En julio de 2008, dos perros corrían por la playa de Hillion, en Bretaña, divirtiéndose sobre un espeso manto de algas verdes casi en putrefacción. Murieron instantáneamente. El verano pasado, un caballo sufrió la misma suerte en la playa también bretona de Trédrez Locquémeau, y el nerviosismo empezó a dispararse. Un nerviosismo que se convirtió en ira cuando le tocó el turno de perder la vida a Thierry Morfoisse, un empleado del pueblo de Binic. El hombre precisamente estaba contratado para recoger en su camión toneladas y toneladas de esa alga, la Ulva lactuca o lechuga de mar, que amenaza con sumergir la península francesa del Atlántico a golpes de mareas verdes.
El Gobierno francés se encuentra confrontado a un escándalo ecológico y de salud pública de grandes dimensiones a punto de estallar. En las playas de Bretaña se están multiplicando las mareas verdes que alcanzan proporciones descomunales, liquidan playas enteras declaradas no aptas para el baño o el paseo, y generan costes inabordables para los municipios y gobiernos comarcales que optan por retirarlas. Mareas que no cesan pese a las declaraciones y las visitas a zonas siniestradas del primer ministro, François Fillon, el ministro de Agricultura, Bruno LeMaire, y la secretaria de Estado de Ecología, Chantal Jouanno.
Todo comenzó a finales de los años cincuenta del siglo pasado. En pleno desarrollismo a la francesa, París decidió que la única manera de generar actividad en Bretaña y sacar a la región de la pobreza era desarrollar la ganadería intensiva, y también la agricultura que va con ella. Resultado tras medio siglo: Bretaña, que sólo tiene el 7% de la superficie agrícola de Francia, concentra el 50% de las granjas de cerdos y de pollos. La ganadería extensiva de vacas en praderas naturales ya no es más que un recuerdo en esta región, cuando sigue siendo la norma en la mayoría del territorio de esa gran potencia mundial agro-alimentaria que es Francia.
Para poder dar de comer a todos esos animales con las técnicas hors sol -literalmente fuera de suelo- todo valía. "A partir de los años cincuenta, para las granjas de vacas, pollos y cerdos, buena parte de la alimentación animal empezó a ser importada, con complementos nutritivos nitrogenados, como la soja. Luego los excrementos animales eran esparcidos por las tierras como abono, sin tener en cuenta el suplemento de nitrógeno, y además con otros abonos suplementarios, también con nitrógeno", explica Laurent Ruiz, agrónomo e hidrogeólogo del Instituto Nacional de Investigación Agronómica (INRA) francés.
Esas aportaciones excesivas de nitrógeno pudieron ser retenidas en parte por los suelos, y también por algunas praderas que seguían persistiendo. Pero, según datos oficiales del Ministerio de Medio Ambiente, a partir de los años setenta el excedente de nitrógeno empezó a invadir los cursos de agua dulce. De 10 miligramos de nitrato por litro en 1977, se pasó a unos 38 miligramos por litro en los años noventa.
Según Ruiz, en los años ochenta las medidas adoptadas lograron empezar a limitar la presencia de nitratos en los suelos, un nivel que ya no crece. "Pero las cuencas fluviales ejercen por sí solas una gradación. Es como una esponja que se hubiera empapado una vez con colorante. Hay que aclararla muchas veces antes de que todo eso se vaya. Es lo que está ocurriendo ahora: el medio ambiente sigue desprendiéndose de sus nitratos. Desde la pasada década, se creía que el nivel de nitratos en los cursos fluviales iba a bajar. Pero no. Se mantiene a un nivel elevado de 30 a 40 miligramos por litro. Lo que quiere decir que, en las peores cuencas, se alcanza un nivel de 70 miligramos por litro", explica Ruiz.
Un nivel intolerable para el hombre y dañino para el medio ambiente, cuyo resultado más terrorífico es la proporción que han alcanzado las mareas verdes. Especialmente en unas 12 bahías de dos departamentos de Bretaña, las Côtes d'Armor y el Finistère, donde desembocan los cursos fluviales más cargados de veneno, y que son más propicias a corrientes y olas. Allí, en esos puntos catalogados como "cuencas contenciosas" por la administración, entre primavera y verano el espesor de la marea verde en aguas poco profundas puede alcanzar hasta los 12 metros.
Según una nota confidencial remitida por el prefecto de Côtes d'Armor al primer ministro francés, en 1997 se recogieron 42.500 metros cúbicos de algas putrefactas, y en 2008 alcanzaban ya los 70.000. Según los años, se ven afectados entre 53 y 72 municipios.
El nivel de nitratos en los ríos que aliviaría el fenómeno es de una decena de miligramos por litro. Pero ese nivel aceptable sólo sería posible con el "cese total de la agricultura en las cuencas contenciosas y una conversión total de las tierras en praderas explotadas pero no fertilizadas", explica el prefecto. ¿Praderas naturales en medio de granjas industriales de cientos de miles de cerdos enlatados? Esa "evolución", estima el alto funcionario, "no es posible por el momento, por lo que el fenómeno de las algas verdes no puede más que perdurar".
