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2010/10/04

Así era la primera tarjeta de crédito

ABC

Se ha convertido en un elemento indispensable de muchas carteras y todo un símbolo de la economía desarrollada capitalista, pero hubo un tiempo en el que las tarjetas de crédito eran un medio de pago al alcance de muy pocos.
El autor de la bitácora Historias de nuestra Historia ha querido recordar su origen, para lo cual debemos remontarnos hasta el año 1950, en el lugar que todos estáis pensando.
Efectivamente fue en New York donde surgió la idea de materializar un documento que otorgara crédito a su propietario. Ocurrió en un restaurante de la capital, muy cercano al Empire State Building, al que el famoso empresario y director de la Corporación de Crédito «Hamilton», Frank Mc Namara, fue a cenar junto con otras dos personas, entre ellas su abogado, Ralph Sneider. Durante la comida los tres hombres de negocios debatieron acerca de los problemas de liquidez que afrontaban algunos de sus clientes. El caprichoso destino hizo que, precisamente cuando llegó el momento del pago, McNamara tuviera que llamar a su esposa para que le trajera dinero en efectivo, ya que había olvidado la cartera.
Tras el apuro, el empresario juró no volver a pasar por una situación tan vergonzosa como esa, que sin embargo le sirvió para crear poco despues una nueva empresa bautizada con el inspirador nombre de «Dinners Club». Esta nueva entidad actuaría como intermediaria entre clientes y bancos, facilitando una tarjeta que ofreciera crédito en diversos establecimientos -para los primeros-, y ajustando cuentas después -con los segundos-.
Esta nueva herramienta tuvo un éxito inicial relativo, Las primeras tarjetas Dinners Club fueron entregadas inicialmente a unos 200 conocidos del magnate estadounidense y aceptadas por 14 restaurantes de la capital. A finales de aquel año 1950 ya la poseían unas 20.000 personas. Al año siguiente, la empresa ya consiguió un beneficio de 60.000 dólares, proveniente de las altas comisiones aplicadas a sus beneficiarios (7%) así como la cuota de mantenimiento anual (3 dólares).
Pero McNamara dejó escapar una oportunidad de oro cuando en 1952 vendió todas sus acciones de la compañía, perdiendo la confianza en el proyecto, y pensando que se trataba de una moda pasajera. Craso error; la herramienta cubría una necesidad básica en tiempos de crecimiento económico y la empresa serguiría creciendo y obteniendo beneficio. En 1958 también se unirían a la fiesta otros conocidos nombres: American Express y el Banco Americard, antecesor de la omnipresente y actual VISA.

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