La crisis nuclear de Fuku-shima no aportará grandes novedades sobre cómo deben actuar las autoridades sanitarias ante un accidente en un reactor como el sucedido en Japón. El especialista en Radioncología de la Universidad de Philadelphia (EEUU) Eli Glatstein considera que los otros dos accidentes registrados, el de Chernóbil y el de Three Mile Island (EEUU), permiten establecer los riesgos sanitarios a largo y corto plazo de la exposición a la radiación que escapa de una central nuclear.
Glatstein es el autor principal de una revisión publicada hoy en The New England of Medicine, titulada, precisamente, Riesgos de salud a corto y largo plazo de los accidentes en plantas nucleares. En ella, se hace hincapié en dos conceptos necesarios de transmitir, según el autor. El primero es que los efectos para la salud de la radiación de la energía nuclear no tienen nada que ver con los de la utilización de un arma atómica. La razón: estas últimas requieren de isótopos de plutonio o uranio enriquecido a unas concentraciones y configuraciones "no presentes en las plantas nucleares".
El segundo es que no se puede hablar de radiactividad en general: los isótopos emitidos al exterior y que pueden entrar en contacto con el organismo son determinantes a la hora de vaticinar la respuesta del ser humano a la radiación.
Precisamente, esta es la única crítica velada que el autor por correo electrónico hace a las autoridades japonesas sobre la gestión de la crisis. "Lo han hecho relativamente bien, aunque es difícil de decir. En lo que no han sido especialmente ejemplares es en detallar qué isótopos más allá del yodo-131 se han emitido y en qué cantidades. Tampoco lo hicieron los que gestionaron las crisis de Three Mile Island o Chernóbil, así que, a lo mejor, es que simplemente no lo saben", escribe Glatstein.
La revisión recuerda que la exposición humana a la reacción por un accidente nuclear se caracteriza de tres modos: exposición total o parcial del cuerpo por proximidad, contaminación externa e interna. Según los estudios publicados, la primera sólo la han sufrido los trabajadores de las centrales y el personal de emergencia desplazado tras el accidente.
Respecto a los dos tipos de contaminación, sí afectan a los que viven cerca de una central dañada. Para ellos, es importante la prevención con pastillas de yodo, pero sólo si se hace en las primeras horas tras la exposición. Con respecto al aumento del riesgo de cáncer, el estudio subraya que no ha ido acompañada en los otros accidentes de un aumento en la mortalidad. "Podría deberse a una mejora en los registros", sugieren los autores.
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Glatstein es el autor principal de una revisión publicada hoy en The New England of Medicine, titulada, precisamente, Riesgos de salud a corto y largo plazo de los accidentes en plantas nucleares. En ella, se hace hincapié en dos conceptos necesarios de transmitir, según el autor. El primero es que los efectos para la salud de la radiación de la energía nuclear no tienen nada que ver con los de la utilización de un arma atómica. La razón: estas últimas requieren de isótopos de plutonio o uranio enriquecido a unas concentraciones y configuraciones "no presentes en las plantas nucleares".
El segundo es que no se puede hablar de radiactividad en general: los isótopos emitidos al exterior y que pueden entrar en contacto con el organismo son determinantes a la hora de vaticinar la respuesta del ser humano a la radiación.
Precisamente, esta es la única crítica velada que el autor por correo electrónico hace a las autoridades japonesas sobre la gestión de la crisis. "Lo han hecho relativamente bien, aunque es difícil de decir. En lo que no han sido especialmente ejemplares es en detallar qué isótopos más allá del yodo-131 se han emitido y en qué cantidades. Tampoco lo hicieron los que gestionaron las crisis de Three Mile Island o Chernóbil, así que, a lo mejor, es que simplemente no lo saben", escribe Glatstein.
La revisión recuerda que la exposición humana a la reacción por un accidente nuclear se caracteriza de tres modos: exposición total o parcial del cuerpo por proximidad, contaminación externa e interna. Según los estudios publicados, la primera sólo la han sufrido los trabajadores de las centrales y el personal de emergencia desplazado tras el accidente.
Respecto a los dos tipos de contaminación, sí afectan a los que viven cerca de una central dañada. Para ellos, es importante la prevención con pastillas de yodo, pero sólo si se hace en las primeras horas tras la exposición. Con respecto al aumento del riesgo de cáncer, el estudio subraya que no ha ido acompañada en los otros accidentes de un aumento en la mortalidad. "Podría deberse a una mejora en los registros", sugieren los autores.
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