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2010/11/22

El cerebro está hecho para pecar

Los científicos ahora cuentan con herramientas tecnológicas para revelar la raíz de nuestros impulsos más oscuros, arraigados en lo más profundo de nuestro cerebro.
De acuerdo con estudios neurológicos, la evidencia es contundente: la naturaleza nos quiere malos.
Explore, de la mano de expertos, la naturaleza que nos impulsa a pecar.

Los siete pecados capitales

Lujuria

¿Alguna vez ha tratado de mostrarle una película pornográfica a alguien que está conectado a un escáner cerebral? No es una tarea fácil.
Primero, porque el escáner contiene un poderoso imán que atrae, a una alta velocidad, cualquier pieza metálica que no esté correctamente atornillada. Los componentes de los televisores no están a salvo.
A eso se suma el ruido. Los aparatos que emiten tomografías por resonancia magnética no son precisamente máquinas silenciosas. El zumbido se convierte en un intruso que indudablemente distraerá a todo aquel que intente relajarse para atestiguar una experiencia sexual.
Encima, el voluntario tiene que estar acostado en una posición perfectamente inmutable para que la persona que esté llevando a cabo la prueba pueda obtener una imagen nítida del cerebro.
Todo apunta a que el proceso no permitirá que la experiencia de ver el film erótico sea placentera.
Sin embargo, los expertos de la Northwestern University de Illinois, en Estados Unidos, han logrado superar estas dificultades prácticas.
Películas eróticas son proyectadas en una pantalla detrás del escáner. El voluntario puede verlas a través de un espejo que está arriba de sus ojos.
Con el objetivo de acallar el ruido, los voluntarios usan audífonos que transmiten los sonidos que realmente necesitan escuchar.
Pero, los problemas no terminan ahí.
"En general, sabemos que los hombres están más interesados en el erotismo visual", señala Adam Safron, investigador de la universidad estadounidense. "Es una tarea mucho más difícil conseguir que una mujer alcance el mismo grado de excitación (que los hombres)".
Estos son algunos de los desafíos que enfrentan los neurólogos de Northwestern University cuando intentan entender qué pasa en los cerebros de los hombres y las mujeres experimentan deseos sexuales.
Su investigación es ciertamente poco usual y revela que estamos diseñados para pecar.
Las imágenes de resonancia magnética reflejan que el sistema límbico (encargado de procesar respuestas fisiológicas frente a estímulos emocionales) en ambos sexos se activa cuando vemos algo que nos gusta.
Estructuras como el núcleo accumbens, involucrado en el placer y en las ansias, son el corazón del sistema. Son la cara deleitable del pecado.
Existe una razón obvia detrás de nuestra inclinación hacia la lujuria: pasar nuestros genes. La Madre Naturaleza nos anima a desarrollar un interés activo en la procreación.

Gula


El sistema de circuitos de recompensa de nuestros cerebros también se activa cuando comemos. "Encontrar gratificación en ese tipo de cosas responde a una lógica evolutiva. Si queremos organismos que se reproduzcan, también queremos que coman".
No obstante, el acto de comer por sí solo no tiene nada de malo. Se convierte en un problema cuando se transforma en gula. Y parece que incluso en ese caso podemos culpar a la naturaleza.
"En el ambiente en el que evolucionamos, los alimentos eran más escasos. No había ni tortas de chocolate ni hamburguesas", apunta Safron. "Durante gran parte de nuestra historia (como especie), la vida era muy difícil y esas condiciones adversas fueron las que modelaron nuestros cerebros. Fue cuando se estableció cuánto queríamos los alimentos y cuán gratificantes nos parecen".
Así que lo que en un momento fue un instinto de supervivencia ahora está vinculado al pecado. De hecho, se ha convertido en un problema que afecta a unos más que a otros.
"Algunas personas se sienten avasalladas por los llamados de la naturaleza", explica Safron. "Están demasiado motivadas a conseguir ciertas cosas y terminan siendo poco saludables dentro de los actuales estándares de vida. Se trata de la misma predisposición biológica que, en el pasado, les hubiese permitido adaptarse bien (al contexto)".
Pareciera ser que muchos de nosotros, hemos nacido demasiado tarde. De hecho, algunos siglos después. Ese impulso irresistible por el pastel de chocolate nos hubiese dejado muy bien parados en el año 4.000 a.C.

Pereza

Safron también considera que la pereza o la tendencia a no hacer absolutamente nada tiene sus raíces en nuestro proceso evolutivo como especie.
"Nunca teníamos la certeza de cuándo volveríamos a ingerir una comida sustanciosa. Así que, si era posible, descansábamos. Las calorías que no quemábamos mientras llevábamos a cabo actividades, las podíamos usar para procesos corporales de crecimiento o de recuperación".
Así que parece ser cierto. La Madre Naturaleza ha diseñado nuestros cerebros de manera que ciertas cosas nos producen placer para maximizar nuestros chances de sobrevivir como especie y transmitir nuestros genes.

