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2007/09/27

El hermano tonto del Gran Hermano

Fuente: Libertad Digital.

Si en nuestro país imperase la sharia, o ley musulmana, a algunos asesores jurídicos corporativos habría que amputarles el dedo con el que hacen clic en el ratón. Leo con incredulidad cómo Zeppelin Televisión, productora de ese gran éxito televisivo y epítome del mal gusto llamado Gran Hermano, ha enviado un correo electrónico a algunas páginas web, como Gran Hermano 9 de Anita, Gran-Hermano9.info y gran-hermano.tk, conminándolas de manera amenazante a retirar todos los contenidos, logotipos y secuencias de vídeo sobre el programa "en el plazo improrrogable de 24 horas".

Tratándose de páginas dedicadas en su integridad a dichos contenidos, la petición resulta, cuando menos, curiosa: como una simple búsqueda en Google nos puede demostrar, existen un buen número de páginas dedicadas al susodicho programa en su actual edición, todas las cuales sin práctica excepción reproducen fotos, secuencias de vídeo o el logotipo del mismo. Si la búsqueda la hacemos en YouTube, el número de vídeos llega a los trescientos, y no hablemos ya si traspasamos los límites del medio y nos vamos a la televisión: el número de programas de zapping, cotilleo y de humor que reproducen secuencias del programa hacen que algunos de sus protagonistas lleguen a tener más "cuota de pantalla" que muchos de esos políticos que miden el air time cronómetro en ristre todas las semanas.

¿Qué hace, por tanto, que a la asesoría jurídica de Zeppelin Televisión (que sin duda debe tener el despacho muy alejado de otra asesoría, la de imagen) le dé por enviar semejante mensaje? ¿Será, por un casual, el hecho de que alguna de las páginas amenazadas aparezca como segundo resultado en la búsqueda del término "Gran Hermano 9" en Google, justo debajo de la web oficial? De entrada, la acción de Zeppelin se encuentra con una reacción inmediata de simpatía por el débil, de clara desmesura en el uso de la fuerza, que lleva a quien la conoce a ponerse del lado del débil, del amenazado: ¿por qué estas páginas sí, y a la cadena de televisión de al lado que usa de manera constante secuencias en algunos de sus programas no? ¿Se infringe más cuando se es más pequeño, o cuando se hace de manera más espontánea y natural, sin ánimo de lucro?

Las páginas en cuestión están desarrolladas de manera claramente artesanal: ni son un prodigio de diseño, ni tienen una gran cantidad de publicidad que permita indicar que sus autores estén nadando en la abundancia... son páginas sencillas, hechas sin duda por fans del programa, por personas que dedican su tiempo no sólo a ponerse delante de la pantalla, sino a escribir sobre ello, a describir a los personajes, a entrar en discusiones, a moderar comentarios, a opinar... son posiblemente los mismos que consumen llamadas o envían SMS a los teléfonos del programa, y estaría por apostar que conocen los entresijos del mismo incluso mejor que algunos de los profesionales que trabajan en él. Son amateurs en el sentido de "amar lo que hacen", de disfrutarlo, de entregarle tiempo sin esperar mucho más que unos pocos ingresos que no pagarían en absoluto la dedicación, todo por la oportunidad de hablar del programa con otras personas. En un producto como éste, la acción de un número elevado de estos amateurs hace que el programa alcance popularidad, llegue posiblemente a más personas y se revista de un aura de "fenómeno sociológico" del que la cadena y la productora, sin duda, se benefician.

El reflejo de atacar al fan, de despreciar a los mejores clientes, no es algo en absoluto ajeno a la industria de los contenidos. Lo vivimos constantemente en el mundo de la música, en donde algunas asociaciones como la Recording Industry Association of America persiguen a universitarios y abuelitas con cartas en las que los conminan a llegar a acuerdos extrajudiciales si no quieren dar con su cuerpo ante un juez, escasamente protegidos además por abogados habitualmente mucho menos onerosos y expertos que los que arropan a la contraparte. O en nuestro país, en donde determinadas asociaciones insultan y criminalizan impunemente a los clientes de quienes dicen representar mientras, con la otra mano, utilizan la ley con propósitos claramente intimidatorios para coartar así la libertad de expresión e impedir toda posibilidad de defensa.

La interpretación que algunos hacen de las relaciones con el cliente es sorprendente: como te gusta mi producto hasta el punto de dedicar horas y esfuerzo a crear con él obras derivadas, yo voy y te denuncio. Lo hemos vivido ya en tantas ocasiones que sorprende que siga habiendo un suministro tan regular de leguleyos ignorantes que aún caigan en el mismo cliché, como si estuviesen fabricados en serie. ¿Pretenden acaso, en un mundo en el que la información y los medios de producción están al alcance de todo el mundo, ser los únicos que controlen el acceso a los mismos? ¿De verdad creen que, en la inmensidad de la red y con todas las posibilidades que ofrece la tecnología, pueden llegar a detener todos los intentos de acceso a unos contenidos cuya función era, por cierto, llegar a ser vistos por la mayor cantidad de gente posible?

En realidad, no son más que tristes restos nostálgicos de una época en la que el papel de los espectadores era únicamente ese, el de ser meros globos oculares sentados en un sofá con las manos quietas, pendientes del tubo catódico, sin atreverse a respirar durante la emisión de los contenidos, y menos aún durante los cortes publicitarios. Ante tanta estupidez, no queda más que remitirse a la genial serie británica de humor The IT Crowd, arrugar la nariz y preguntar eso de "are you from the past?" ("¿vienes del pasado?"). El hermano tonto del Gran Hermano estudió Derecho, se hizo asesor jurídico y todavía no se ha dado cuenta de que el siglo pasado hace ya siete años que terminó.

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