En octubre de 2000, una chica galesa de 28 años, Emma Christoffersen, bajó de un avión en el aeropuerto londinense de Heathrow después de un viaje de 20 horas desde Sídney. Antes de recoger sus maletas, perdió el conocimiento y se derrumbó. En unos minutos estaba muerta. Fue el primer caso del llamado "síndrome de la clase turista" que despertó el interés en los medios de comunicación mundiales, pese a que el término se había acuñado en 1977 y el primer caso fue descrito en 1954.
Christoffersen murió camino del hospital por una trombosis venosa profunda, la formación de un coágulo en las piernas que normalmente sólo produce una hinchazón. En los peores casos, el coágulo se desprende y viaja por el torrente sanguíneo, pudiendo atascarse en el cerebro, el corazón o los pulmones y causar la muerte. Fue lo que le ocurrió a Christoffersen. Su madre se convirtió entonces en una habitual de los tabloides británicos. "Quiero que todos los pasajeros conozcan los peligros de esta enfermedad, que puede afectar a los jóvenes. Al parecer, golpea al azar, como una ruleta rusa", lamentaba.
Doce años después, el síndrome se desinfla. El Colegio de Médicos del Tórax de EEUU, con más de 18.000 miembros en cien países, pone en duda incluso su existencia, como ya habían hecho antes otros investigadores. En el último número de su revista, Chest, afirman directamente que no hay evidencias que sostengan que viajar en clase turista pueda conducir a una trombosis. "Viajar en clase turista no incrementa tu riesgo de desarrollar un coágulo, incluso en vuelos de larga distancia. Sin embargo, permanecer inmóvil durante largos periodos de tiempo sí aumentará el riesgo", ha explicado Mark Crowther, médico de la Universidad McMaster, en Hamilton (Canadá), y coautor de las nuevas directrices sobre la trombosis venosa profunda del colegio de médicos.
Los facultativos subrayan que sufrir este trastorno como resultado de un viaje largo es, en cualquier caso, improbable. Ya en 2004, una revisión de todos los estudios publicados encontró una incidencia de trombosis venosa profunda con síntomas de entre el 0% y el 0,28% en los pasajeros de viajes aéreos. Los datos disponibles, como destacaban en 2007 Nuria Ruiz y Carmen Suárez, del Hospital La Princesa de Madrid, ya dejaban claro que la incidencia del trastorno "es menor que la impresión ofrecida por la publicidad".
No obstante, Crowther recuerda que "los viajeros de larga distancia que se sientan al lado de la ventanilla suelen tener movilidad reducida, lo que incrementa el riesgo de trombosis venosa profunda". Este riesgo, recalca, aumenta si otros factores que nada tienen que ver con la clase turista están presentes, como la edad avanzada, el embarazo, la obesidad, una cirugía reciente, sufrir un cáncer o estar tomando anticonceptivos orales. Las nuevas directrices insisten en que no hay evidencias definitivas que indiquen que viajar en clase turista suponga un riesgo mayor que sentarse en primera clase. Y desaconsejan tomar de manera rutinaria aspirinas o anticoagulantes para prevenir el síndrome por sus posibles efectos adversos.
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