Los métodos para medir la actividad humana en la red ofrecen una imagen incompleta acerca del aprendizaje y la comunicación en línea, en especial porque las herramientas que se emplean fragmentan excesivamente las intervenciones de los usuarios. Esta es la principal conclusión de una reciente investigación llevada a cabo en el Centro Berkmnan para Internet y la Sociedad de la Universidad de Harvard.
Sus responsables, Rebekah Heacock y Rob Farris, aducen que la mayoría de las observaciones focalizadas en la Web se fundamentan en encuestas, que resultan “caras, a menudo sesgadas, poco representativas, subjetivas e inconscientes”. Para ejemplificar sus críticas, ambos expertos incluyen en su documento diversos trabajos puestos en circulación por prestigiosas instituciones como el Foro Económico Mundial, Eurostat, el Web Index o el Centro de Investigación Pew.
En opinión de otra analista, Caroline O’Donovan, del Laboratorio de Periodismo Nieman, también de Harvard, uno de los principales méritos del equipo de Berkmnan es su capacidad para descomponer el estudio del comportamiento de los navegantes en categorías más fáciles de cuantificar: búsquedas, etiquetas, gustos, seguidores, etc.
Con todo, Farris y Heacock conocen sus límites: “No está claro hasta dónde podemos llegar con la minería de este tipo de datos. Es posible que apenas hayamos arañado la superficie de la mente colectiva digital”, admiten. Los autores subrayan sus dudas sobre la eficiencia de las empresas que recopilan y venden información sobre hábitos de consumo en internet. “Alexa y ComScore han hecho un negocio de esto”, señalan. Pero quienes se avienen a participar en estas experiencias, “¿representan a los crédulos, a los ingenuos o a los aventureros?”, se preguntan. Y añaden: ¿Esta mecánica altera su actitud?”.
Particulares y empresas como Devin Gaffney –exploró las elecciones iraníes en 2009–, Panos Panagiotopoulos, Alinaghi Ziaee Bigdeli y Steven Sams –fijaron su atención en los disturbios del verano de 2011 en Londres– o SocialFlow –dedicada a diseccionar el debate presidencial de 2012 en Estados Unidos– se valen de Twitter y sus hashtags como instrumentos para calcular el interés que suscitan determinados acontecimientos. Pero, como recuerdan Rebekah Heacock y Rob Farris, basándose en las teorías de la socióloga Zeynep Tukekci, “estas etiquetas pueden tener distintos significados en contextos diferentes, e igualmente los debates pueden persistir a pesar de que los usuarios hayan abandonado el uso de hashtags relacionados”.
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