Por si no fuera poco la amenaza de quedar sumergida debido al aumento del nivel del mar provocado por el cambio climático, las autoridades chinas parecen empeñadas en ayudar a la naturaleza en su afán por hundir la mayor ciudad del país, una jungla de asfalto poblada por casi veinte millones de personas, que produce en torno al 15% de la riqueza del país y por cuyo puerto pasa el 30% de sus exportaciones.
Hace ya un lustro que los científicos alertaron del peligro que provoca el peso de los gigantescos rascacielos que dibujan el espectacular horizonte de la capital económica del Gran Dragón, pero los urbanistas de Shanghai siguen en sus trece. A pesar de que el territorio del centro financiero se hunde entre 1,5 y 2 centímetros al año, tras inaugurar hace unos meses el edificio más alto de China, acaba de comenzar la cimentación de un nuevo coloso de vidrio y acero que se levantará 632 metros sobre el suelo y que, según algunos expertos, acelerará el ritmo del hundimiento.
Hasta ahora, la población celebraba con entusiasmo cada vez que el cielo de su ciudad era horadado un poco más arriba, pero en esta ocasión comienzan a oírse voces en contra de este nuevo proyecto megalómano que, teóricamente, estará terminado en 2014. No sólo porque temen convertirse en la primera ciudad submarina del mundo, sino porque, además, la enorme concentración de edificios está elevando constantemente la temperatura de la ciudad, donde se viven cifras récord cada verano. Tal es así que, el pasado año, el Ayuntamiento decidió apagar el alumbrado de los rascacielos siempre que el termómetro superara los 35 grados. Hace una década sólo se habría rebasado esa cifra dos o tres días, pero en 2008 su número creció hasta sobrepasar la veintena.
Por si fuera poco, a apenas 300 días de la celebración de la Exposición Universal de Shanghai, las calles de la antigua 'Perla del Oriente' son un caos. El soterramiento de la zona histórica del 'Bund', las obras de mejora de muchos barrios y las gigantescas construcciones imposibilitan el tráfico y convierten la atmósfera en una capa de suciedad que se ha convertido en una de las principales causas de enfermedades respiratorias.
Y los vecinos comienzan a rebelarse. Muchos se niegan a abandonar sus viejas casas para dejar paso a relucientes centros comerciales. Otros han conseguido parar la construcción de la línea 9 del metro, y la ampliación del único tren de levitación magnética del mundo se ha encontrado con tal oposición que todavía no ha podido siquiera saltar del plano a la zanja. «La gente comienza a concienciarse de la necesidad de crecer de forma sostenible, toda una novedad en China, donde, hasta ahora, la meta era enriquecerse a cualquier precio», explica Xu Anqi, sociólogo de la Universidad de Fudan. «El aumento de todo tipo de enfermedades, sobre todo del cáncer, y el progresivo deterioro del medio ambiente, preocupan cada vez más. Que Shanghai se hunda es sólo la puntilla».
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