Hay gallegos en cualquier rincón del mundo, incluso españoles, pero en lo más alto pocos, y en lo más alto de una multinacional tecnológica sólo uno: Antonio Pérez, un vigués de 66 años, que lleva siete al frente de Kodak, la marca emblemática de la fotografía hasta que llegó la era digital. Después de 25 años trabajando para HP, en 2003 Pérez se incorporó a la multinacional de la fotografía. Ya entonces su misión era reenfocar el monstruo. De ser casi un monopolio en el mercado de la película fotográfica, a su adaptación al naciente y extraño mundo digital.
Durante esos diez años en la empresa, y desde el primer día, uno de sus principales trabajos ha consistido en cortar, cortar y cortar. Ha reducido la plantilla laboral en decenas y decenas de miles de trabajadores, y ha reorientado su negocio hacia el mercado sanitario, entre otros, pero aún así ha resultado imposible repetir las jugosas ganancias que obtenía de la venta de película.
En 2004, meses antes de que asumiera la dirección general de Kodak, Antonio Pérez era entrevistado por este diario.Sus palabras de entonces bien podrían haberse pronunciada hace un mes. “Las noticias sobre nuestra muerte se han exagerado”, decía, un gallego que ya se había acostumbrado a la cultura norteamericana de llamar a las cosas por su nombre. “Los márgenes de las cámaras digitales no son altos, pero hemos demostrado que sabemos realizar diseños digitales. Y una cosa más, y esto es muy importante: si alguien tenía alguna duda, alguna vez, de que el poder de nuestra marca estaba reducido al mundo analógico, ya no hay duda”.
Mucho antes, en 1998, Ciberp@ís, publicaba una semblanza de Pérez bajo el título “Un gallego en la cumbre de Silicon Valley”. Este gallego, efectivamente, es un producto del dinamismo informático de esa región californiana, pero en 2003 saltó a la otra punta del país, a la clasista Nueva Inglaterra, para hacerse en un año con el timón de la compañía de Rochester, fundada en 1892 por George Eastman. A Pérez nadie le ha regalado nada. Ingeniero de telecomunicaciones, tuvo que dedicarse a la venta, porque quebró la empresa que le dio su primer empleo. “No tenía ni idea de vender. Era retraído y aquellos cinco años cambiaron mi carácter”, explicaba. Le nombraron en HP mejor vendedor de Europa. “Estoy convencido de que todo se aprende trabajando”. Saltó de Stuttgart a Barcelona, luego a San Diego, hasta que el 40% de su tiempo lo pasaba fuera de casa. “Mi cuartel general es el ordenador portátil”.
Cuando no viajaba, vivía en California. “Esto es el paraíso. Ves fabricar el futuro, que es la convergencia de las tecnologías en una sola: la de la comunicación, algo que se meterá en los hogares como en la luz”, decía en 1998. Cada frase se podría enmarcar en las paredes de Ministerio de Ciencia y tecnología (si lo hubiera): “La industria española no lo hace mal, pero se dedica a la parte intermedia de la cadena, la que menos margen tiene. El valor añadido lo ponen los que están en contacto con el cliente”. La esperanza para España la ponía en Internet. “Internet da igual que seas una empresa pequeña o grande, importa la creatividad y España la tiene y tiene buena educación. Es su oportunidad. Los líderes de mañana no van a ser lo mismo de hoy. Seguro”. Seguro.
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