El mes de julio ha terminado con una gran tensión y crispación entre detractores y seguidores de las corridas de toros tras la polémica prohibición del parlamento catalán, ya conocida por todos. Pero más allá de esta actual confrontación, la fiesta nacional ha atravesado innumerables vicisitudes durante toda su historia. En la bitácora «Recuerdos de Pandora» podemos encontrar un pequeño resumen de los principales movimientos y protagonistas que han abogado a lo largo de los años en favor de prohibir la tauromaquia en nuestro país.
Cuatro han sido los principales argumentos esgrimidos por diferentes personajes y sectores de la sociedad para abolir las corridas de toros: razones de tipo religioso, razones de sensibilidad, razones económicas y razones políticas. Retrocedamos en el tiempo, porque la historia lo describe todo.
Las primeras reflexiones sobre la ilicitud del toreo datan de finales del siglo XV. Desde entonces, y hasta el siglo XVII, se enfatizaron fundamentalmente los argumentos de tipo religioso y moral, teniendo en cuenta que el riesgo y la muerte eran considerados como una ofensa a Dios. Así es como en 1567 el Papa Pio V promulgó la bula «Salutis Gregis Dominici» (la Salvación de la Grey del Señor) que prohíbía correr toros en público bajo castigo de excomunión. Su vigencia fue corta e intermitente ya que, tras su muerte, fue aliviada por su sucesor Gregorio XIII, ordenada de nuevo por Sixto V y revocada finalmente por Clemente VIII, todo ello, bajo las fuertes presiones de Felipe II, conocido amante de la tradición taurina.
Pero las las cosas cambiaron con la entrada de la dinastía Borbón a nuestro país. Para festejar la llegada de Felipe V, procedente de Francia en el año 1700, los nobles de la corte ofrecieron una corrida de rejones que el monarca no tardó en repudiar y calificar como barbarie. La consecuencia inmediata fue la promulgación de una ley en 1723 que prohibía el toreo a caballo por parte de cualquier cortesano, lo que no impidió que el pueblo siguiera disfrutando de la fiesta, haciendo caso omiso a su dirigente y dando origen al toreo a pie, que rápidamente aumento su popularidad.
Tras los esfuerzos de Felipe V, el primer monarca en prohibir por completo los espectáculos taurinos fue Carlos III, a través de una ley promulgada en 1771 que el pueblo nunca llegó a cumplir. Carlos IV también lo intentaría en 1805, aunque de nuevo la ley se vio eclipsada y olvidada por la Guerra de la Independencia. El debate se mantuvo de forma intermitente siendo la última propuesta firme en 1877 por parte del Marqués de San Carlos, cuya impopularidad nuevamente evitó que se prohibieran las corridas.
Durante todos estos años, también destacaron como avanzadillas de esta causa muchos pensadores, escritores y artistas como Tirso de Molina, Quevedo, Pérez Galdós, Azorín, Rubén Darío o Unamuno, que plantearon como razones fundamentales la sensibilidad y la defensa de los derechos de los animales.
Ya en el siglo XX, y a excepción de pequeñas muestras de aversión durante la Segunda República, el debate volvió con la llegada de la democracia y la aparición de diversos colectivos defensores de los derechos de los animales que comenzaron a ganarse la opinión del pueblo.
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