En un fantástico artículo largo en Wired, “David Byrne’s Survival Strategies for Emerging Artists — and Megastars“, David Byrne desgrana una por una de manera muy detallada, con interesantísimos gráficos y datos, las consecuencias de la llegada de Internet y las nuevas tecnologías al mundo de la música. Se vende menos música, sí, pero una cantidad cada vez mayor de esa música se vende en formato digital, lo que cambia completamente el escenario para el artista y le proporciona un número muy superior de grados de libertad.
Byrne parte de la definición de música, de cómo ésta cambia cuando empezamos a hablar de soportes de grabación, y del papel de las discográficas hasta hace cierto tiempo: financiar sesiones de grabación, fabricar el producto, distribuirlo, hacer el marketing del mismo, adelantar dinero para gastos como tours, vídeos, maquillaje y peluquería, aconsejar y guiar la carrera musical del artista, y llevar su contabilidad. En la actualidad, muchas de esas facetas han perdido su valor, y el artista no precisa de una discográfica que las haga: los costes de grabar y producir descienden dramáticamente gracias a la tecnología, los costes de fabricación y distribución desaparecen, los tours no son promocionales sino una fantástica fuente de ingresos en sí mismos, y gran parte del marketing se hace a golpe de buscador y página web.
En ese escenario, donde antes las discográficas ofrecían únicamente un tipo de contrato, especificado como “dame tu alma y yo poseeré tus derechos - para siempre”, ahora se establecen hasta seis tipos de contrato con gradaciones intermedias: desde el equity deal o “contrato 360º” hasta la self distribution, pasando por opciones como el standard deal, el license deal, el profit sharing o el manufacturing & distribution deal, todos ellos cuidadosamente analizados. El resultado final es una situación en la que el artista tiene más grados de libertad para ganarse la vida, no menos, y un efecto de Internet y la tecnología que aparte de imparable (en el que por tanto, es de estúpidos interponerse como pretenden hacer nuestros políticos), es netamente positivo. Diferentes opciones para diferentes tipos de música, con diferentes niveles de libertad y de propiedad de los derechos, adecuados para diferentes tipos de artistas. En ninguna de esas modalidades, claro, regalan el dinero a nadie: eso sólo lo hacen los políticos, que además regalan dinero que no es suyo, tiran con pólvora del rey.
En el medio de este escenario, magistralmente definido con todos sus datos por un músico con amplia experiencia en varias de estas modalidades de contrato, introducir un subsidio como el canon y pretender engañar a la sociedad arguyendo que es “compensatorio” es simplemente un fraude. Un fraude que nuestros políticos han utilizado para dividir a la sociedad en dos capas que se odian, “artistas” y no artistas, los “vulgares” frente a los “tocados por las musas”, unos con más derechos que otros, con subsidios que se reparten en función de algo tan arbitrario como cuántos pedacitos de plástico como ese que ilustra esta entrada son capaces de vender - un número que ya no importa a nadie porque no es en absoluto representativo del nivel de éxito obtenido. La compensación no es necesaria, porque no hay nada que compensar: lo que hace falta es que los “artistas”, de los cuales curiosamente la mayoría más vociferante no son más que viejas glorias con carreras deprimentes intentando “pillar algo” como puedan, aprendan a vivir en un escenario a todas luces mejor que el anterior. Pero claro, la sopa boba y la venta de favores políticos parece un camino mucho más sencillo y conviene a ambas partes: al “artista”, que obtiene ingresos para repartir arbitrariamente, y al político, que consigue figuritas pretendidamente relevantes que lanzar a la calle a vociferar sus consignas contra la oposición cuando lo estimen oportuno. Ellos lo negocian, ellos lo fijan, ellos lo votan, ellos lo deciden. La política ideal, la política sin el pueblo: todos esos millones de imbéciles acuden cada cuatro años a votar, pero después no pintan nada en absoluto. Solamente pagamos la factura.
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