Silencio en la boscosa sabana de Sudáfrica. A medida que se perfilan las figuras de dos majestuosos leones entre el parduzco de la vegetación, surge la esperanza de contemplar en directo las fuerzas de la naturaleza en plena acción. Será una historia de caza, dominación, poder y violencia. Hasta que uno de los protagonistas decide volverse hacia el otro y reescribir la escena: a una aproximación suave le siguen delicadas caricias y, finalmente, una cópula en toda regla. Desde luego, la fuerza de la naturaleza se ha puesto en marcha, solo que en términos bastante desacostumbrados.
Sin embargo, tal estampa no constituye una excepción. Además de en los leones, hay registros de contactos "carnales" entre animales del mismo sexo en más de 1.500 especies, y se han descrito como reiterados en unas 500.
El problema para documentar la muestra no puede haber sido la falta de material: mientras las ballenas macho suelen frotar sus penes erectos en el agua, una fiesta de la que llegan a participar hasta cuatro o cinco individuos, las lagartijas cola de látigo practican juegos sexuales entre hembras para estimular la ovulación. Y se calcula que un 5% de los "jirafos" se enreda hasta más allá del cuello en algún episodio homosexual a lo largo de su vida.
Sin embargo, no todo se reduce a rollitos ocasionales. Los estudiosos de las colonias de pingüinos monarca han contabilizado una pareja de dos machos (o hembras) por cada diez uniones entre individuos de distinto sexo, y los periquitos macho pueden comprometerse durante nada menos que 6 años. Aunque de pluma menos colorida, semejante proeza es frecuente también entre los cisnes negros australianos, que han conseguido, además, desarrollar estrategias para satisfacer el instinto paternal. Una posibilidad es que uno de ellos se aparee con una hembra y, cuando esta ha puesto los huevos, ambos la ahuyenten y ejerzan de progenitores oficiales de la prole. La otra raya en lo criminal: consiste en secuestrar la puesta de los vecinos y hacerla pasar por propia.
¿Por qué haces eso?
Precisamente, el tema de la descendencia (o la falta de ella) arroja los más serios interrogantes sobre el sentido de este tipo de prácticas. Federico Guillén-Salazar, profesor de Etología en la Universidad Cardenal Herrera de Valencia, asegura que no hay una única respuesta, y la motivación puede ser de índole muy diversa. "Lo más importante", comenta, "es distinguir entre un comportamiento homosexual, en un momento determinado, y una orientación homosexual, en la que el animal siempre exhibiría sus comportamientos sexuales hacia individuos del mismo género". Para el primer caso, ofrece el ejemplo de la monta entre babuinos macho, que estaría relacionada con la intención de mantener una jerarquía social determinada. Una expresiva y peculiar traducción del "aquí mando yo".
Sin embargo, el investigador estadounidense Bruce Bagemihl, quien realizó un exahustivo análisis de la homosexualidad animal en su libro Biological Exuberance, encontró numerosos casos en los que el león marino, delfín, carnero silvestre, venado, canguro y pájaro carpintero pasivo de turno era, precisamente, el dominante.
Pero si hay una especie en la que se haya estudiado a fondo (y encontrado) el papel de las relaciones entre individuos del mismo sexo, es en la de los bonobos. Estos primates del Congo practican el cuerpo a cuerpo constantemente y en todas las variantes imaginables. Guillén-Salazar asegura que el objetivo principal es aliviar las tensiones sociales, para mantener la cohesión del grupo. El sexo contribuye así, de forma indirecta, a asegurar la supervivencia del individuo y a su meta última desde el punto de vista evolutivo: el éxito reproductor.
Para todos, un gusto
Pero más allá de los comportamientos, algunos científicos han pasado al plano fisiológico para buscar explicaciones. Charles E. Roselli, médico de la Universidad de Oregón (EEUU), analizó el cerebro de varios carneros y ovejas, y llegó a un descubrimiento sorprendente: tanto en los individuos machos como en las hembras con preferencias homosexuales, una zona determinada cercana al hipotálamo era mucho menor que en los machos heterosexuales, y presentaba niveles más bajos de aromatasa, sustancia relacionada con comportamientos sexuales típicamente masculinos. Ahora, su equipo investiga en qué momento del desarrollo han podido surgir semejantes diferencias.
Mientras tanto, científicos como el citado Bagemihl, el etólogo canadiense Paul Vassey y el británico Jonathan Balcombe defienden una motivación bastante más sencilla. Según ellos, si los bisontes americanos (machos y hembras) practican el "los niños con los niños, las niñas con las niñas", los manatíes macho se entregan al 69, y un gallito de las rocas sometido a estudio montó a cien machos y una sola hembra, es simplemente porque esos comportamientos son los que, al menos en ese momento, les hacen revolcarse (mugir, nadar, piar o batir las alas) de puro y llano gusto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario