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2010/10/11

Los agujeros negros del nuevo Ciudadano Kane

ABC

Los que han conseguido llegar hasta aquí sin tener cuenta en Facebook que se resignen definitivamente a dejar de ser de este mundo. ¿Exagerar nosotros? Por favor. En Estados Unidos no se habla de otra cosa. A mí me recomendó insistentemente ir a ver «The Social Network» hasta mi pescadero en Brooklyn. Encima, el día que fui a verla, al salir del cine me vi interceptada por un equipo de televisión; amparados en la penumbra acababan de filmar a varios espectadores (entre ellos yo). ¿Me importaba por favor firmar un papel cediendo mis derechos de imagen para el programa?
«The Social Network» llega precedida por una doble leyenda: que es una película muy buena y que en ella el fundador de Facebook, Mark Zuckerberg, queda a la altura del betún. Indiscutible lo primero, bastante más opinable lo segundo. Aunque es verdad que el filme oscurece ciertas partes del personaje hasta el punto de que llegan a parecer imposibles. Por ejemplo, que lee latín clásico y que tiene novia desde 2004.
Este último dato es sorprendente porque lo que están a punto de vendernos es un Zuckerberg tan raro y tan torpe, sobre todo con las mujeres, que se habría visto obligado a inventar Facebook para tener una remota posibilidad de ligar. El invento sería fruto de su genio informático, pero sobre todo de su patetismo social. De su incapacidad para relacionarse.
Microsoft nació en un garaje y Facebook nació en un dormitorio de Harvard. Es un caldo de cultivo cruel: la extrema competitividad académica, sexual y humana, la obsesión de muchos alumnos del montón -incluido Zuckerberg, o empezando por él- por los exclusivos clubs privados de estudiantes donde sólo se accede por invitación y después de haber demostrado que se destaca lo suficiente en algo.
Nos adentramos en un campus que es como un sistema feudal en miniatura, con sus códigos grabados en piedra. Zuckerberg los rompe todos. No es rico, es físicamente mediocre y va a todas partes con chanclas, así sea lo más crudo del invierno (entonces las complementa con unos calcetines).
¿Las ideas de otros?
Pero el lado oscuro de Zuckerberg no acaba aquí. Será acusado (en la biografía, en la película y en los tribunales de la vida real) de lanzar su Facebook en parte inspirándose en una idea de otros dos estudiantes, que habrían intentado reclutarle como programador de su propio proyecto de red social, los hermanos Cameron y Tyler Winklevoss. Según ellos Zuckerberg no sólo les robó su idea –aunque la de él fuera mucho mejor- sino que dio largas y retrasó el proyecto de ellos para lanzar primero el propio y salir con ventaja. Pleitearon. Y han sacado una indemnización de 65 millones de dólares.
También acabaría pleiteando contra Zuckerberg el que fue su mejor amigo en Harvard y cofundador de Facebook, Eduardo Saverin. Nacido en Brasil, hijo de empresario y hombre de empresa él mismo, Saverin puso los primeros 1.000 dólares para que Facebook echara a andar y en cambio se vio expulsado de la empresa cuando Zuckerberg dejó Harvard y los estudios para mudarse a California en busca del sol y de Silicon Valley.
Allí lo que empezó como una aventura estudiantil adquiere el volumen y la vidriosidad de una empresa, con lo cual unas cuantas inocencias van a quedarse por el camino. «The Social Network» alcanza un inquietante paralelismo con Ciudadano Kane a medida que Zuckerberg va perdiendo amigos, ganando enemigos y quedándose más y más a solas con su éxito.
¿Es eso verdad al cien por cien? Habría que matizarlo mucho. Como el hecho de que Zuckerberg estuviera y esté tan solo. Es verdad que Saverin no le siguió a California, pero sí otros. Entre ellos sus compañeros de dormitorio en Harvard, que siguen siendo socios de Facebook, y una atractiva chica de Boston de ascendencia asiática, Priscilla Chan, que hace seis años que es su novia y que hace un mes se ha ido a vivir con él.
No hay ni rastro de esta relación en «The Social Network», donde Zuckerberg tiene una novia ficticia y un desenlace romántico muy distinto. La película, que seguramente no es casualidad que tenga el mismo director que «El club de la lucha», es obsesiva y fascinantemente masculina. Una fábula de gimnasio (en este caso de universidad) donde una rata de biblioteca o de ordenador se enfrenta a dos aristócratas de Harvard de buenísima familia y excepcional planta, remeros olímpicos ellos, y los derrota. El hacker contra los caballeros andantes.
Los mismos creadores de esta historia son los primeros en admitir que han priorizado la leyenda sobre la veracidad. No es que la película mienta, es que la verdad es sólo una parte. Lo que tiene éxito no es la vida y milagros de Zuckerberg, es la fantástica fábula de doble sentido que se genera a su alrededor.
Dos almas
Para unos Zuckerberg es un canalla, un resentido social y un destructor del juego limpio. Otros alegan que este supuesto juego limpio era en realidad el opresivo sistema de castas de Harvard y de una sociedad que levanta fortalezas éticas para proteger los privilegios de algunos, para hacer que ganen siempre los mismos. Desde este punto de vista es un Prometeo, un revolucionario.
En todo caso es el hombre de moda. Para algunos no deja de ser curioso que alguien tan retraído haya acabado en boca y en el ordenador de todos. ¿El facebookeador, facebookeado? ¿Es el doctor Frankenstein víctima de su propio monstruo?
¿O nunca ha dejado de estar todo previsto? Esta semana toda la plantilla de Facebook fue al cine a ver The Social Network, con entradas pagadas por la empresa, que reservó a tal efecto un par de cines. Y por supuesto se habla más que nunca de Facebook, de sus nuevas aplicaciones, de lo que espera ganar el próximo año…
Ladramos, luego Zuckerberg cabalga. Y con él su sueño de vivir en una eterna juventud online, protegiéndose del mundo real tras la pantalla de su ordenador. No hay que olvidar que vamos todos a juzgarle por cosas que hizo cuando tenía 19 años. ¿Cómo se debe sentir alguien que ve su inmadurez petrificada en una película? ¿Como el Ciudadano Kane o como Peter Pan?

Chicos del garaje: ¿Lobos o corderos?

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