El puerto del Pireo es conocido por ser el punto de partida de muchos turistas a las soleadas islas griegas.
Pero ahora lo que más llama la atención cuando uno recorre esta zona industrial del sur de Atenas no son los ferries de pasajeros, sino la gran cantidad de grúas naranjas que se erigen sobre la zona mercante."Eso es el barrio chino", dice el líder sindical Sotiris Poulikoyiannis, sentado en su despacho a pocos metros de esta escena.
El año pasado, la naviera estatal china Cosco se hizo con el control de la mayor parte del puerto, la instalación con mayor tráfico de mercancías de toda Grecia y, la que es probablemente, la mayor inversión china en Europa.
En un momento de crecientes dudas sobre si los préstamos de Europa conseguirán salvar a Grecia, surge la pregunta de si, en su lugar, serán las economías emergentes de Asia las que saquen a Grecia de su crisis.
Por el momento, gobiernos y empresas con dinero para gastar tienen abundantes oportunidades de inversión en el multimillonario programa de privatización del gobierno griego.
Sin embargo, a algunos griegos como Poulikoyiannis, les preocupa que Grecia se vea obligada a vender la cubertería de plata familiar a precios de ganga.
"Todos estamos intentando aprender chino ahora", dice con una sonrisa resignada.
"Todos tenemos que hacerlo, toda Europa. Tú también".
En el puerto gestionado por los chinos los sindicatos no son reconocidos, y para los mecánicos y trabajadores del metal que han vivido siempre de reparar barcos corren tiempos difíciles.
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Mella
Las medidas de austeridad impuestas a causa de la crisis de la deuda soberana amenazan la estabilidad de toda la eurozona y hacen mella en los ciudadanos.
Y entre los más afectados se encuentran los astilleros del Pireo.
Alrededor del 20% de los afiliados al sindicato han visto cortada su electricidad en casa, y muchos también han perdido el agua corriente. Como su país, pasan enormes apuros para pagar sus facturas.
Pero aquí en el puerto nadie puede solicitar un préstamo a Europa para no caer en la bancarrota.
El sindicato asegura que más de 6.000 personas trabajaban en el astillero antes de que empezara la crisis en 2008. Ahora hay solo trabajo suficiente para unas 300 personas al día.
Muchos armadores griegos están enviando sus barcos a China para que los reparen allí.
"Nos pagan 90 euros al día (US$127) incluyendo las horas extras", dice Poulikoyiannis, señalando a una tabla escrita a mano sujeta a la pared.
"Y si alguno consigue trabajar cinco días al mes, ya piensan que ése ha sido un buen mes".
"Este último año ha sido muy malo. No hay actividad. No te dejes engañar por toda este agua. Esto es en realidad como un desierto".
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Fuera de su despacho prefabricado, cuatro perros duermen a la sombra. Cerca hay una escultura de un mecánico empuñando una llave inglesa.
En este sindicato comunista su monumento está dedicado a los camaradas que murieron en accidentes de trabajo.
"Asesinados por sus jefes", se lee en la inscripción, "en el altar del beneficio".
Los empresarios, naturalmente, no estarían de acuerdo.
Si los sindicatos no hicieran tantas huelgas, dicen, quizás llegaría más inversión al país.
El gobierno, también, quiere atraer a más inversionistas chinos y de otros países.
Trenes, puertos, servicios básicos, hoteles, playas y la enorme superficie del antiguo aeropuerto internacional de Atenas, junto con sus terminales abandonadas y sus aviones oxidados, han sido puestos en venta.
Pero gobierno y sindicatos están de acuerdo en al menos una cosa.
"Lo que queremos evitar es vender nuestros bienes más importantes por poco más que nada", dice un consejero cercano al primer ministro.
"Me temo que eso es lo que está a punto de pasar".
Y si eso es lo que piensa el núcleo del gobierno, ¿quién puede culpar al resto del país por preocuparse por lo que les espera en los próximos años?
Por eso, tanto en el Pireo como el parlamento se palpa una frustración incontenible.
"Pienso que todo el mundo está muy nervioso", dice una mujer de mediana edad en medio de la multitud que ahora se concentra casi cada noche en las afueras del Parlamento.
Se lleva un silbato a la boca y sopla fuerte para contribuir a la cacofonía general.
"No soy economista", adelanta. "Pero tengo que preocuparme por que en mi casa lleguemos a fin de mes y puedo ver que esto no marcha bien".
