La idea más intuitiva tiende a hacernos creer que, si nosotros estamos aquí, la aparición de vida debe de ser algo común en el universo y probablemente habrá miles, incluso millones de especies inteligentes esparcidas por el cosmos. En esta premisa se basa la investigación dedicada a encontrar signos de esos otros mundos habitados, como los proyectos SETI (siglas en inglés de Búsqueda de Inteligencia Extraterrestre). Sin embargo, un nuevo modelo teórico viene a poner en duda estas optimistas previsiones y concluye que la probabilidad de que surja la vida puede ser tan baja que bien podríamos estar solos en el universo.
Al no disponer de ninguna prueba de vida extraterrestre, los científicos han especulado durante décadas tratando de basar sus hipótesis en premisas razonables. Muchas de estas discusiones se han centrado en la llamada ecuación de Drake, propuesta en 1961 por el astrofísico estadounidense Frank Drake, fundador del SETI, y que trataba de calcular el número de civilizaciones extraterrestres operando con los parámetros implicados y estimando un valor para cada uno de ellos. Aunque la ecuación de Drake es puramente especulativa, los expertos han estado generalmente de acuerdo en el valor de uno de los factores llamado fl, la probabilidad de que en un planeta habitable acabe surgiendo la vida. Su valor se estima en 1; o, hablando en porcentajes, un 100%.
Pero ¿y si no fuera así? ¿Y si nos estuviéramos engañando? ¿Y si fl fuese, en realidad, tan extremadamente bajo que debiéramos considerarnos prácticamente solos en el universo y abandonar empeños como el SETI? Los que ejercen de abogados del diablo en esta ocasión son los astrofísicos David Spiegel, de la Universidad de Princeton (EEUU), y Edwin Turner, de la Universidad de Tokio.
Para evitar este sesgo, los investigadores han planteado su modelo teórico con una probabilidad muy baja para fl. Y descubren que funciona: "Los datos son consistentes con el hecho de que la vida sea un fenómeno extremadamente raro", escriben. El hecho de que la vida haya surgido en la Tierra, concluyen, es coherente con que sólo haya ocurrido aquí.
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Al no disponer de ninguna prueba de vida extraterrestre, los científicos han especulado durante décadas tratando de basar sus hipótesis en premisas razonables. Muchas de estas discusiones se han centrado en la llamada ecuación de Drake, propuesta en 1961 por el astrofísico estadounidense Frank Drake, fundador del SETI, y que trataba de calcular el número de civilizaciones extraterrestres operando con los parámetros implicados y estimando un valor para cada uno de ellos. Aunque la ecuación de Drake es puramente especulativa, los expertos han estado generalmente de acuerdo en el valor de uno de los factores llamado fl, la probabilidad de que en un planeta habitable acabe surgiendo la vida. Su valor se estima en 1; o, hablando en porcentajes, un 100%.
Pero ¿y si no fuera así? ¿Y si nos estuviéramos engañando? ¿Y si fl fuese, en realidad, tan extremadamente bajo que debiéramos considerarnos prácticamente solos en el universo y abandonar empeños como el SETI? Los que ejercen de abogados del diablo en esta ocasión son los astrofísicos David Spiegel, de la Universidad de Princeton (EEUU), y Edwin Turner, de la Universidad de Tokio.
Estimación sesgada
En su estudio publicado en arXiv.org y sometido a publicación en la revista PNAS, Spiegel y Turner aplican a este factor un método estadístico llamado inferencia bayesiana, consistente en corregir la probabilidad de una hipótesis a posteriori de los hechos. Los dos científicos notan que "la muy limitada información empírica [...] tiene una influencia muy dominante en el cálculo posterior de la probabilidad". En otras palabras, nuestra estimación de fl está sesgada por la sencilla razón de que estamos aquí. Y, si no estuviéramos, no habría estimación.Para evitar este sesgo, los investigadores han planteado su modelo teórico con una probabilidad muy baja para fl. Y descubren que funciona: "Los datos son consistentes con el hecho de que la vida sea un fenómeno extremadamente raro", escriben. El hecho de que la vida haya surgido en la Tierra, concluyen, es coherente con que sólo haya ocurrido aquí.
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