del proyecto, para la que la ONG espera recaudar 150.000 dólares, consistirá en elaborar el plan de negocio, organizarse legalmente y someter a la consideración de TerreStar una oferta de compra del satélite, que deberá escalar a la órbita de las decenas de millones de dólares. "Contactamos con TerreStar antes de lanzar la campaña para preguntar cuestiones específicas sobre la viabilidad técnica de la idea. TerreStar afronta retos crecientes y aunque no han decidido liquidar, hay oportunidades para llevar a la compañía en una nueva dirección. Esa es nuestra meta", explica Grammatis.
Cebo para inversores
Este joven ingeniero con amplia experiencia en satélites no espera más altruismo que el de sus donantes anónimos. Para las empresas, guarda en la manga un cebo con el que espera atrapar a los inversores: mientras que el acceso básico se regalará, el de banda ancha se facilitará a los proveedores de servicios de internet (ISP) para que lo revendan a sus clientes. Grammatis espera así matar dos pájaros de un tiro: rentabilizar el servicio de valor añadido y lograr que los ISP no lo vean como un competidor, sino como un colaborador. "Con el plan de negocio esperamos atraer a los inversores", confía el ingeniero. "Ya se nos han acercado varios interesados", confirma.Grammatis es consciente del largo camino a recorrer, pero tiene reservado un plan B. "Hay numerosos satélites infrautilizados en órbita y estamos proponiendo a sus dueños que nos dejen utilizar esa fracción libre. Poniendo a trabajar muchos satélites podríamos cubrir el planeta, mientras que TerreStar-1 sólo cubriría un continente". El camino se está recorriendo. Las donaciones ascienden ya a más de 46.000 dólares, 2.000 de ellos aportados durante la elaboración de este artículo. Grammatis está seguro de que su mensaje calará, ahora más que nunca, con casos como el reciente apagón de internet tras las revueltas en Egipto. Ningún dictador apagará su satélite. "Bloquear internet es un crimen contra la humanidad", advierte.
Publico
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