A su lado pasa un hombre con una horca de fabricación casera en una mano y con una bandera griega en la otra.
"Ladrones", grita, y se aleja.
De repente se antoja bastante apetecible dar la vuelta y dirigirse al Pireo para montarse en uno de esos ferries y desaparecer en una isla distante.
Pero alejarse de todo esto no es una opción para los griegos en este momento.
Los ojos del mundo están pendientes de ellos.
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La semana que viene el Parlamento votará un paquete adicional de medidas de austeridad, en el que nadie parece realmente creer.
"Esos días", dice Poulikoyiannis mientras se levanta para dejar vacía su oficina. "Esos días las calles van a estar al rojo vivo".
BBC Mundo
Y entre los más afectados se encuentran los astilleros del Pireo.
Alrededor del 20% de los afiliados al sindicato han visto cortada su electricidad en casa, y muchos también han perdido el agua corriente. Como su país, pasan enormes apuros para pagar sus facturas.
Pero aquí en el puerto nadie puede solicitar un préstamo a Europa para no caer en la bancarrota.
El sindicato asegura que más de 6.000 personas trabajaban en el astillero antes de que empezara la crisis en 2008. Ahora hay solo trabajo suficiente para unas 300 personas al día.
Muchos armadores griegos están enviando sus barcos a China para que los reparen allí.
"Nos pagan 90 euros al día (US$127) incluyendo las horas extras", dice Poulikoyiannis, señalando a una tabla escrita a mano sujeta a la pared.
"Y si alguno consigue trabajar cinco días al mes, ya piensan que ése ha sido un buen mes".
"Este último año ha sido muy malo. No hay actividad. No te dejes engañar por toda este agua. Esto es en realidad como un desierto".
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Fuera de su despacho prefabricado, cuatro perros duermen a la sombra. Cerca hay una escultura de un mecánico empuñando una llave inglesa.
En este sindicato comunista su monumento está dedicado a los camaradas que murieron en accidentes de trabajo.
"Asesinados por sus jefes", se lee en la inscripción, "en el altar del beneficio".
Los empresarios, naturalmente, no estarían de acuerdo.
Si los sindicatos no hicieran tantas huelgas, dicen, quizás llegaría más inversión al país.
El gobierno, también, quiere atraer a más inversionistas chinos y de otros países.
Trenes, puertos, servicios básicos, hoteles, playas y la enorme superficie del antiguo aeropuerto internacional de Atenas, junto con sus terminales abandonadas y sus aviones oxidados, han sido puestos en venta.
Pero gobierno y sindicatos están de acuerdo en al menos una cosa.
"Lo que queremos evitar es vender nuestros bienes más importantes por poco más que nada", dice un consejero cercano al primer ministro.
"Me temo que eso es lo que está a punto de pasar".
Y si eso es lo que piensa el núcleo del gobierno, ¿quién puede culpar al resto del país por preocuparse por lo que les espera en los próximos años?
Frustrados
Si los réditos de la privatización no son tan altos como se espera, y si las medidas de austeridad hunden a Grecia aún más en la recesión, es bastante difícil imaginar de qué otra forma se va a materializar algún día el crecimiento económico que necesita el país.Por eso, tanto en el Pireo como el parlamento se palpa una frustración incontenible.
"Pienso que todo el mundo está muy nervioso", dice una mujer de mediana edad en medio de la multitud que ahora se concentra casi cada noche en las afueras del Parlamento.
Se lleva un silbato a la boca y sopla fuerte para contribuir a la cacofonía general.
"No soy economista", adelanta. "Pero tengo que preocuparme por que en mi casa lleguemos a fin de mes y puedo ver que esto no marcha bien".
A su lado pasa un hombre con una horca de fabricación casera en una mano y con una bandera griega en la otra.
"Ladrones", grita, y se aleja.
De repente se antoja bastante apetecible dar la vuelta y dirigirse al Pireo para montarse en uno de esos ferries y desaparecer en una isla distante.
Pero alejarse de todo esto no es una opción para los griegos en este momento.
Los ojos del mundo están pendientes de ellos.
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La semana que viene el Parlamento votará un paquete adicional de medidas de austeridad, en el que nadie parece realmente creer.
"Esos días", dice Poulikoyiannis mientras se levanta para dejar vacía su oficina. "Esos días las calles van a estar al rojo vivo".
BBC Mundo
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