Los habitantes de Devecser ya tienen hechas las maletas. En cualquier momento, el Gobierno puede ordenar la evacuación de las 5.000 personas que viven en este pueblo, en caso de que una segunda ola de lodo rojo llegue a la localidad.
"El sábado a las siete de la mañana la policía aporreó la puerta y, cuando abrí, me dijeron que tuviéramos preparados los papeles, un saco de dormir y una maleta de 10 kilos como máximo", explica Evelin Scholz, una abogada de 34 años que ha venido desde Budapest a ayudar a su familia en una tarea imposible: sacar todo el barro que entró el pasado lunes tras la ruptura de la balsa de Magyar Aluminium. "Nos dijeron que tendríamos que salir en un minuto".
La entrada de la casa está aún anegada por un enorme charco rojo que se traga las botas de goma hasta más allá del tobillo.
Un poco más allá, en las escaleras de entrada, Scholz explica que los vecinos de su calle están empezando a contactar con otros de Kolontár, el pueblo al que la riada de lodos tóxicos llegó primero. Ya han hablado con un abogado para que les ayude a denunciar a Magyar Aluminium. "Un amigo que ha trabajado durante años para Magyar Aluminium nos dijo que los responsables de la balsa sabían que era peligrosa desde hace dos años", señala. "Creo que tenemos la ley de nuestro lado, y la UE reconoce que esto [señalando la costra de barro] es muy peligroso para la salud". "Mi madre ha vivido aquí 45 años, esta casa era toda su vida", lamenta. Su hermano Oliver, que vive en esta casa y se dedica a trabajo social con personas sin hogar, le quita hierro al asunto: "Ahora yo mismo soy un sin techo", dice riendo.
Atravesar un par de calles lleva el doble de tiempo de lo normal por la pegajosa capa de barro que lo cubre todo. Allí, cuatro hombres acarrean un enorme banco de picnic a través de un lodazal. Uno de ellos es Károly Kovacs, de 31 años. La marea roja anegó su casa el lunes en cuestión de minutos, llevándose por delante los 15.000 euros que había invertido en ella. Pasó días intentando limpiar el interior, pero ya ha desistido. "Nos han dicho que van a tirarla con excavadoras", explicaba ayer. "Por ahora no nos han ofrecido una compensación y un amigo ya ha contactado con un abogado", explica. "Lo único que me queda ahora es esperar", lamenta Kovacs, mientras regresa con sus compañeros, que se han quedado atascados en el campo de lodo rojo.
"El sábado a las siete de la mañana la policía aporreó la puerta y, cuando abrí, me dijeron que tuviéramos preparados los papeles, un saco de dormir y una maleta de 10 kilos como máximo", explica Evelin Scholz, una abogada de 34 años que ha venido desde Budapest a ayudar a su familia en una tarea imposible: sacar todo el barro que entró el pasado lunes tras la ruptura de la balsa de Magyar Aluminium. "Nos dijeron que tendríamos que salir en un minuto".
La entrada de la casa está aún anegada por un enorme charco rojo que se traga las botas de goma hasta más allá del tobillo.
Un poco más allá, en las escaleras de entrada, Scholz explica que los vecinos de su calle están empezando a contactar con otros de Kolontár, el pueblo al que la riada de lodos tóxicos llegó primero. Ya han hablado con un abogado para que les ayude a denunciar a Magyar Aluminium. "Un amigo que ha trabajado durante años para Magyar Aluminium nos dijo que los responsables de la balsa sabían que era peligrosa desde hace dos años", señala. "Creo que tenemos la ley de nuestro lado, y la UE reconoce que esto [señalando la costra de barro] es muy peligroso para la salud". "Mi madre ha vivido aquí 45 años, esta casa era toda su vida", lamenta. Su hermano Oliver, que vive en esta casa y se dedica a trabajo social con personas sin hogar, le quita hierro al asunto: "Ahora yo mismo soy un sin techo", dice riendo.
Atravesar un par de calles lleva el doble de tiempo de lo normal por la pegajosa capa de barro que lo cubre todo. Allí, cuatro hombres acarrean un enorme banco de picnic a través de un lodazal. Uno de ellos es Károly Kovacs, de 31 años. La marea roja anegó su casa el lunes en cuestión de minutos, llevándose por delante los 15.000 euros que había invertido en ella. Pasó días intentando limpiar el interior, pero ya ha desistido. "Nos han dicho que van a tirarla con excavadoras", explicaba ayer. "Por ahora no nos han ofrecido una compensación y un amigo ya ha contactado con un abogado", explica. "Lo único que me queda ahora es esperar", lamenta Kovacs, mientras regresa con sus compañeros, que se han quedado atascados en el campo de lodo rojo.
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