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2009/02/13

Las ratas huyen del restaurante de lujo...sin pagar la cuenta

Fuente: ABC.es.

Hace poco en los restaurantes de lujo de Estados Unidos se podían ver escenas como esta, contada a The New York Times por la esposa de un adinerado ejecutivo: cuando se juntaban con otros adinerados ejecutivos y sus señoras para salir a cenar, al llegar la cuenta jugaban todos a la “lotería de la tarjeta de crédito”. Cada uno saca una tarjeta de crédito y la deja encima de la mesa. Llaman entonces al camarero y le piden que elija una tarjeta sin mirar. Cuando ya la ha elegido debe leer el nombre del titular de la tarjeta en voz lo suficientemente alta para que lo oiga todo el restaurante. Aplausos y risotadas en la feliz mesa, donde el “afortunado” ganador de la lotería paga la totalidad de la cuenta, así suba de 1.000 dólares para arriba, propina no incluida.

¡Qué tiempos! La mujer del ejecutivo que es la “garganta profunda” del Times se moría de vergüenza, pero todos los demás se lo pasaban bomba, en la línea de los Amos del Universo retratados por Tom Wolfe en “La hoguera de las vanidades”. Y a los restaurantes les iba de cine.

Ágoras gastronómicas como las braserías Wolfgang, con sede en Nueva York y en Los Angeles, o Michael’s con sus vistas panorámicas del midtown de Manhattan tanto de ventanas para afuera como para adentro –hay quien va a desayunar para dejarse ver por la mitad de lo que cuesta almorzar-, cabalgaban sobre la cultura de la ostentación de las comidas de empresa o directamente del ego.

Para entender lo que pasa hay que partir de la base de que a los norteamericanos en general no les gusta comer; no como a un español, por lo menos. Para ellos un vinito bueno pero barato no es un hallazgo sino un timo. Su idea de comer bien no pasa tanto por disfrutar la comida como por pagar mucho por ella. El prestigioso Pew Research Center acaba de publicar un estudio, hecho completamente en serio, donde divide el país entre amantes de Starbucks y amantes de McDonald’s. Starbucks se impone entre los progresistas, las mujeres, la gente joven y las personas con mayores ingresos. Prefieren McDonald’s los conservadores, los hombres, los viejos y los pobres. Globalmente McDonald’s arrastra a su campo al 43 por ciento de los encuestados, mientras Starbucks tiene el 35 por ciento.

No es raro entonces que la comida tenga un valor social más importante que el nutritivo, sobre todo para personas cuyo trabajo consiste en gran medida en la constante exhibición de poderío y de estatus: ejecutivos no sólo de Wall Street sino de grandes estudios de cine o de televisión o de multinacionales. Un ejecutivo de Verizon se quejaba por ejemplo de la dificultad de mantener los contactos bien engrasados con periodistas cuyos códigos deontológicos empresariales no les permiten aceptar invitaciones a comer, es decir, que si van a comer con una “fuente” tienen que pagar ellos. Lo cual en estos momentos les fuerza a elegir entre la información de primera mano y la ruina. O el McDonald’s, claro.

Hay quien sustituye entonces la comida de sonsaque por el café, que es más económico y más digno, sobre todo tomado a pie de máquina en la propia oficina. Pero claro, no es la misma complicidad. Aún así sigue siendo preferible al papelón de estar comiendo un ejecutivo de televisión, un productor y una actriz, que traigan la cuenta y que todo el mundo se quede mirando al techo...en un país donde no se concibe la larga sobremesa.

La crisis altera códigos de etiqueta muy arraigados, tales como que los señores invitaban a las señoras, los ejecutivos a los clientes, los jefes a los empleados y los que piden un favor a aquel que se lo va a hacer. Un desempleado reciente quedó a comer con un colega para pedirle consejo. El ágape salió por un importe relativamente discreto -40 dólares-, con lo cual el colega en mejor situación pensó en invitar él al más apurado. Cuál no sería su sorpresa al rechazar este la oferta: prefería pagar cada uno lo suyo pero guardarse la factura, para así poderla pasar in extremis a la empresa que acababa de despedirle.

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