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2010/11/22

Isaac Newton y la piedra filosofal

Nuestro esperma crudo fluye de tres sustancias, de las que dos se extraen de la tierra de su natividad por la tercera y después se convierten en una pura Virgen lechosa como la naturaleza obtenida del Menstruo de nuestra sórdida ramera. Estos tres manantiales son el agua [], la sangre (de nuestro León verde totalmente volátil y vaciado de azufre metalino), el espíritu (un caos, que se aparece al mundo en una vil forma compacta, al Filósofo unida a la sangre de nuestro León verde, del que así se hace un león capaz de devorar a todas las criaturas de su clase...)".
Estas frases, que parecen obra de un demente, fueron escritas junto a miles de otras de similar cariz con el puño y letra de uno de los dos fundadores de la física moderna. Hasta la década de 1930, Isaac Newton (1642-1727) pasaba por ser sólo el tipo serio de melena en cascada blanca y cerebro ortogonal que había parido el cálculo diferencial mérito compartido con Leibniz, la ciencia óptica y las leyes de la mecánica y la gravitación que cohesionaron el universo de la física hasta Einstein. Tanto pensó y trabajó que no tuvo colaboradores, ni amigos, ni mujer ni amantes conocidas. Hay quien asegura que se fue a la tumba tan virgen como había nacido, un celibato en el que otros ven la grieta, nunca demostrada, de una homosexualidad secreta.
Pero si Newton nunca salió del armario en lo sentimental, también durante siglos aguardó atado y amordazado en lo profesional. Después de su muerte, los académicos del XIX descubrieron incómodos con qué rellenaba Newton los huecos de un cerebro donde aún le sobraba espacio después de encajarse el universo entero: la alquimia. Achacando aquellos devaneos a años y años de trastear con mercurio, los científicos victorianos decidieron que aquel pecadillo del mayor físico británico estaba mejor donde lo habían hallado, enterrado en el armario.
En julio de 1936, la casa Sotheby's de Londres reabrió la caja de los truenos al subastar los papeles de Portsmouth, una colección de manuscritos inéditos de Newton que dormían en el archivo familiar de la única mujer a la que el físico misógino admitió en su vida, su sobrina Catharine Barton. Casi cuando se había vendido todo el pescado, en la subasta aterrizó un personaje que se había enterado de la venta pública en el último momento por un aviso de su hermano. El estudioso de Newton y economista John Maynard Keynes tuvo que recurrir al cambalache fuera de subasta para hacerse con la presa que codiciaba, los papeles del Newton alquimista.

Lenguaje hermético

En aquel montón de páginas, el campeón del intervencionismo estatal redescubrió para el mundo más de un millón de palabras de jerga simbólica y oscura que acrisolaba la propia cosecha de las retortas de Newton con las transcripciones que hizo de sus maestros predecesores. En aquellos escritos no se retrataba el padre del teorema del binomio, sino el alquimista Jeova sanctus unus (Jehová, un único santo), seudónimo con el que Newton daba rienda suelta a su inconfesable herejía contra la Trinidad cristiana. Sus retahílas indescifrables rebosan el hermetismo de una disciplina medieval cuyos adeptos revestían sus secretos de códigos para no revelar sus avances en el camino hacia la Piedra Filosofal, la sustancia capaz de transmutar plomo en oro y de curar al ser humano de sus dolencias; la panacea, el elixir de la vida. Cuando Newton hablaba de la "sórdida ramera", se refería a la estibina, el mineral del que los alquimistas extraían su "menstruo", el antimonio.
Hace cinco años, un trabajo de catalogación en la Royal Society de Londres, en su día presidida por Newton, sacó a la luz parte de aquellos manuscritos perdidos durante décadas después de la subasta de Sotheby's. El peso de las pruebas acumuladas ha inclinado la balanza hasta obligar a los expertos a aceptar que Newton no era un científico jugando a mago en sus ratos de ocio, sino que era, por encima de sus demás ocupaciones, "el alquimista más completo y erudito de su época", en palabras de su biógrafo James Gleick. Mientras, la ciencia lo juzga con benevolencia, exculpándolo de sus coqueteos con el ocultismo a cambio de sus aportaciones científicas.

