Cualquier inútil, cualquier mentiroso, cualquier borracho, cualquier drogado, puede decir lo que quiera en Internet, y vosotros lo leéis y os lo creéis. Son palabras que salen gratis. ¿Vamos a convertirnos en víctimas de Facebook, el Kleenex y YouTube?". Muamar el Gadafi, que llamaba "el kleenex" a los papeles de Wikileaks, arengaba así a través de la televisión a su pueblo tras la caída en Túnez del todopoderoso Ben Ali. Eran los primeros días de un trepidante 2011 en el que el dictador libio perdió el poder, y unos meses más tarde, la vida.
n Túnez había prendido la mecha de la llamada primavera árabe. Egipto, Libia, Siria, Yemen, Marruecos, Irán, Argelia, Bahrein... En mayor o menor medida, un buen puñado de países se vieron involucrados de inmediato en las protestas. Durante meses, especialistas de todo el mundo han analizado el papel de la Red en su estallido. Es probable que se haya exagerado, pero es indudable que, como el propio Gadafi advertía, haya sido decisivo. La pobreza, la falta de libertad y la violencia eran el material inflamable. Las revelaciones de Wikileaks aumentaron la temperatura. Cuando el vendedor ambulante tunecino Mohamed Bouazizi se inmoló en las calles de Sidi Bouzid, las redes sociales estaban preparadas para amplificar la chispa que encendió una hoguera que arrasó el norte de África.
Ese fuego pronto saltó a Europa y se propagó por las calles de España. El 15 de mayo, la #spanishrevolution voló desde la Puerta del Sol al mundo y aún anda dando guerra hasta en los aledaños de Wall Street, donde se alojan los cerebros financieros que parieron la crisis económica que nos devora.
La mayoría de edad de Twitter
2011 ha sido, sin duda, el año de los indignados y las revoluciones, pero también el de la mayoría de edad de Twitter. Por números, alcanzó los 100 millones de seguidores activos, pero quizá más por su imparable influencia.
Ya de todo nos enteramos antes por Twitter, hasta de la captura y muerte de Bin Laden en mayo durante una muy secreta operación del Ejército de Estados Unidos, contada en directo por el paquistaní Sohaib Athar sin saber él mismo, es verdad, lo que realmente estaba pasando.
Y también ha invadido nuestro lenguaje cotidiano. Los hashtags (etiquetas que agrupan temas en Twitter) y los trending topics (los temas de mayor audiencia en las redes sociales) invaden los medios y participan con vigor en la construcción de la agenda informativa. Toda la realidad se dota de sus etiquetas para ser reconocida y estas cambian y evolucionan buscando la permanencia en la lista de lo más caliente. El 15-M, en pocas horas, y según una recolección urgente de la bloguera Delia Rodríguez, se alimentó de un buen puñado de hashtags: #democraciarealya, #spanishrevolution, #acampadasol, #nonosvamos, #yeswecamp, #notenemosmiedo, #juntaelectoralfacts, #esunaopcion, #tomalaplaza, #pijamabloc, #acampadavalencia, #acampadalgño, #acampadabcn... Y algunos se convirtieron en poderosas marcas que acabaron identificando al movimiento.
Lo que empezó casi como un juego se ha transformado en un arma de acción política y de control social del poder y los medios. Desde la Red, desde Facebook o Twitter, ciudadanos de todo el mundo y de todas las procedencias sociales tienen la oportunidad por primera vez en la historia de hacerse oír sin intermediarios.
Pero no todo es tan sencillo en este nuevo ecosistema. El especialista norteamericano Nicholas Carr lo advertía durante la gira de presentación de su libro Superficiales. ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes?: "Creo que la tensión entre la libertad que nos ofrece Internet y su utilización como herramienta de control nunca se va a resolver. Podemos hablar con libertad total, organizarnos, trabajar de forma colectiva, incluso crear grupos como Anonymous, pero, al mismo tiempo, Gobiernos y corporaciones ganan más control sobre nosotros al seguir todos nuestros pasos online y al intentar influir en nuestras decisiones".
Una visión inquietante. Cuando empezábamos a creer en la libertad y el poder revolucionario de la Red, nos dimos cuenta de pronto de que esa misma potencia puede ser empleada en nuestra contra. Incluso lo que se nos presenta como un paraíso para el acceso al consumo a precios bajos se puede convertir en una trampa.