El Gobierno francés se encuentra confrontado a un escándalo ecológico y de salud pública de grandes dimensiones a punto de estallar. En las playas de Bretaña se están multiplicando las mareas verdes que alcanzan proporciones descomunales, liquidan playas enteras declaradas no aptas para el baño o el paseo, y generan costes inabordables para los municipios y gobiernos comarcales que optan por retirarlas. Mareas que no cesan pese a las declaraciones y las visitas a zonas siniestradas del primer ministro, François Fillon, el ministro de Agricultura, Bruno LeMaire, y la secretaria de Estado de Ecología, Chantal Jouanno.
De las granjas al mar
Las mareas verdes, cada vez más imponentes en las bahías, tienen su origen poco confesable en los excrementos del interior de las tierras, en un efecto dominó que se parece mucho a un auténtico museo de los horrores ecológicos. La altísima concentración en Bretaña de las granjas intensivas de cerdos, vacas y pollos ha provocado masivas aportaciones de nitrógeno procedente de los abonos y la alimentación animal. Un nitrógeno que luego se escapa por los efluentes -el líquido resultante de los excrementos animales y de los abonos- y acaba contaminando la tierra, convirtiéndose en nitrato y descargando en los cursos de agua antes de desembocar en el mar. En las bahías, esas altísimas concentraciones de nitrato hacen las delicias de las lechugas de mar, que lo invaden todo.Todo comenzó a finales de los años cincuenta del siglo pasado. En pleno desarrollismo a la francesa, París decidió que la única manera de generar actividad en Bretaña y sacar a la región de la pobreza era desarrollar la ganadería intensiva, y también la agricultura que va con ella. Resultado tras medio siglo: Bretaña, que sólo tiene el 7% de la superficie agrícola de Francia, concentra el 50% de las granjas de cerdos y de pollos. La ganadería extensiva de vacas en praderas naturales ya no es más que un recuerdo en esta región, cuando sigue siendo la norma en la mayoría del territorio de esa gran potencia mundial agro-alimentaria que es Francia.
Para poder dar de comer a todos esos animales con las técnicas hors sol -literalmente fuera de suelo- todo valía. "A partir de los años cincuenta, para las granjas de vacas, pollos y cerdos, buena parte de la alimentación animal empezó a ser importada, con complementos nutritivos nitrogenados, como la soja. Luego los excrementos animales eran esparcidos por las tierras como abono, sin tener en cuenta el suplemento de nitrógeno, y además con otros abonos suplementarios, también con nitrógeno", explica Laurent Ruiz, agrónomo e hidrogeólogo del Instituto Nacional de Investigación Agronómica (INRA) francés.
Esas aportaciones excesivas de nitrógeno pudieron ser retenidas en parte por los suelos, y también por algunas praderas que seguían persistiendo. Pero, según datos oficiales del Ministerio de Medio Ambiente, a partir de los años setenta el excedente de nitrógeno empezó a invadir los cursos de agua dulce. De 10 miligramos de nitrato por litro en 1977, se pasó a unos 38 miligramos por litro en los años noventa.
Según Ruiz, en los años ochenta las medidas adoptadas lograron empezar a limitar la presencia de nitratos en los suelos, un nivel que ya no crece. "Pero las cuencas fluviales ejercen por sí solas una gradación. Es como una esponja que se hubiera empapado una vez con colorante. Hay que aclararla muchas veces antes de que todo eso se vaya. Es lo que está ocurriendo ahora: el medio ambiente sigue desprendiéndose de sus nitratos. Desde la pasada década, se creía que el nivel de nitratos en los cursos fluviales iba a bajar. Pero no. Se mantiene a un nivel elevado de 30 a 40 miligramos por litro. Lo que quiere decir que, en las peores cuencas, se alcanza un nivel de 70 miligramos por litro", explica Ruiz.
Un nivel intolerable para el hombre y dañino para el medio ambiente, cuyo resultado más terrorífico es la proporción que han alcanzado las mareas verdes. Especialmente en unas 12 bahías de dos departamentos de Bretaña, las Côtes d'Armor y el Finistère, donde desembocan los cursos fluviales más cargados de veneno, y que son más propicias a corrientes y olas. Allí, en esos puntos catalogados como "cuencas contenciosas" por la administración, entre primavera y verano el espesor de la marea verde en aguas poco profundas puede alcanzar hasta los 12 metros.
Masa putrefacta
Una vez que el mar ha depositado las algas en la playa, el grosor de la materia en putrefacción puede alcanzar los 20 centímetros. Toda una masa putrefacta que queda lista para desprender, en cuanto un pie rompe la capa seca, niveles de sulfuro de hidrógeno capaces de matar perros, caballos y hasta humanos, por asfixia, por edema pulmonar o por complicaciones asociadas.Según una nota confidencial remitida por el prefecto de Côtes d'Armor al primer ministro francés, en 1997 se recogieron 42.500 metros cúbicos de algas putrefactas, y en 2008 alcanzaban ya los 70.000. Según los años, se ven afectados entre 53 y 72 municipios.
El nivel de nitratos en los ríos que aliviaría el fenómeno es de una decena de miligramos por litro. Pero ese nivel aceptable sólo sería posible con el "cese total de la agricultura en las cuencas contenciosas y una conversión total de las tierras en praderas explotadas pero no fertilizadas", explica el prefecto. ¿Praderas naturales en medio de granjas industriales de cientos de miles de cerdos enlatados? Esa "evolución", estima el alto funcionario, "no es posible por el momento, por lo que el fenómeno de las algas verdes no puede más que perdurar".
No hay comentarios:
Publicar un comentario