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2012/01/23

El viaje del Louvre a Fukushima y otras fábulas radiactivas

Ralph Lapp, el físico que acuñó el concepto de Síndrome de China, dijo: "Como los impuestos, la radiactividad lleva mucho tiempo con nosotros y en cantidades cada vez mayores; no debe ser odiada ni temida, sino aceptada y controlada". El accidente de la central japonesa de Fukushima no ha hecho sino desorbitar esos temores hacia lo radiactivo, a veces hasta el paroxismo. El recelo frente al trébol amarillo que alerta ante la radiación, icono creado en 1946 en la Universidad de Berkeley, es lógico, pero también se alimenta con bulos, leyendas, chismes y ficciones.
El presidente de la Royal Society de Química, David Phillips, defendió en la BBC que los villanos de James Bond contribuyeron a consolidar el miedo a la energía nuclear tanto como Chernóbil y Fukushima: "El Dr. No, con su propio reactor atómico, ayudó a crear una reputación de la energía atómica despiadadamente siniestra". En la película, que cumple 50 años, el malo muere en la piscina de refrigeración de su reactor, derrotado por Sean Connery. "Digamos sí a la energía nuclear y no a las tonterías del Dr. No", zanjó Phillips.

Tonterías se han dicho a espuertas desde el pasado 11 de marzo, fecha del accidente en la central nipona. Un simple googleo llevará al internauta a descubrir que un OVNI se paró sobre las instalaciones de Fukushima durante los días más críticos, que la diseminación de la radiación es un plan de alienígenas reptilianos para conquistar el planeta o que el terremoto que provocó el accidente fue desatado por EEUU a través de su Agencia de Investigación de Proyectos Avanzados de Defensa (DARPA). Y es verdad que DARPA está implicada en la catástrofe de Fukushima, pero porque su tecnología hizo posible que un robot registrara imágenes de los reactores desde cerca.
Todavía hoy siguen surgiendo polémicas radiactivas. La última ha implicado a la más prestigiosa pinacoteca del mundo. Los responsables del Museo del Louvre, en París, han querido tener un gesto de concordia hacía los japoneses afectados por la catástrofe y han decidido enviar una pequeña muestra de 23 obras a las localidades damnificadas.
La exposición itinerante, que lleva por meloso título Encuentros, amor, amistad y solidaridad en las colecciones del Louvre, fue dada a conocer por el historiador del arte Didier Rykner en un duro artículo publicado en la reputada revista que dirige, La Tribunede l'Art, en el que se oponía a que estas piezas realizaran un viaje tan "peligroso". Entre las obras de la muestra, financiada por mecenas nipones, se cuentan desde cuadros rococós hasta esculturas mesopotámicas, junto a figurillas egipcias, mármoles griegos y miniaturas persas. Entre abril y septiembre, el museo paseará este conjunto tan variopinto como valioso por las prefecturas más golpeadas, incluida la capital de Fukushima.
A Rykner, quien asegura que "tal exposición es difícil de imaginar en Haití", le inquieta especialmente que esas creaciones se expongan no sólo al público, sino a la radiación. "Dos de las tres ciudades que comprende el recorrido se encuentran en las regiones contaminadas por el desastre nuclear de Fukushima. Sólo el Museo del Louvre nos podría decir en serio, sin ningún intento de humor, que las medidas tomadas en estas tres ciudades no presentan un nivel de radiactividad inusual".
Rykner lamenta que la pinacoteca no haya consultado al Instituto para la ProtecciónRadiológica y la Seguridad Nuclear (IRSN) y cita a esta institución que recomienda que aquellos franceses que acudan a esas zonas pasen regularmente la aspiradora a los objetos con el fin de limitar la transferencia de partículas de polvo contaminadas. "Pero ¿qué pasa con las pinturas y la tapicería flamenca del siglo XVI, que el Louvre envía para allá? ¿También tienen que ser aspiradas regularmente?", se pregunta el experto.

Estudios peligrosos

Hay un efecto de la radiación mucho peor que deteriorar joyas artísticas: la muerte de las personas. De momento, la catástrofe de los tres reactores japoneses no ha provocado ni una sola muerte. En Japón al menos. Porque el investigador Joseph Mangano acaba de publicar un artículo titulado Inesperado aumento de la mortalidad en EEUU tras la llegada de la nube radiactiva de Fukushima: ¿existe una correlación? en el que insinúa que han muerto 14.000 personas por culpa de Fukushima... a 12.000 kilómetros de allí, al otro lado del Pacífico.
Mangano, cuyo trabajo ha sido calificado de "basura" en Forbes, toma las cifras oficiales de mortalidad inesperada de las 122 principales ciudades de EEUU, extrapola, calcula y relaciona. Cuestionado por sus resultados, Mangano responde por email: "Yo no digo que Fukushima las haya matado, sino que es el único factor que explica estas muertes". Y añade: "Asumir que nadie ha muerto en Japón por la radiación es un error. Si no hay muertos es porque todavía no se ha hecho un estudio sobre la materia". En EEUU llaman Ratoncito Pérez a Mangano desde que trató de relacionar el estroncio de los dientes de los niños con una central de Nueva Jersey.
Más allá de fábulas, hay historias como la del presentador japonés al que se le diagnosticó leucemia unos meses después de comer productos de Fukushima en su show, por lo que cuesta asumir la radiactividad con la naturalidad que pide Lapp. Aunque él participó en el Proyecto Manhattan de EEUU para desarrollar la primera bomba atómica. Y eso sí da miedo.

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