A menudo los diarios llevan, encartados, monográficos publicitarios. El jueves, La Vanguardia llevaba uno llamado Nuevas tecnologías, que incluía una entrevista con Carles Aragonès, director de marketing de Haier Europe. Me sorprendió el titular: "¿Es posible el control del televisor a través del pensamiento?". Dice Carles Aragonés: "Hemos presentado innovaciones tan destacadas como el OLED transparente, el control domótico de una vivienda a través del televisor, el televisor totalmente inalámbrico y, como ejemplo difícil de creer si no lo vemos con nuestros propios ojos, el control del televisor con el pensamiento. Se trata de una técnica en pleno desarrollo en nuestro departamento de I+D, y permitirá al usuario acciones como subir o bajar el volumen y cambiar de canal por medio de la mente".
He ido a la web de la empresa, a ver quiénes son. Pues resulta que Haier Europe es "a successful provider of integrated home appliances" y que nace en el 2000 a partir de la experiencia del preexistente grupo Haier en el sector de los electrodomésticos, y de su demostrada capacidad de innovación. Por lo que uno lee se nota que saben de qué va eso de coger un electrodoméstico y, con imaginación, hacerlo evolucionar. Es en ese momento cuando empiezo a preocuparme. ¿Se imaginan un mundo donde de verdad podamos controlar el televisor con el pensamiento? Para quien vive solo sería perfecto. Se habrían acabado los mandos –desde la llegada de la maldita TDT ya son dos como mínimo– y con una simple decisión del cerebro bastaría para pasar de Telecinco a TV3, de TV3 a La Sexta, de La Sexta a 8tv y de 8tv a Antena 3. Con el pensamiento subirías el volumen para oír lo que dice Torreiglesias y, cuando llegase la publicidad, con el pensamiento lo rebajarías a un nivel razonable de decibelios. Todo eso, sólo con el poder de la mente y la tecnología Haier.
Pero, ¿y las casas donde la tele la miran diversas personas? Actualmente la lucha por la posesión de los mandos es el eje dramático de muchas vidas familiares. Por eso, si ese eje pasara a los cerebros, el dramatismo aumentaría a niveles peligrosos. Cuando A subiese el volumen, B lo rebajaría de inmediato, sólo décimas de segundo antes de que C cambiase a La 2, instante en el que A subiría nuevamente el volumen, D lo rebajaría acto seguido y, sin perder ni un instante, B cambiaría a Intereconomía. El combate mental sería despiadado. Si Haier avanza en esa línea de televisores, sería necesario que el control por medio del pensamiento incluyese un desintegrador –también mental, claro– que permitiese reventar en una nube de humo al individuo o los individuos que, sentados con nosotros en el sofá (a menudo con la excusa del parentesco), una y otra vez nos dificultan el control del televisor. Si ahora lo hacen con los mandos, está claro que mañana intentarán hacerlo con el pensamiento.
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