Envidia

Pero no todos los pecados son placenteros. Un ejemplo es la envidia, ya sea que la sintamos cuando un colega es ascendido o cuando un compañero es seleccionado para jugar de titular primero que nosotros.
Nadie realmente disfruta ese sentimiento pero científicos en el Instituto Nacional de Ciencias Radiológicas de Japón han estado provocándolo deliberadamente.
A un grupo de voluntarios hombres se le presentó los perfiles de personas:
  • Un hombre muy inteligente, con metas similares en la vida que los voluntarios, popular entre las mujeres y con una novia muy atractiva.
  • Una mujer exitosa, inteligente, atractiva para los hombres, pero con diferentes objetivos en la vida que los voluntarios.
  • Una mujer mediocre y nada popular.
Las mismas descripciones se le mostraron a un grupo de voluntarias, aunque con el género de los ejemplos al revés.
Mientras los participantes, conectados a escáneres cerebrales, leían los tres perfiles, los científicos observaban cuál era la región en la que fluía más sangre, y, por ende, la más activa.
Cuando todos los voluntarios, sin excepción, leyeron sobre la persona exitosa que tiene una pareja atractiva, se registró una reacción en una región del cerebro conocida como la corteza cingulada anterior.
"Es el área del cerebro vinculada en el procesamiento del dolor físico, así que la envidia es una emoción dolorosa", señala Hidehiko Takahashi, uno de los investigadores del estudio realizado el año pasado en Japón.
Si la envidia nos causa dolor ¿por qué la Madre Naturaleza es tan cruel que la incluye en el diseño de nuestros cerebros?
El mensaje importante de ese estudio, explica Takahashi, es que hubo una respuesta más contundente en la corteza cingulada anterior cuando los voluntarios y los estudiantes estaban leyendo el perfil de la persona que compartía los mismos objetivos.
"Existe un elemento positivo o constructivo en la envidia: nos motiva a mejorar nuestro propio desempeño o, si es difícil derrotar al rival, nos impulsa a concebir otras estrategias o cambiar las metas que nos propusimos o nuestros intereses".
Pero, la envidia tiene un lado oscuro. "Nos hace desearle algo malo a la otra persona. Puede inducir a un comportamiento inmoral o incluso criminal".

Soberbia

La soberbia también presenta los dos lados de la moneda.
En Montclair State University, a las afueras de la ciudad de Nueva York, un grupo de científicos ha estado bloqueando, temporalmente, ciertas partes del cerebro por medio de la estimulación magnética transcraneal.
La idea es simple: si puedes suspender la actividad de una determinada parte del cerebro, puedes llegar a descubrir de qué está encargada esa sección.
El procedimiento consiste en colocar cerca de la cabeza del voluntario una bobina que interrumpa el flujo eléctrico de las células cerebrales o neuronas.
Los participantes portan un dispositivo, que se parece a un gorro de natación, con unas marcas preestablecidas de los puntos en la materia gris que servirán de blancos.
Cuando el campo magnético golpea la corteza prefrontal medial del cerebro, algo interesante ocurre: "Lo que normalmente vemos, al menos en los voluntarios estadounidenses que participaron en el estudio, es una pequeña sensación de realce", indica el profesor Julian Paul Keenan, director del laboratorio de imágenes neuronales.
"Piensan que son un poco mejores de lo que realmente son". Pero, la estimulación magnética transcraneal puede desactivar esa sensación de autorealce.
Las palabras usadas por los participantes para describirse a sí mismos y a sus amigos, de repente cambia.

