Un cuarto de siglo antes, el inventor catalán había sorprendido a la sociedad española con un barco pez, un submarino que fue capaz de avanzar bajo el agua durante dos horas en el puerto de Barcelona en septiembre de 1859. Y la prensa despachaba su muerte con una frase en medio de una referencia al robo de palomos, pese a que dos años antes el mismo diario había apostado por "la reivindicación de su gloria, oscurecida hoy por el olvido, discutida un día por los pedantes, negada por los ligeros, menospreciada por los indiferentes". Y en pleno 2010, el español que inventó un submarino 30 años antes que Isaac Peral, sigue en el olvido fuera de Catalunya.
La sociedad perfecta
Ahora, un descubrimiento ha devuelto a la actualidad la figura de Monturiol, uno de los héroes de la paleotecnología española. En 1994, la directora de la biblioteca del Observatorio del Ebro, un centro de investigación fundado por los jesuitas en 1904, encontró en una estantería el libro Arquitectura Naval, con una inesperada dedicatoria: "A mi amigo Narcís Monturiol".Durante 16 años, la directora, Maria Genescà, buscó entre los 60.000 volúmenes de la biblioteca ejemplares con la misma fecha de entrada: 16 de agosto de 1944, cuando los nazis y los aliados se disputaban Europa en la Batalla de Normandía. Y han aparecido unos 70 libros, la biblioteca personal de Monturiol, donde están todos los conocimientos sobre oceanografía y construcción naval que utilizó para crear su precursor del submarino, el Ictíneo (en griego, "el barco pez"). "Era una época en la que la navegación submarina era una preocupación militar, pero él la quería dedicar a recoger coral e investigar el océano", señala Genescà.
Los libros, con marcas y anotaciones, "demuestran que Monturiol trabajó con materiales de primera categoría para crear un submarino que liberase a la humanidad", según el mayor experto en el inventor, el historiador de la ciencia Antoni Roca Rosell.
Monturiol lo había dejado todo para desarrollar su máquina. En 1854, su sueño se había cumplido. Los seguidores del socialista francés Étienne Cabet le invitaban a unirse a sus comunas igualitarias en Illinois (EEUU). Allí nacería la sociedad perfecta, Icaria, donde sus habitantes, casi todos franceses, vivirían sin dinero y sin propiedades privadas. Sin revolución violenta, los comunistas cabetianos querían conquistar el mundo armados únicamente con su ejemplo. Sin embargo, Monturiol, líder del movimiento cabetiano en España, rechazó cruzar el océano para sumarse a la utopía. Se quedó, cuando arrancaba el Bienio Progresista, para emprender uno de los mayores proyectos de la tecnología española de la época.
La sociedad perfecta imaginada por Cabet se levantaría sobre la ciencia y el comunismo. Y no faltaban los que fantaseaban con que los icarianos se desplazarían bajo las aguas. Monturiol asumió el reto y comenzó a devorar libros, los mismos que ahora han aparecido en la biblioteca de Roquetes, en Tarragona.
Como una ballena muerta
Formó un equipo de expertos y arrancó su aventura en 1857. Un año después, el diseño del primer Ictíneo estaba listo. Era un pez de madera de siete metros de longitud con capacidad para transportar a cinco tripulantes. Cuatro de ellos tendrían que darle a unas manivelas para mover la hélices que impulsarían el barco pez. En 1859, el submarino se probó en el puerto de Barcelona. Avanzaba a menos de un kilómetro por hora, la velocidad de un niño de tres años caminando, pero avanzaba.Alcanzó tanta popularidad que logró recaudar 500.000 pesetas de donaciones de ciudadanos, el equivalente actual a tres millones de euros. Hasta la reina Isabel se vio obligada a aportar dinero "a título personal" al proyecto de un comunista antimonárquico, según explica Roca Rosell. "La reina tenía muy mala prensa, y quería recuperar su imagen utilizando el Ictíneo", detalla el profesor, de la Politécnica de Catalunya.
Tras los primeros ensayos en el puerto de Barcelona, Monturiol remolcó su submarino hasta Alicante para una demostración oficial ante una comisión nombrada por el Gobierno. El Ictíneo volvió a navegar bajo el agua. Sin embargo, como recordó La Vanguardia en 1883, ocurrió una "anécdota tan triste como curiosa", que mostraba "cuánto influjo tienen en las cosas mayores las circunstancias más insignificantes".
Monturiol se presentó ante la comisión para convencer con un discurso al Gobierno de que apoyara su barco-pez. "Mas sucedió que o la escasa brillantez retórica del inventor o la aridez natural en una disertación sobre puntos técnicos (...) o el cansancio y mareo que en los comisionados o en algunos de ellos produjera la permanencia a bordo del Ictíneo durante los ensayos, pusieron de tan mal talante a los oyentes de Monturiol que ni le entendieron ni quisieron darle la razón, y aun se dio el caso de que el presidente acabase por dormirse", relató el periódico.
El inventor decidió proseguir sin ayuda del Gobierno, que tampoco quiso saber nada de un gigantesco modelo para uso militar con capacidad para 1.200 marineros. Su equipo diseñó un segundo Ictíneo, más grande y mejorado, y lo botó en 1862. Pero seguía moviéndose como una ballena muerta. Frente a las 100.000 pesetas gastadas en el primer prototipo, Monturiol necesitó 400.000 para crear y perfeccionar el segundo.
Los bíceps de los 16 tripulantes no eran suficientes para mover el ingenio, de 17 metros de eslora, a una velocidad adecuada. Y el inventor optó por una solución revolucionaria: un motor de vapor. "Fue el primero que puso un motor dentro de un submarino", subraya Roca Rosell.
El catalán creó un nuevo combustible cuya reacción producía calor y oxígeno, ideal para su uso en un sumergible. Y el Ictíneo motorizado se lanzó al agua en 1867. Era la prueba definitiva. La empresa de Monturiol estaba al borde de la quiebra. Y el ensayo fracasó, porque el motor aumentó la velocidad de la máquina. El catedrático de motores Enric Freixa afirmó en 1986 que el gran error del inventor fue la hélice, mal diseñada e incapaz de impulsar al submarino.
Aquí se acabó la aventura. Todos los empleados se quedaron en la calle. Los Ictíneos fueron subastados y acabaron descuartizados en 1868. Y el gran sueño tecnológico de Monturiol acabó en un fracaso, igual que las comunas comunistas de EEUU. El inventor, deprimido, se dedicó a algo con más futuro: una máquina de liar cigarrillos.
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