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2011/01/10

Los dos grandes fracasos tecnológicos de 2010

La palma de todas las listas se la llevan dos ingenios. Uno de hardware, el Microsoft Kin, y otro de software, el Google Wave. Ambos prometían mucho y al final no dieron nada. Costaron un dineral a las dos multinacionales y fueron retirados deprisa y corriendo ante la indiferencia que el mercado mostró hacia ellos.
Kin, el móvil de Microsoft
El primero, que no llegó a venderse en España, se trataba de un teléfono móvil pensado para los más jóvenes y concebido por sus creadores para vivir dentro de la "nube" de aplicaciones que hay en Internet. El Kin, que hacía gala de un diseño novedoso y hasta atractivo duró tres meses en el mercado. Las malas lenguas aseguran que los de Redmond no llegaron a vender ni 1.000 terminales, a pesar de la gran campaña publicitaria que acompañó su lanzamiento y al ruido que se generó en los blogs y páginas especializadas.
Verizon, la operadora que lanzó el Kin, se vio obligada a bajar el precio de los terminales a la mitad, pero ni con esas. Los errores del Kin eran demasiados para que sobreviviese en un mercado tan dinámico como el de la telefonía móvil, en el que el más mínimo fallo de cálculo pasa una costosa factura. Pero, ¿cuáles fueron esos errores?
Para empezar Microsoft creo de cero un sistema operativo propio para la gama Kin, compuesta por dos terminales denominados de un modo nada original, Kin One y Kin Two. En lugar de escoger la plataforma móvil de la casa, el Windows Phone, heredero del Windows Mobile y este a su vez del Windows CE, (todos dirigidos al mercado profesional) desarrolló un sistema pensado para estar todo el día conectado a las aplicaciones de la nube con especial predilección por las redes sociales.
En un mundo en el que lo que sobran son sistemas operativos móviles de última generación, partir de cero es una de las peores ideas que se podían ocurrir a Microsoft. El Kin partía, por lo tanto, con la desventaja de carecer de universo propio de aplicaciones, lo que, en un dispositivo dirigido a los jóvenes, es intolerable, al menos para sus usuarios, malcriados con la App Store del iPhone y el Android Market.
El segundo pecado capital del Kin fue el diseño del terminal. Con el teclado abierto el Kin One era parecido a una Blackberry por fuera, pero, claro, sin ser una Blackberry por dentro. Entre el original y la copia los incondicionales del teclado físico siguieron siendo fieles a sus Blackies de toda la vida. Con el teclado cerrado se asemejaba al Palm Pre, pero tampoco era un Palm ni disfrutaba de su legión de fans. El Kin Two era aún peor. Parecía un HTC de hace dos años o un Nokia N97. Con forma de chocolatina y un teclado deslizante, ni su cámara de 8 megapíxeles ni su capacidad para grabar vídeo en alta definición atrajeron la atención de nadie.
El diseño de los terminales constituye probablemente la mitad de su éxito en el mercado. Cabe parecerse al iPhone e incluso fusilarlo como hacen los coreanos, pero es inadmisible para el consumidor que a una marca le dé por copiar a Blackberry, a Palm o a los Nokia ladrilleros. El mercado no perdona estos deslices. Quizá Microsoft pensó que haciendo algo distinto a, por ejemplo, el Google Nexus One, otro de los fracasos tecnológicos del año, tendría alguna oportunidad de encajar en un nicho de jóvenes iphoneless oiphonifóbicos.
Los segundos ya tienen nicho propio dentro del cada vez más popular Android, los primeros se conforman con teléfonos normales de esos que sirven para llamar, recibir y enviar mensajes de texto. El Kin tenía, por lo tanto, un encaje difícil en un mercado saturado de terminales, sistemas operativos y una escalada de prestaciones como no se había visto nunca. Porque, en definitiva, el Kin no ofrecía nada que no tuviese la competencia y arrastraba algún que otro fallo de peso que los entendidos supieron apreciar a la primera.
El Kin One venía equipado con 4GB de memoria flash, el Kin Two, con 8GB. Hasta aquí todo perfecto. El problema es que en ninguno de los dos casos la capacidad de almacenamiento se podía ampliar mediante tarjetas de memoria. Eso se le perdona al Apple pero no a otras marcas, que sin excepción incluyen en sus terminales la posibilidad de expandir la memoria interna con tarjetas micro SD de hasta 32GB.
