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2013/08/21

El oro verde

Se ha dado en llamar "oro verde" a las ingentes cantidades de dinero que mueve el tráfico de especies animales y vegetales, o bien en algunos casos de sus restos o de determinadas partes de su anatomía. El cuerno de rinoceronte encabeza en estos momentos la preocupación de quienes luchan contra estas auténticas mafias.

Desde tiempos remotos, al menos medievales, se ha atribuido propiedades mágicas, especialmente afrodisíacas, al polvo obtenido de moler el cuerno del rinoceronte. No se trata de una sustancia realmente córnea, sino de un concentrado de proteínas duras que llega a adquirir consistencia pétrea: en definitiva algo así como una trenza de pelo extraordinariamente compactada. La larga duración de la cópula de los rinocerontes parece encontrarse en los orígenes de esta leyenda.
La superstición enemiga de la Naturaleza

Entrar en la superstición y en la magia es lo peor que le puede ocurrir a una especie en lo que se refiere a supervivencia. Si algún animal o vegetal despierta la codicia humana por intereses económicos derivados de la explotación práctica, como el empleo y aprovechamiento gastronómico o peletero, siempre se podrá pensar en el establecimiento de compensaciones, vedas, empleo de sustitutivos, etcétera. Si se atribuye superpoderes o falsas leyendas alusivas a la supuesta curación de enfermedades, estaremos colocando a la especie víctima en el mismo borde de la supervivencia.

En el caso de los rinocerontes, hablemos en plural por ser varias las especies y subespecies que aún sobreviven en África y Asia; la leyenda sobre su papel estimulante de la sexualidad masculina fija tal poder precisamente en los cuernos nasales. Miles de rinocerontes han sido masacrados por los furtivos sólo para amputarles el preciado apéndice nasal mientras el cuerpo se pudre en la sabana o en la estepa. Las duras penas aplicadas a estos infractores de la ley apenas pueden paliar la lenta extinción de los gigantes acorazados, invulnerables incluso frente a los leones, pero no ante la incultura y la superstición humanas.
Supuesto poder contra el cáncer

Por si la leyenda anterior no fuera suficientemente peligrosa y absurda, una reciente creencia procedente de oriente viene a agravar la situación. Ahora se atribuye al cuerno de rinoceronte nada menos que la propiedad de curar el cáncer, lo que implica que magnates, tan adinerados como ignorantes, se muestren encantados de pagar fabulosas sumas por el polvo de cuerno para tratar de salvar sus propias vidas o las de sus seres queridos. La carrera hacia la extinción discurre ya por tramos avanzados.

Las reservas africanas de aquellos países que protegen su naturaleza al haber comprendido su importancia como recurso económico, son terreno de enfrentamiento permanente entre furtivos y vigilantes. No son extraños los enfrentamientos a tiros y las muertes entre las filas de unos y de otros. La supervivencia de los rinocerontes queda ahora en segundo plano ante la posibilidad de pérdida de vidas humanas en los santuarios africanos. De momento nadie gana con claridad esta triste guerra del absurdo.

Anestesiar a los rinocerontes y amputar sus cuernos para que no despierten la codicia de los furtivos ha sido una de las soluciones que se han ensayado en las reservas de varios países africanos habitados todavía por una cada vez más escasa población de rinocerontes. La visión de los gigantes despojados de sus apéndices es tan triste como reveladora de la tremenda presión de los traficantes y en cualquier caso no parece ser la solución definitiva, ya que no se conoce desde el punto de vista etológico cuál es la función social de los cuernos, y no puede asegurarse que un rinoceronte amputado quede en plenitud de sus capacidades para relacionarse con otros individuos o para reproducirse: es sólo una medida de emergencia.

Hasta ahora no hemos añadido apenas nada a lo que se ha publicado desde hace años, pero recientemente el problema presenta una nueva dimensión, cuando las mafias del oro verde parecen haber reparado en el potencial económico encerrado en los ejemplares de rinoceronte mantenidos en los zoológicos o en los restos disecados conservados en colecciones y museos. Todavía no se ha hablado claro en este sentido, pero hay sospechas de intentos de robo e incluso de asesinato con tal de conseguir apoderarse de estos materiales, algunos muy desgastados por la acción del tiempo.

Algunos museos podrían recurrir a la sustitución de los apéndices de los ejemplares de su colección por otros fabricados con resinas sintéticas que imitan fielmente a los verdaderos. Hasta estos extremos podría llegarse si es que ya no se está obrando de esta manera.

El problema de la codicia por el cuerno de rinoceronte es sólo una de las aristas que presenta el complejo polígono de tráfico de especies. Considerado en volumen económico suele ocupar el tercer puesto en el capital delictivo, inmediatamente detrás del de armas y el de drogas. Hablamos de un problema casi comparable al del narcotráfico, con similares redes comercializadoras e intereses inconfesables paralelos.

Está claro que no es sólo el producto en cuestión quien da volumen al negocio del tráfico. Pongamos junto a él al marfil, de elefante o de hipopótamo, a los huesos de tigre, con gran predicamento en la llamada "medicina popular china", o a las maderas nobles como el palorosa, el ébano o la caoba, por citar también algunas aportaciones del reino vegetal a esta biomasa proscrita.

No cabe duda de que también hay que considerar el peligro que supone para la biodiversidad la caza furtiva de una gran diversidad de especies destinadas al comercio ilegal como mascotas, pero afortunadamente el Convenio de Washington, conocido por sus siglas CITES va funcionando de manera más que aceptable, especialmente en países en que se dispone, como en España, de una excelente policía ambiental. Cualquier amante de la Naturaleza habrá imaginado ya que nos referimos al Seprona, (Servicio de Protección de la Naturaleza de la Guardia Civil), galardonado con el Premio Panda de Oro por la prestigiosa WWF, antes conocida como Adena.

Matar y morir por un poco de polvillo de huesos o de cuerno de rinoceronte. Hasta aquí el poder demoledor de la superstición y la incultura.

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