Aunque Lewis Carroll no lo sabía, es posible que la protagonista de su novela más famosa, la niña Alicia que viajó al País de las Maravillas, no viera crecer los objetos porque se trasladara a un mundo paralelo. Quizás lo que le pasaba es que era víctima del síndrome que lleva su nombre, una patología infrecuente pero que, de cuando en cuando, se ve en los servicios de urgencia de los hospitales pediátricos de todo el mundo.
Por primera vez, un estudio publicado en Revista Española de Neurología ha descrito las características de una serie extensa de casos del síndrome de Alicia en el País de las Maravillas (SAPM) algo que, según Rebeca Losada, neuropediatra del Hospital Universitario Niño Jesús de Madrid, servirá para lograr "un manejo más fácil" de esta enfermedad, "a veces infradiagnosticada porque no existe conocimiento de ella o porque se confunde con otras patologías más frecuentes".
Los niños que padecen este síndrome sufren un cuadro de trastornos complejos de la percepción visual; es decir, ven los objetos alterados en su forma, tamaño, color y en lo que se refiere a su situación espacial. Pero, además, los jóvenes afectados (la edad media es de 9 años y medio) pueden sufrir también visión invertida, palipnosia (ver las imágenes repetidas) o prosopagnosia (no son capaces de reconocer las caras), entre otros síntomas.
Losada reconoce que, durante el tiempo que duran los episodios, "muchos pacientes lo viven con miedo". Sin embargo, cuando se pasa, todos son conscientes de que lo que han visto con tanta claridad no forma parte de la realidad. "Me sorprende la naturalidad con la que los niños explican lo que les pasa y la tranquilidad con la que cuentan que lo que ellos ven no es real", comenta la especialista en neurología pediátrica.
Sentir miedo
El estudio pone de manifiesto que las alteraciones más comunes (que presentaban nueve de cada diez pacientes) son las referidas a la forma de los objetos. Los siguientes síntomas más frecuentes son una sensación de aceleración del tiempo y la distorsión de la imagen corporal y el miedo, que manifestaron el 40% de los pacientes.
Pero ¿y los padres? Losada reconoce que su reacción "suele ser de perplejidad, sobre todo por el nombre que presenta el síndrome". Pero la reacción posterior suele ser de alivio porque, como confirma el análisis de 20 casos que acaba de publicar la revista española, esta escandalosa enfermedad neurológica es benigna y tiene una "evolución favorable". En diez días, en la mayoría de los casos, todo habrá terminado.
En el 90% de los casos estudiados, los episodios duran sólo entre uno y tres minutos, aunque dos de los niños continuaron viendo imágenes distorsionadas hasta media hora después de empezar a hacerlo. Eso sí, los síntomas se repiten a lo largo de varios días, aunque suelen resolverse espontáneamente o tras iniciarse el tratamiento de enfermedades adicionales.
El trabajo desvela precisamente que los afectados por este síndrome suelen tener características comunes. Las infecciones, sobre todo la del virus de Epstein-Barr y la migraña, estaban detrás de 17 de los 20 casos. Pero la intoxicación explicó dos de ellos: el de una niña de cuatro años, en la que se apreció un exceso de una sustancia presente en un fármaco para la tos; y el de un chaval de 15, que presentó varios episodios a lo largo de 24 horas y que había sufrido una intoxicación por cannabis.
Para los autores del estudio, este trabajo podrá evitar que, en un futuro, a los niños que lleguen con estos síntomas a las urgencias pediátricas se les someta a "pruebas complementarias cruentas". Así, si estos delirios se registran en un paciente con migraña o que esté pasando un proceso infeccioso, quizás el pediatra deba de sospechar que Lewis Carroll está detrás de las visiones.
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