El último gran pecado del Kin no se debió a Microsoft, sino a la operadora que lo vendía en exclusiva. Verizon fijó tarifas demasiado altas para el público al que iba dirigido el teléfono. Si bien el coste del terminal era asequible –50 dólares el One y 100 el Two con permanencia–, no lo era tanto el plan de datos que la operadora obligaba a contratar a los compradores. Se trataba del Standard Verizon Smartphone Plan, que cuesta 40 dólares mensuales. Una cantidad razonable en España, pero disparatada en los Estados Unidos, donde se puede acceder a los datos por la mitad o menos.
Al final entre que el teléfono no era nada del otro y la operadora se empeñó en no venderlo, Microsoft cosechó sin pretenderlo en fracaso móvil más sonoro desde la difunta Nokia NGage, aquel teléfono-consola que se vendía hace años como evolución de la Game Boy.
Google Wave, la revolución que nunca fue
El otro gran fracaso tecnológico del año ha sido Google Wave. Duró en el mercado, eso sí, algo más que el Microsoft Kin. Fue lanzado en mayo de 2009 y cerró en agosto del año pasado. Catorce meses en los que se pasó de hablar de él como el producto más novedoso desde la invención del e-mail, a ser ignorado por todos, incluido por el propio Google, que, pasado el primer momento, se desinteresó del proyecto asumiendo que el mercado no estaba maduro para una aplicación semejante.
El hecho es que los que no estaban maduros –y, probablemente, no lo estarán nunca– eran los internautas. El Wave era una especie de correo electrónico hipervitaminado y cargado de nuevas funciones para trabajar en red que casi nadie entendía para qué servía. Al principio, como con casi todo lo que hace Google, se armó mucho escándalo internetero. Para acceder al Wave era precisa una invitación. Al principio se rifaban, algunas incluso se llegaron a vender por eBay hasta por 100 dólares según cuentan.
Sus creadores afirmaban que Wave lo iba a cambiar todo en Internet. Paulatinamente sustituiría al correo electrónico, a la mensajería instantánea y hasta las redes sociales. Si eso lo decía Google algo de verdad habría, por lo que todos los aficionados se volcaron y trataron por todos los medios de hacerse con una cuenta.
Luego, dentro del invento, la cosa cambiaba y el entusiasmo se enfriaba automáticamente. La curva de aprendizaje era muy larga y no todo el mundo tiene tanta vida en la red como creen –y posiblemente tengan– los ingenieros de Google. Algunos, muchos, se limitan a enviar y recibir correos electrónicos, navegar un rato por sus blogs favoritos, comprar un billete de avión, consultar algo en la Wikipedia, ver un par de vídeos en Youtube y ya está. Para eso no hace falta Google Wave, con un navegador cualquiera basta y sobra.
Este de no servir para gran cosa era sólo uno de sus pecados. El otro, del que se quejaban muchos usuarios, era su lentitud. La aplicación tardaba en cargar más de lo que estamos acostumbrados y hacer cualquier cosita con ella llevaba su tiempo. Parece mentira que Google, la empresa que ha cimentado su éxito sobre el minimalismo de su buscador, cometiese un error semejante.
Pero lo que mató al Wave no fue ni su complejidad ni su lentitud, a fin de cuentas Internet mismo fue las dos cosas al principio y terminó funcionando, sino un círculo vicioso que lo condenó a la marginalidad. Como era de difícil acceso y uso casi nadie se conectaba, y como casi nadie se conectaba, lo que lo hacían no le veían demasiada utilidad. Pasada la locura googlemaniaca de los primeros momentos, los usuarios fueron aparcando el Wave hasta que, ya en el cementerio de elefantes, Google decidió darle el tiro de gracia. Admitió deportivamente el fracaso y a otra cosa.
Lo que no mata engorda
El viejo dicho "lo que no mata engorda" se ajusta como un guante al mercado tecnológico. Tanto Microsoft como Google han aprendido y se han aprovechado de sendos fracasos. Los primeros han incorporado alguna que otra solución del Kin a su más reciente sistema operativo para teléfonos inteligentes: el Windows Phone 7, lanzado el pasado mes de noviembre. Google, por su parte, ha colocado la tecnología de Wave a aplicaciones corporativas como el Novell Vibe, el SAP StreamWork o el Wavelook, un cliente de escritorio que se integra en el Outlook de Microsoft.
Decía Schumpeter que el capitalismo era un inmenso proceso de destrucción creativa. En este mercado de la tecnología donde el capitalismo rinde sus mejores frutos en materia innovación y mejora continua, la destrucción de hoy crea el cacharrito o el programita de mañana. Consuela saber que, después de todo, ni el Kin ni el Wave han muerto en vano.

Libertad Digital

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