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2013/06/29

Silicon Valley es la meca, pero hay alternativas

En la carretera 101 de EE UU, que atraviesa el corazón de la industria tecnológica mundial, se alza un nuevo y atrevido cartel publicitario. Es una invitación a los miles de extranjeros que encuentran dificultades para conseguir pases temporales de trabajo en EE UU. “¿Problemas con su visado?”, se lee. “Vaya a Canadá”.

El llamado nuevo visado canadiense para empresas de reciente creación les ofrece la posibilidad de obtener la residencia permanente y con ella, los impuestos relativamente bajos del país y su seguro sanitario público.

Canadá no es el único país que está recurriendo a los emprendedores extranjeros. En un intento de crear sus propias versiones de Silicon Valley, Gran Bretaña y Australia también han ofrecido como incentivo estos visados para empresas de reciente creación. Chile incluso ofrece dinero para que los extranjeros se instalen en Santiago y lancen sus nuevos proyectos.

Pero a los hombres y a las mujeres que sueñan con levantar el siguiente Google (o al menos con ser su siguiente adquisición) les resulta difícil resistirse a los encantos de Silicon Valley. Ahí es donde quieren estar.

“Es como estar en Florencia durante el Renacimiento”, asegura el español Xavier Lasa, codificador informático. Llegó a Mountain View, al sur de San Francisco, con un visado de negocios de corta duración para incorporarse al programa de una incubadora de tecnología llamado 500 Startups. Y como muchos emprendedores tecnológicos extranjeros que tratan de quedarse en EE UU, tenía la mira puesta en Washington, no en Ottawa. Por eso, los inversores de Silicon Valley presionan ahora para conseguir una nueva categoría de visado: la de empresarios que han convencido a inversores estadounidenses para que los financien con al menos 100.000 dólares.

Cuando el ministro de inmigración canadiense, Jason T. Kenney, visitó recientemente 500 Startups, se hizo una idea de lo que atrae a los extranjeros. Dave McClure, uno de los fundadores de la firma, le llevó directamente al ventanal que cubría toda la pared del piso 12°. “Facebook está por ahí”, le dijo McClure, señalando la vista de 360 grados. “Y puede ver a Apple allí”.

La sala estaba llena de empresarios extranjeros, reunidos en corrillos alrededor de portátiles o esbozando planes empresariales sobre paneles blancos. Julián García, programador chileno que está construyendo una herramienta para que los especialistas en marketing encuentren a los clientes por la localización, explica su opinión de Silicon Valley. “Aquí, si construyes algo increíble, en dos años te compran”.

Pero Kenney dice que su Gobierno espera aprovechar lo que puede ser una oportunidad para su país mientras el Congreso estadounidense discute sobre cómo arreglar la ley de inmigración.

Todo aquel con un año de universidad y 75.000 dólares canadienses (55.000 euros) de un inversor canadiense o 200.000 (147.000 euros) de un capitalista de riesgo puede solicitar el nuevo visado canadiense. Los solicitantes tienen que hablar inglés o francés básico. Y no están obligados a demostrar que crearán puestos de trabajo.

Al ser interrogado sobre la posibilidad de que una empresa de reciente creación fracase, Kenney dice confiar en que los emprendedores extranjeros encontrarán trabajo en el sector tecnológico canadiense. “Es un riesgo que estamos dispuestos a correr”, señala.

Las autoridades de EE UU han optado por un enfoque más prudente. Una propuesta de ley prevé otorgar visados válidos solo durante tres años. El Departamento de Seguridad Nacional tendría que informar al Congreso cada trienio sobre el tipo de empresas que han formado los receptores, cuántos empleos han creado y cuántos ingresos generan.

Australia ofrece su versión de permiso de residencia a los que consiguen un millón de dólares australianos (720.000 euros) en financiación de inversores nacionales. Gran Bretaña propone visados temporales a los que obtengan 50.000 libras (58.000 euros). Y Chile distribuye 30.000 euros en capital inicial sin obligación de retribución a los visitantes extranjeros que quieran crear una empresa tecnológica.

Ayan Barua, de India, ya ha pasado seis meses en Chile y ha sacado partido de la oferta, pero tanto él como su socio empresarial, Vamshi Mokshagundam, han regresado a Silicon Valley en repetidas ocasiones para desarrollar el negocio, un motor de recomendaciones para empresas que compran software. Sus patrocinadores están allí, dicen. Y también otros empresarios cuyo asesoramiento necesitan. “Es difícil encontrar asesoramiento y orientación en cualquier otro lugar”, indica Mokshagundam.

Si el proyecto que se tramita en el Senado de EE UU se convierte en ley, confiesa, solicitaría el visado temporal. Si no, es posible que su socio y él se planteen ir a Canadá. Podrían usar este país como base, al igual que utilizan ahora la ciudad india de Bangalore. “Será un vuelo más corto”, bromea Mokshagundam.

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