Ayer, poco después del mediodía, el sol brillaba con fuerza sobre la balsa número 10. Esta piscina del tamaño de cuatro campos de fútbol en Ajka (Hungría) contiene aún 2,5 millones de metros cúbicos de lodo rojo que, con el buen tiempo, se está convirtiendo en un polvo letal. Sus partículas corrosivas son tan pequeñas que llegan a lo más profundo del sistema respiratorio y el viento puede arrastrarlas a decenas de kilómetros.
"Estoy rezando para que llueva y para que no caiga una gota al mismo tiempo", confesó ayer Zoltan Illes, secretario de Estado de Medio Ambiente, junto al boquete de 50 metros por el que el 4 de octubre salió un millón de metros cúbicos de lodo. La riada ha arrasado varios pueblos, matado a nueve personas y destruido cientos de casas en Kolontár y Devecser, las dos poblaciones que aún luchan contra la peor catástrofe medioambiental que ha visto el país.
La situación no podría ser más tensa. La lluvia evitará que se forme polvo, pero también contribuirá a agrandar las enormes grietas de 25 metros que tienen los muros de la balsa, propiedad de Magyar Aluminium (MAL), un mastodonte industrial del periodo comunista que fue privatizado en 1995. Eso ocasionará una nueva riada de lodo abrasivo que, arrastrado por el arroyo Torna, llegará hasta el río Raba y después al Danubio, como ya sucedió hace una semana. "No tenemos apenas formas de remediar que eso suceda", alertó Illes, delante de un mapa que mostraba en rojo las áreas que resultarían arrasadas en caso de una nueva riada, que también contaminaría los acuíferos subterráneos. "Nuestros expertos consideran que hay casi un 100% de seguridad de que estos muros se van a caer", añadió.
En Kolontár, a un 1,5 kilómetros de la balsa, las excavadoras terminaban ayer el último de los diques que debe salvar a esta población y a la vecina Devecser de un segundo "tsunami de lodo rojo", como lo definió Illes. El baluarte, un talud de unos tres metros de alto hecho de tierra y rocas, no sólo debe aguantar la llegada de los barros de la balsa 10, sino también los de la 9. Se trata de otra enorme piscina que contiene cinco millones de metros cúbicos de agua y lodo abrasivo. El Gobierno húngaro teme que si caen los muros de la balsa 10, arrastrarán consigo los de la 9, que podría causar una segunda riada peor que la primera.
"La población estará totalmente segura tras este muro", afirmaba ayer Illes. Al otro lado queda la zona muerta, donde el Torna sigue llevando un agua casi tan roja como la sangre. A pesar del riesgo, los 800 habitantes de Kolontár regresarán a sus casas hoy al mediodía, tras seis días de evacuación, según explicó ayer Tibor Dobson, portavoz del equipo que gestiona la catástrofe.
Este regreso no es una vuelta a la normalidad. El Gobierno magiar afronta ahora una descomunal empresa: construir un muro secundario alrededor de la reserva 10 para asegurarse de que nada salga de ella. Lo primero es tapar el enorme boquete que abrió la fuerza del agua en la esquina del muro norte, donde ayer por la mañana se detectaron nuevas fisuras, mientras las que ya se conocían han aumentado de tamaño. "Tendrá que hacerse con grandes bloques de hormigón acarreados por helicópteros", decía Illes. Después, para sellar el lodo y evitar que se convierta en polvo, habrá que cubrir toda la balsa con productos químicos y tierra para evitar que el viento se lo lleve. Illes llama "fortaleza" a esta obra faraónica.
Aún no sabe quién pagará la cuenta, pero calcula que será de hasta 200 millones de dólares (142 millones de euros). Además, hay que construir contra reloj, pues cada día de sol presenta una nueva amenaza. El polvo es muy fino. Penetra hasta lo más profundo de los pulmones y causa irritación y, con exposiciones muy largas, siliciosis, según expertos de la Academia de Ciencias de Hungría. Es la misma enfermedad que ha acabado con la vida de miles de mineros y obreros que trabajaban con amianto.
Polvo dañino
"El nivel de concentración de partículas potencialmente dañinas en el polvo que hay en el suelo es de 5.000 microgramos por metro cúbico", explicaba ayer Jurrien Westernot, activista de Greenpeace, cerca del puente de la calle Kossuth de Kolontár, que fue reducido a una deforme masa de asfalto y hierros por la riada de lodo rojo. "La UE sitúa el nivel de riesgo en 50 durante un periodo de 35 días", advertía.El Gobierno tenía previsto que hoy se retomase la producción de aluminio en la planta de MAL en Ajka. Por el momento, sólo hay una balsa apta en la que podrá verter sus residuos: sosa cáustica, óxido de hierro y metales pesados como el arsénico, que puede producir leucemia. Tiene una capacidad de 250.000 metros cúbicos y estará llena en un año. Después MAL tendrá que dejar de producir o cambiar su tecnología para generar menos residuos, aseguró Illes.
El cierre pondría en la calle a los 1.100 empleados directos de la empresa y parte de sus casi 2.000 subcontratados. Pero según Illes, la culpable es MAL. La licencia de la compañía expira en 2011 y, a pesar de ello, no han pedido una nueva, explicó. "¿Cómo puede ser que no supieran que ya no les quedaba espacio para poner sus residuos?", se preguntaba ayer mientras los geólogos hacían catas del muro en busca de nuevas grietas.
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