Es la visión del investigador bielorruso Evgeny Morozov, que alerta ante los peligros de negociar con nuestra privacidad: "¿Qué puede competir con el aparentemente infinito almacén de música disponible en servicios de streaming como Spotify? Nada; pero intenta hoy acceder ahí sin una cuenta en Facebook y no llegarás muy lejos: Spotify exige que los nuevos usuarios tengan ya una cuenta en Facebook, que no podrán obtener a menos que estén dispuestos a registrarse en Facebook con sus nombres reales. De este modo, escuchar música de una manera anónima se convierte en algo anómalo; gradualmente, pudiera convertirse también en algo tecnológicamente difícil y caro. Leer de una manera anónima no parece ser algo anómalo todavía, pero las cosas cambiarán a medida que evitemos entrar en las bibliotecas públicas y empecemos a tomar prestados los libros a través de Amazon y de Barnes & Noble. Aquellas nunca pensarían en vender nuestros datos a terceros; estos últimos no se lo pensarían dos veces".
Steve Jobs, el rey de la tecnología de consumo
Y así es como en este vertiginoso mundo digital pasamos de la tecnología como herramienta subversiva a la tecnología como objeto de consumo desaforado. Y allí Steve Jobs es el rey por derecho propio. Su retirada en agosto y su muerte en octubre fueron dos de los momentos más intensos de tráfico y agitación en la Red en 2011.
Nadie como Jobs supo hasta ahora crear un entorno en el que la tecnología pierde su complejidad y se convierte en objetos bellos y casi milagrosos. Nadie logró crear una marca, Apple, con un grupo tan numeroso de fanáticos que esperan cada novedad, cada lanzamiento, con una pasión y una fe solo comparables a las de los primeros cristianos. Poco importa que fuese un déspota engreído y maleducado. Un egocéntrico maloliente. Un listillo que se apropiaba sin rubor de la ideas de otros después de haberlas despreciado. A pesar del retrato afilado que el periodista Walter Isaacson hace en su imprescindible biografía, Jobs era admirado por su entorno más cercano, el que le aguantaba los insultos y las rabietas. Y creo que en gran medida todos le debemos a su ingenio alguno de los saltos tecnológicos más grandes de la historia reciente.
Jobs señaló el camino a la industria de la música con el iPod y el iTunes, nos dio la entrada sencilla y poderosa a la movilidad con el iPhone y remató la faena con el iPad, desatando la guerra de las tabletas y las aplicaciones. Un mundo feliz quizá demasiado perfecto, un jardín cerrado en el que muchos, a pesar de todo y con Tim Berners-Lee (el inventor de la web) a la cabeza, no terminamos de sentirnos cómodos.
Y de pronto estalló la SGAE
Pero, para terminar, volvamos a nuestra atribulada España y hablemos, cómo no, de la SGAE. Arrancaba el mes de julio, y Teddy Bautista, su hasta entonces todopoderoso presidente, debió de pasar los peores momentos de su vida cuando la Guardia Civil le detuvo junto a ocho compinches. Bajo tantos años de prepotencia y amenazas se escondían un montón de negocios sucios sobre los que la justicia se tendrá que ir pronunciando en los próximos meses.
Una buena noticia para los internautas militantes, pero no llegaba sola. Unos meses antes había comenzado el desmoronamiento del sustento legal del canon digital gracias a una sentencia del Tribunal de Justicia de la UE, confirmada en febrero por la Audiencia de Barcelona con la absolución de Padawan, una empresa barcelonesa que se negó a pagarlo por considerarlo injusto y que fue demandada, cómo no, por la SGAE. El 12 de julio, el Congreso en pleno, a propuesta del PP, votó a favor de su supresión. Le queda ahora al nuevo Gobierno cumplir este encargo y afrontar la urgente reforma de la Ley de Propiedad Intelectual. Y algo más, cómo olvidarnos aquí y ahora de la ley Sinde, otra patata caliente que Zapatero le deja a Mariano Rajoy. El presidente saliente confesó en directo en un programa de radio hace unos días cómo ya en funciones, en el triste y agónico final de su mandato, paró, en pleno Consejo de Ministros, una de sus grandes apuestas legislativas asustado por el barullo que en la Red habían formado #cuatrotuiteros.
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