Rehabilitación

Pero no todos los expertos comparten esa visión displicente. Desde la Universidad de Indiana en Bloomington (EEUU), el historiador de la ciencia William Newman ha empeñado su carrera en conseguir la rehabilitación histórica de la alquimia. "Es una de mis metas y creo que lo vamos consiguiendo", dice. En el camino hacia la mítica piedra, argumenta Newman, los alquimistas extraían metal de su mena, lo disolvían con ácidos, lo precipitaban y lo mezclaban en aleaciones. En suma, prosigue Newman, lo que los alquimistas hacían no era otra cosa que reacciones químicas, y lo hacían con rigor y repetición. Sus trabajos alumbraron las técnicas de destilación, de síntesis y análisis, y de ellas derivó la fabricación de metales, licores, pigmentos o fármacos.
Newman va más allá al explicar su mayor hallazgo: "Newton combinó su trabajo en alquimia y en óptica; la idea de que la luz se podía descomponer en su espectro y luego unirse de nuevo en luz blanca con una lente procede del concepto alquímico de que todo estaba formado por corpúsculos que se podían romper y recombinar; en esta filosofía mecánica del siglo XVII se basaba la transmutación, y sabemos por sus notas que Newton se inspiró en ello para sus experimentos de óptica".
De la misma opinión es el profesor de la Universidad Johns Hopkins (EEUU) Lawrence Principe. En 1989, este químico transmutado en historiador desenterró en los cajones de la Royal Society los papeles que demostraban la vertiente alquímica de otro venerado científico, el irlandés Robert Boyle, para muchos el primer químico moderno. Principe sostiene que "la alquimia no es irracional", sino ciencia seria, aunque mal encaminada.
En su intento por lavar la imagen de la alquimia, Newman y Principe no han dudado en enfundarse los guantes para resucitar las retortas y las cocciones. Con material de vidrio diseñado a semejanza del original y gracias a un horno similar al de Newton que Newman ha construido en su jardín, estudian y replican los experimentos para demostrar que en su concepción, desarrollo y resultados, y una vez despojados del lenguaje hermético, difieren poco de lo que Boyle y los químicos de la Ilustración hacían a plena luz y con el sello oficial de la ciencia.

"Copérnico y Fausto en uno"

En 1946, Keynes preparó una charla para la celebración del tercer centenario del físico en la Royal Society, que finalmente tuvo que leer su hermano Geoffrey tras la repentina muerte del economista. El que fue un gran conocedor de la figura de Newton no creía que el lado más oscuro del físico le hiciera "menos grande". "Era menos ordinario, más extraordinario de lo que el siglo XIX había hecho de él". "En el siglo XVIII y desde entonces, se veía a Newton como el primero y mayor de la moderna era de los científicos, un racionalista, uno que nos enseñó a pensar en las líneas de la razón fría y sin color. Yo no lo veo así".
Era "Copérnico y Fausto en uno", resumía. Y añadía: "Newton no fue el primero de la Edad de la Razón. Fue el último de los magos, el último de los babilonios y los sumerios, la última gran mente que miró al mundo visible e intelectual con los mismos ojos que aquellos que comenzaron a construir nuestro mundo intelectual hace menos de 10.000 años".
Hoy sabemos que los elementos químicos no son distintos en esencia, sino que todos están construidos con los mismos corpúsculos sólo tres protones separan al plomo del oro, así que es teóricamente posible transformar unos en otros, como hacen los aceleradores de partículas o los reactores nucleares. Los científicos han producido diamantes a partir de cenizas humanas, residuos orgánicos o incluso tequila. En 1941 se transmutó por primera vez mercurio en oro mediante bombardeo de neutrones... ¿Desencaminados o adelantados a su tecnología?

Publico

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