Cuando se habla de la carrera espacial, todo el mundo piensa en la lucha que mantuvieron los Estados Unidos y la desaparecida Unión Soviética por convertirse en la primera potencia capaz de llevar un hombre a la Luna. Sin embargo, no fueron los únicos países que durante la Guerra Fría se lanzaron a la conquista del espacio.
Según cuenta Guillermo Carvajal en “La brújula verde”, a comienzos de la década de los 60, Zambia también desarrolló su propio programa espacial. Su objetivo era enviar un cohete a la luna, tripulado por doce astronautas y dos gatos.
La iniciativa fue ideada y puesta en marcha en 1962 por Edward Makuka Nikoloso, un profesor de ciencias y activista político que fundó la Zambia National Academy of Science, Space Research and Philosophy.
Para poder llevar a cabo el proyecto, Nikoloso construyó un centro de entrenamiento cerca de la capital del país, Lusaka. En esas instalaciones, mientras los futuros astronautas recibían consignas tan disparatadas como no forzar la conversión al cristianismo de los habitantes marcianos, otros operarios se encargaban de construir artesanalmente la nave que debería llevarlos hasta el planeta rojo, que sería impulsada con un sistema derivado de la catapulta.
Como es lógico, el gobierno de Zambia no puso demasiado interés en esta alocada iniciativa, así que Nikoloso solicitó siete millones de libras a la UNESCO para afrontar los costes de su programa espacial. El dinero nunca llegó y el proyecto acabó siendo cuando abandonado cuando Matha Mwambwa, la primera mujer de raza negra que debía llegar a Marte, se quedó embarazada y abandonó el programa con sus gatitos. Pese a la evidente inviabilidad del proyecto, el profesor Nikoloso nunca reconoció que su idea era una utopía. Al contrario, llegó a escribir artículos de prensa en los que la defendía, a la vez que aseguraba que los rusos y americanos espiaban su trabajo y planeaban robarle a la chica astronauta con el objetivo de frustrar su proyecto.
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