Una de las promesas nunca cumplidas de la informática es la de la oficina sin papeles, en la que todo el trabajo se llevaría a cabo en los ordenadores, sin necesidad de imprimir nada; más bien ha sucedido todo lo contrario y parece que cada vez se imprime más. Los libros también llevan mucho tiempo en el punto de vista de los que pretenden eliminar el uso del papel en la mayor medida posible, pero lo cierto es que hasta ahora los libros electrónicos no han demostrado tampoco ser especialmente populares.
La idea detrás de los libros electrónicos, como su propio nombre indica, es la de sustituir el papel por archivos digitales que se puedan leer en la pantalla del ordenador, teléfono móvil u otro dispositivo electrónico, o, en especial, de un dispositivo específicamente diseñado para ello, como puede ser el Kindle, de Amazon, del que esta misma semana se presentó la segunda versión.
Los dispositivos como el Kindle -solo disponible en Estados Unidos- o el Papyre, por citar un par de ellos, suponen una curiosa dicotomía, ya que aunque pretenden ser los que impulsen la adopción del libro electrónico, al mismo tiempo intentan que la experiencia de leer un texto usándolos sea lo más parecida posible a la de leer un libro de verdad.
Para ello usan en sus pantallas una tecnología llamada tinta electrónica que, aparte de consumir muy poca electricidad -solo cuando se pasa de página-, resulta muy cómoda para los ojos, ya que la imagen no se está refrescando continuamente como en una pantalla tradicional, ya sea de tubo o plana, y se ve perfectamente incluso a la luz del sol. La desventaja es que, hoy por hoy, la tinta electrónica ofrece un contraste muy inferior al de una pantalla normal -a menudo se compara con el contraste de un periódico sucio- y que los modelos comercializados solo son capaces de mostrar imágenes en blanco y negro y limitadas a pocos niveles de grises, con lo que la calidad de las ilustraciones deja mucho que desear.
Aún así, y como es de rigor en el campo de la tecnología ya existen desarrollos de tintas electrónicas que permiten no solo ver imágenes en color, sino incluso en movimiento, que serían capaces de reproducir vídeo, aunque aún tardarán algún tiempo en llegar al mercado.
Por lo demás, los lectores de libros electrónicos ofrecen una duración de batería que no se mide en días, sino en semanas, gracias al bajo consumo de sus pantallas, y, según en qué modelos, hasta incluyen un teclado para realizar búsquedas o escribir notas al margen en el contenido de los libros que almacenan, cuyo número solamente está limitado por la memoria que incorporan, que de nuevo en algunos modelos es ampliable. También son muy ligeros y de un tamaño similar al de un libro de papel.
Algo para leer
En cualquier caso, lo que importa, por muy bien diseñado que esté el lector, es el contenido, lo que se puede leer en estos dispositivos. En este sentido, es muy importante a la hora de pensar en adquirir uno de estos lectores, cuyo precio por cierto ronda los 300 o 400 euros, que este sea capaz de leer documentos en la mayor variedad de formatos posibles, como mínimo en formato texto, PDF y HTML, y que no venga limitado por ningún sistema de gestión de derechos digitales que impida reproducir documentos que no lo incorporen.
También es necesario que las editoriales apuesten por el formato, ya que aunque existe una gran cantidad de obras literarias cuyos derechos de autor ya han expirado o que han sido cedidos por sus autores y que ahora están disponibles a través de iniciativas como el Proyecto Gutenberg, las obras más recientes son por lo general más difíciles de encontrar en este formato.
De todos modos, dada la naturaleza de estos dispositivos, la variedad de contenidos que pueden reproducir no tiene porque verse limitada a versiones electrónicas de libros, ya que también sirven para reproducir música o para ver webs, como hace el Kindle gracias a su capacidad de conectarse a las redes de telefonía 3G.
Otros competidores
Además de todo lo anterior, los lectores de libros electrónicos se enfrentan también a la competencia de unos teléfonos móviles cada vez más sofisticados y perfectamente capaces de reproducir el mismo tipo de contenidos, aunque sea en una pantalla más pequeña, y que estamos más que acostumbrados a llevar encima.
De hecho, Google anunciaba hace apenas unos días la disponibilidad de una versión especialmente adaptada para teléfonos móviles de su servicio de búsqueda de libros, que ofrece aproximadamente un millón y medio de títulos libres de derechos en Estados Unidos y cerca de medio millón fuera de ese país.
Personalmente, aunque puedo entender la comodidad de disponer de cientos o miles de libros en un lector de los mencionados y de poder consultarlos en cualquier momento, sigo pensando que tendremos libros de los de toda la vida durante mucho tiempo todavía, y es que tampoco creo que un nuevo formato tenga que acabar con el antiguo, sino que lo mejor para todos será que convivan.
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