El número de nuevas empresas de propiedad privada de Silicon Valley que valen más de 1.000 millones de dólares impresiona hasta a los ejecutivos que las dirigen.
“Creía que éramos especiales”, dice mientras hace el recuento de sus homólogas multimillonarias Phil Libin, consejero delegado de Evernote, un servicio en Internet de almacenaje de recortes de prensa, fotos y fragmentos de información.
Libin puso en marcha Evernote en 2008, en vísperas de la recesión, y la construyó de un modo metódico. “Muchos de nosotros no nos propusimos conseguir una gran valoración, simplemente intentábamos construir algo que durase”, dice Libin. “Ya no hay ningún sector seguro, ni siquiera en San Francisco”.
Pero un número sin precedentes de nuevas empresas de alta tecnología, al menos 25 y posiblemente más de 40, están valoradas en 1.000 millones de dólares o más. Muchos empleados están haciéndose ricos discretamente, o al menos preparando un buen colchón frente a una posible quiebra, vendiendo acciones a inversores externos.
Airbnb, Pinterest, SurveyMonkey y Spotify son algunas de las empresas de propiedad privada más conocidas que han llegado a los 1.000 millones de dólares. Pero muchas más con nombres menos familiares, entre ellas Box, Violin Memory y Zscaler, venden servicios a otras empresas.
“Dentro de un año podrían llegar a 100”, señala Jim Goetz, socio de la firma de capital de riesgo Sequoia Capital. Forma parte de lo que él llama “un cambio permanente” en el modo en que la gente construye sus empresas.
Los propietarios de estas compañías dicen que las tasaciones generan inquietud. Antes, 1.000 millones de dólares eran un hito, ahora son también una carga. Hay que hacer frente a unas expectativas mayores y a la amenaza del aumento de la incertidumbre.
Los inversores y ejecutivos apuntan una serie de motivos para explicar las altas tasaciones. Los tipos de interés están bajos, lo que hace que a las empresas de capital de inversión les resulte más fácil tener grandes participaciones en las compañías.
Algunos jóvenes millonarios de la tecnología y extranjeros ricos como el multimillonario ruso Yuri Milner, también han invertido. Cuando uno de ellos pone dinero en una nueva empresa, hace subir las apuestas de los demás.
En enero, el valor de Twitter, que se creó en 2006, llegó a los 9.000 millones de dólares, ateniéndonos a lo que ofreció por las participaciones de los empleados BlackRock, un gestor mundial de inversiones. El primer día que Microsoft vendió acciones de forma pública, en 1986, la empresa tenía 11 años y solo valía 778 millones de dólares. Equivaldrían a tan solo 1.600 millones de dólares si tenemos en cuenta la inflación.
Pinterest, un álbum de recortes y red social sin ingresos, ha alcanzado un valor de 1.500 millones de dólares en menos de tres años. Amazon empezó a cotizar en 1997 después de solo tres años, pero estaba valorada en solo 438 millones de dólares. Y contó con casi 16 millones en ingresos durante el año fiscal de 1997.
Los emprendedores de Silicon Valley sostienen que la espiral ascendente de los precios no es un indicio de otra burbuja tecnológica. Los precios elevados son razonables, dicen, porque innovaciones como los teléfonos inteligentes y la informática en la nube transformarán un sector que ya vale cientos de miles de millones.
Además, muchas de las empresas multimillonarias, entre ellas MobileIron, Pure Storage, Marketo, DDN y SurveyMonkey (que en enero recaudó 794 millones, hasta alcanzar un valor de 1.350 millones de dólares), venden productos y servicios principalmente a otras empresas.
Según Robert Tinker, consejero delegado de MobileIron, que fabrica programas informáticos para que las empresas gestionen los teléfonos móviles y las tabletas. “La socialización puede ser una de esas cosas raras que son completamente nuevas”. En relación con el tamaño de los mercados a los que los dispositivos móviles, la informática en la nube y las redes sociales están dando un vuelco, las tasaciones resultan razonables.
Pero la mayoría de estos consejeros delegados son también veteranos de la burbuja de Internet de finales de los noventa y admiten su inquietud por el hecho de que tal vez las cosas no sean muy diferentes esta vez. “La realidad es que he aceptado 94 millones de dólares de mis inversores y todavía no hemos empezado a cotizar en Bolsa”, confiesa Tinker.
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