"Sin estimulación cerebral, tienden a decir: 'Soy inteligente y mi mejor amigo no lo es'. Pero con el aparato encendido, el orgullo se apaga y el vocabulario utilizado para definirse a sí mismos fue mucho menos adulador", explicó Keenan.
"Acabamos de finalizar el estudio de un fenómeno conocido como 'exceso de reivindicación', que se da cuando las personas pretenden saber cosas que en realidad desconocen. Si les doy una palabra que inventé como 'trianic', ellos realmente pensaran que conocen el término, cuando en realidad ni existe. Dirán: 'Sí, claro, he visto esa palabra antes, tiene que ver con biología'".
Basta con mover un interruptor y se apaga la majadería. Lo curioso es que la investigación de Keenan muestra que la modestia se origina en el mismo área, así que parece que es sencillamente arrogancia -u orgullo- disfrazado. "Son dos caras de la misma moneda", dice.
Los investigadores en Montclair están, en la actualidad, analizando si al remover la soberbia, con bloqueos en la corteza prefrontal medial del cerebro, provoca algo de depresión. Sin embargo, es aún prematuro para sacar conclusiones.
"Otros han encontrado que las personas que no experimentan la tendencia al autorealce son más proclives a sufrir de depresión. Si te das cuenta de cuán gordo realmente estás, el ánimo se te desplomará. En muchos casos, no es bueno verte a través de los ojos de los otros. Por eso es que un poco de ego es muy positivo", aseveró Keenan.
Volvemos a la misma idea del principio: moderación. "Es un tema constante en biología: ni demasiado, ni muy poquito", señaló Safron.
Pero en algunas personas, los condicionamientos de la naturaleza tienden a ser excesivos, al menos en el mundo moderno.
Tendría sentido entonces que nosotros, la especie civilizada del planeta, hubiéramos desarrollado un sistema de autocontrol para mantener nuestros instintos más básicos en raya.
En un experimento llevado a cabo en la Universidad de Montreal en Canadá, voluntarios vieron películas eróticas mientras sus cerebros eran escaneados.
Las imágenes produjeron reacciones en las partes más profundas y primitivas del cerebro, lo cual no le sorprende a nadie.
Pero, cuando se les pidió reprimir mentalmente su excitación sexual, dos partes diferentes del cerebro se activaron: la circunvolución frontal superior derecha y la circunvolución del cíngulo anterior derecho. Ambas secciones están ubicadas en los lóbulos frontales del cerebro, las partes del cerebro que hace a los seres humanos más humanos; las áreas que, entre otras cosas, son responsables de la conciencia.

Ira

Estudios sobre la ira muestran un panorama similar.
Unos científicos osados de la Universidad de New South Wales en Australia fustigaron a unos voluntarios para saber qué pasaba en sus cerebros cuando se enfurecían.
En aquellos de carácter melancólico y proclives a guardar rencor, más que en aquellos de personalidad explosiva, la corteza prefrontal medial (ubicada en los lóbulos frontales del cerebro) se activó rápidamente. Se trata de la región involucrada en moderar el comportamiento.
"Algunas personas son mejores que otras cuando tienen que inhibir sus impulsos", señaló Safron. "Otras personas podrían tener la misma reacción frente a un tipo específico de comportamiento, pero podrían experimentar menos inhibición frontal".
De manera que, en algunos de nosotros pareciera que la bestia primitiva que llevamos dentro tiene más probabilidades de salirse con la suya.
Las elecciones que hacemos en nuestras vidas son con frecuencia el resultado del diálogo que se establece entre las regiones primitiva y avanzada del cerebro.
"Estas partes de la evolución ancestral de nuestro cerebro están constantemente interactuando con la corteza, que se ha expandido más recientemente, para producir el comportamiento".
Pero, acota Safron, la parte emocional del cerebro, el sistema límbico, y la corteza avanzada se necesitan mutuamente para funcionar.
"Si se cortan las conexiones entre ellos, es muy difícil para la persona regular su comportamiento".
Ningún estudio demuestra esto más claramente que la investigación sobre psicópatas llevada a cabo por científicos del King’s College de Londres.
El año pasado, los investigadores usaron una poderosa nueva técnica de escaneo para obtener imágenes de resonancia magnética con tensor de difusión. El objetivo era estudiar la estructura cerebral de nueve criminales condenados por intento de asesinato, homicidio y violaciones múltiples con estrangulación.
El hallazgo fue que los nueve psicópatas presentaban más deficiencias en las conexiones entre su amígdala cerebral (conjunto de núcleos de neuronas que procesan y almacenan reacciones emocionales) y su corteza prefrontal que otras personas de su misma edad y con su mismo coeficiente intelectual.

Avaricia

Pero ¿no es nuestro comportamiento el resultado de nuestra naturaleza combinada con nuestro entorno, de las influencias que nos permean a medida que crecemos?
Desgraciadamente, cuando hablamos de la avaricia no existen estudios del cerebro que nos den una repuesta. "Los mecanismos de la avaricia podrían ser más complicados", dice Safron.
"Si hablamos de algo que podría estar influenciado por predisposiciones biológicas, la glotonería o la lujuria deberían mencionarse. Sabemos, por ejemplo, que hay neuroquímicos que aumentan o disminuyen la libido. Pero, hay algunas cosas que son universales y que no son necesariamente innatas y la avaricia podría ser una de ellas. Podrían haber bases innatas para la avaricia, pero debido a que es un fenómeno más complejo, podría estar más condicionado por el aprendizaje".
El grado en que la naturaleza o la educación nos conduce a ser malos depende del pecado. Pero cuando se trata de los deseos más simples, como comer o tener relaciones sexuales, no hay duda de lo que hay detrás de ellos.
"Una vez escuché que las emociones son los verdugos de la evolución. Son los instrumentos que usa la selección natural para hacer que los organismos logren propagar sus genes", reflexiona Safron.
Somos los títeres de la naturaleza que bailamos a un son que ha sido reforzado por generaciones.
Y esa probablemente es la mejor excusa para devorarse sin remordimiento ese pastel de chocolate...

BBC Mundo

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