En Square, la nueva compañía de Jack Dorsey, fundador de Twitter, que maneja más de 2.000 millones de dólares al año en transacciones vía móvil, las paredes son de glass y tienen oídos. Todo el mundo se ve y no hay secretos. La razón, según Dorsey: promover la “confianza y la transparencia” en los empleados, lo que luego se traslada a los clientes. “La compañía tiene que reflejarse en el producto y viceversa”, decía Dorsey hace unos días en The New York Times.
¿Qué peso tiene el diseño del espacio en el éxito de una compañía? Para Dorsey es “raro que una compañía financiera se centre en el diseño”, pero es un primer paso para empezar a hacer las cosas de forma diferente y conseguir nuevos objetivos. Funciona en Silicon Valley. Con las start-ups tecnológicas. Aunque no siempre.
¿Y en España? “Para el desarrollo de tareas creativas, ya sean de ingeniería, arquitectura o diseño, los espacios abiertos son ideales, democráticos y muy enriquecedores”, asegura Carol Burton, CEO de Cilab, empresa española radicada en unas antiguas bodegas en medio de la Vega de Granada que gestiona infraestructuras urbanas con soluciones de inteligencia ambiental. “No afectan a la concentración del equipo mucho más de lo que lo haría un espacio cerrado con tareas aburridas”, continua.
Sin embargo, Burton defiende la necesidad de que existan también espacios más privados para los dirigentes de la empresa. No sólo para decirle a alguien lo que ha hecho mal. “Las broncas saben a bronca en cualquier lugar”, afirma la CEO de Cilab. Hay que contar con algún lugar para poder “hablar con clientes o proveedores de dinero, contratos y demás temas que no competen al resto del equipo por razones obvias”, insiste.
“Cuando fundamos Cilab, como arquitecta, decidí que lo mejor sería trabajar en un espacio diáfano. Después de un tiempo, con mi socio, tuvimos que habilitar una oficina para nosotros solos. Este nuevo espacio también es diáfano, luminoso y flexible, pero sólo para el equipo de dirección. De alguna manera, nos deja fuera de algunos procesos y lo echo de menos, pero nos permite tener privacidad”, resume.
Por su parte, Oriol Florejachs, del estudio Florejachs i Ortí, subraya que hay que tener en cuenta que “no todos los trabajos son iguales y no todos los empleados tienen las mismas necesidades, con lo que no existe un único modelo aplicable”.
Para este arquitecto, el espacio de trabajo tiene que tener “recursos suficientes para adaptarse al momento y la persona que tiene que hacer uso de él.” “Hay que huir de la idea de inmovilidad del entorno laboral y conseguir que una oficina pueda contener varias oficinas, según las necesidades, lo que es fácil de realizar con el mobiliario existente en el mercado”, concluye.
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