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2011/12/12

Los Álamos: el laboratorio de la bomba atómica se marchita

Si [Robert ] Oppenheimer estuviera vivo se echaría a llorar". Así resume el experto en la historia nuclear americana Hugh Gusterson la impresión que se llevaría el director del Proyecto Manhattan si viera la situación en la que se encuentra el Laboratorio Nacional Los Álamos, donde él y los mejores científicos del entonces llamado mundo libre crearon la bomba atómica para sentenciar la II Guerra Mundial. Ni el fin de la Guerra Fría ni los procesos de desarme nuclear han dañado tanto la excelencia científica de Los Álamos como la interferencia de los políticos y la aplicación de criterios de gestión empresarial.
En 1943, cuando los aliados aún iban perdiendo la guerra, los militares estadounidenses decidieron concentrar las investigaciones para conseguir la bomba atómica en un único lugar. El responsable militar del Proyecto Manhattan, el general Leslie Groves, quería un sitio aislado y alejado de las fronteras exteriores de EEUU. Fue Robert Oppenheimer, director científico del programa atómico, el que eligió el lugar: un desierto en la zona norte de Nuevo México. De allí salieron Trinity (el primer ensayo) y las bombas Little Boy y Fat Man, que fueron arrojadas sobre Hiroshima y Nagasaki, respectivamente.

Los Álamos, que ocupa una extensión de unos 90 kilómetros cuadrados salpicada de decenas de edificios, fue secreto durante años y comparte con el Lawrence Livermore National Laboratory, creado una década después, la misión de diseñar las armas nucleares de EEUU. Eso lo convirtió en uno de los mayores centros de investigación del mundo, donde acababan algunos de los mejores físicos, matemáticos o ingenieros. Tenían aceleradores de partículas, las computadoras más potentes de la época como la serie MANIAC y vía libre para investigar.
El precio de los militares era un férreo control sobre la vida de los científicos y sus familias. Tenían prohibido hablar de lo que hacían allí dentro. Su vida pasada y la de los suyos eran concienzudamente investigadas. Aún les someten a controles de drogas y alcoholemia por sorpresa y, ocasionalmente, sufren registros de sus casas y pertenencias. Todavía hoy necesitan permisos para viajar al extranjero. Todo eso no ha impedido que, junto a logros como el desarrollo de la bomba H y las sucesivas generaciones de misiles nucleares, los científicos hayan aportado grandes avances en campos como la energía, la aventura espacial, la supercomputación y, paradójicamente, el control y desmantelamiento de armas nucleares.
"Habiendo sobrevivido a las protestas antinucleares de los años 80 y al fin de la Guerra Fría años después, los científicos de armamento nuclear estadounidenses están comprobando que la principal amenaza a su trabajo proviene de una fuente inesperada: los políticos y administradores que se suponía estaban de su lado", escribe Gusterson en un artículo publicado en la pasada edición del Bulletin of the Atomic Scientists. Para este antropólogo y sociólogo, autor de varios libros sobre la historia del armamento nuclear, Los Álamos vive en un proceso de declive que, además de comprometer su futuro, socava su misión original: ofrecer seguridad a EEUU.

Un drama en tres actos

En su artículo The assault on Los Alamos National Laboratory: A drama in three acts, recoge cómo muchos medios de comunicación y políticos le tenían ganas el laboratorio. La institución funcionaba de forma autónoma. Ni siquiera los militares interferían demasiado en el trabajo de los científicos. Pero, como escribe Gusterson, algunos empezaron a acusarles de arrogantes.
La carnaza a los enemigos de Los Álamos se la dio el llamado caso Lee. En marzo de 1999, The New York Times publicó que un científico estadounidense de origen chino, Wen Ho Lee, había robado secretos militares del complejo. Aunque nunca se probó que Lee tratara con espías chinos, el asunto le costó el puesto al director de las instalaciones, que fue sustituido por un militar, el almirante Pete Nanos, con el que el presidente George W. Bush, escribe Gusterson, "esperaba llevar la disciplina de la marina a los melenudos del laboratorio".
La presunta desaparición de nuevos discos con información confidencial (que después se comprobó que nunca habían existido) hizo que Nanos implantara un régimen casi de terror que le granjeó la oposición de los científicos, pidiendo la nómina muchos de ellos. En 2004, y tras un informe encargado por el Congreso de EEUU, el Gobierno sacó a concurso la gestión de Los Álamos, que ganaría un consorcio liderado por la corporación Bechtel. Esto trajo la aplicación de un sistema de gestión empresarial que antepuso los resultados empresariales a los logros científicos.
Desde entonces, la producción científica de Los Álamos no ha dejado de bajar. Desde mediados de los años 90, el número de patentes aumentó hasta el pico de 71, conseguidas en 2003. En 2004 fueron 62, en 2008 29 y en 2009, últimos datos disponibles, remontaron algo hasta las 48. Público ha intentado en las últimas semanas contrastar los datos y argumentos de este experto con los responsables de Los Álamos, pero la respuesta, que no llegó, "estaba en manos de Washington", aseguraron desde su departamento de comunicación.
Los Álamos ha intentado diversificar su campo de investigación. Son los responsables del control y mantenimiento de las más de 5.000 cabezas nucleares que conserva EEUU, pero ahora buena parte de su investigación se centra en el estudio de nuevas energías.
Con todo, el programa de armas y el de no proliferación de las mismas aún se llevaron el 59% de los 2.000 millones de dólares de los que dispuso Los Álamos en 2010. También es la nuclear su gran baza para seguir adelante. Desde hace una década se proyecta el CMRR Project, un nuevo laboratorio para gestionar el plutonio (retirada y reposición) del arsenal nuclear de EEUU
El problema es que la justicia puede parar su construcción. El colectivo Los Alamos Study Group (LASG) ha conseguido que un juez federal acepte su denuncia contra el proyecto por no incluir un adecuado estudio de impacto ambiental. También el desastre de Fukushima ha provocado la alarma ya que Los Álamos se encuentra en una zona de moderada sismicidad. En un artículo esta semana, el director del proyecto aclaraba en The Washington Post que el edificio aguantará terremotos de magnitud 7,3 (el de Fukushima llegó a 9). El líder de LASG, Greg Mello, dijo al periódico: "Los Álamos no tiene esa cultura de seguridad necesaria para una instalación que almacenará la mayor reserva de plutonio del país". Sea como sea, sin el nuevo laboratorio, Los Alamos se quedará sin futuro.

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