Genial (gracias, Julio) ha estado David Pogue en su columna del NYT, “The generational divide in copyright morality“, demostrando una clarísima tendencia: para los jóvenes norteamericanos, ningún comportamiento relacionado con las descargas de la red de materiales sujetos a copyright resulta en modo alguno constitutivo de delito.
En sus conferencias, David desarrolló un interesante experimento: pidió a los asistentes que levantasen la mano cuando considerasen que el comportamiento que describía resultaba delictivo: en un primer intento, la serie planteada era pedir prestado un CD de una biblioteca, grabar ese CD en su ordenador para sustituir un original deteriorado, grabar varios CDs prestados para reemplazar otros que se poseen en vinilo y duplicar un DVD para evitar que se deteriore el original. En la segunda serie, empezaba con grabar en su TiVO una película de HBO, seguía diciendo que su grabador había fallado y se la pedía y copiaba a un amigo que la había grabado, y continuaba diciendo que como no tenía ningún amigo que la hubiese grabado, se iba al videoclub, la alquilaba y la duplicaba. En cada serie, nadie levantaba la mano en el primer ejemplo, pero iban apareciendo algunas manos a medida que avanzaba, lo que permitía a David demostrar que los comportamientos relacionados con el copyright no eran para nada blancos y negros, sino que poseían numerosas gamas de gris.
El experimento, sin embargo, no se torna en significativo hasta que David tiene la oportunidad de desarrollarlo en un instituto: en este caso, ninguno de los comportamientos descritos anteriormente hacen que ninguno de los asistentes tenga la más mínima intención de levantar la mano: es más, le miran con cara de “¿delito? Este tío está loco”. Entonces, David decide llevar el experimento al límite, y pregunta qué ocurre cuando le apetece una película o un disco, decide no pagar por él, y se lo descarga. Y se encuentra, cómo no, con que únicamente se alzan dos manos de un total de quinientas. Incluso descontando un cierto elemento de presión grupal, el resultado es claro, contundente e inequívoco.
Aunque desde el punto de vista de un español la prueba pierde parte de su sentido, dado que ninguno de esos comportamientos supone delito alguno y el mero planteamiento de que pueda serlo resulta casi mojigato, el experimento, planteado en un entorno como el norteamericano, resulta enormemente indicativo: en pocos años, nadie en toda la sociedad, como es lógico, juzgará ese tipo de comportamientos como delictivos. ¿Qué van a hacer entonces la RIAA y sus adláteres? ¿Aplicar electroshock a todo el conjunto de la sociedad?
1 comentario:
¡No al cánon digital!
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