El nerviosismo impera en el lobby del hotel B, a pocos metros de la feria MWC de Barcelona. Al más puro estilo Operación Triunfo los concursantes dan el último repaso a su presentación. En la solapa llevan una pegatina con su nombre y la hora exacta a la que les tocan los diez minutos que definirán el futuro de su empresa. Suena música chill out, pero ni así se relajan. Mantienen la mirada fija en sus iPad. Los más meticulosos hacen cambios de última hora en la presentación de su MacBook Air. A primera vista podría decirse que los emprendedores aman los productos de Apple. Entran y salen, desde las dos hasta las seis de la tarde.
Al final de la sala, se encuentran tres directivos de Blumberg Capital, una sociedad inversora en start ups radicada en San Francisco. Alon Lifshitz, Ryan Bloomer y Jon Soberg esperan con paciencia muchas preguntas de los aspirantes; también tienen la esperanza de dar con algo verdaderamente interesante para arriesgar su dinero.
El alemán Carsten Frien, cuya empresa tiene la sede en Berlín, ayuda en la organización del evento. Aprovechando el congreso de los móviles, Blumberg recibe a todo aquel que tenga una propuesta interesante que hacerles.
Frien ya ha pasado por este trago, y con éxito. El capital de Blumberg entendió que la publicidad en el móvil tenía futuro y tres años después M Advertise cuenta con oficina en Londres, Madrid, París y, cómo no, Barcelona. Su empresa da empleo a ocho personas.
Es el turno de Helena Martínez que, con su marido Xavier Sol, va a lanzar Innorocket. Su idea es cobrar a empresas de servicios industriales por anunciar qué demandas de trabajo concreto tienen para otras empresas. "Con la crisis muchas han cerrado, así que escasean los proveedores", aclara. El primer contacto no ha sido demasiado esperanzador. El capitalista no quiere una presentación en Power Point, sino un discurso verbal, lógico, quizá una historia en la que recree una necesidad para entender por qué es necesario hacer realidad su proyecto.
Los tres inversores están contentos por el ambiente que se respira, aunque escandalizados por el escaso nivel de inglés (con excepciones). "Al menos tenían que practicar un poco más su mensaje...", dejan caer. También les sorprende que la mayor parte de los pedigüeños se contenten con 60.000 euros. "Lo normal es que se invierta entre 300.000 y un millón de euros", aclara Lifshitz.
Casi todos los aspirantes a la inyección financiera proponen aplicaciones o webs de comercio electrónico, aunque salta alguna sorpresa. "Nos ha sorprendido un joven que quería revolucionar la visión de la realidad con una nuevas gafas", apostilla Bloomer.
No es la primera vez que Blumberg pone el ojo en España. Hace poco apostaron por The Fab Shoes, el equivalente al Círculo de Lectores, pero para amantes de los zapatos. Por 39,95 euros envían un par cada mes. "Nos gustó tanto la visión como el equipo", confiesa Soberg. Lifshitz se anima a compartir uno de esos secretos que solo se saben en el valle californiano donde florecen las empresas tecnológicas: "Un buen equipo puede hacer que funcione una mala solución, pero una buena solución no saldrá adelante con un mal equipo".
Otra de las claves para conseguir pasar de fase clasificatoria reside en tener claro cómo imaginan el futuro de su empresa. En esta visita les ha llamado la atención que, en general, la visión de negocio se limita a España. "A lo sumo piensan en México", añaden.
Íñigo Antolín sale satisfecho del examen. Dragsy es una aplicación para Facebook que todavía no ha salido a la luz. Tras su prueba de fuego cree que, consiga o no el dinero, está en el buen camino. Su servicio permite arrastrar y soltar contenido de Internet en Facebook, como si fuera un iGoogle, para que los demás lo consulten. Su negocio consiste en que las marcas que quieran destacar o tener una presentación especial tendrán que pagarle.
Los inversores confiesan que les ha resultado interesante la propuesta de BeaClient. Gerard Formentí y Víctor Pons son sus responsables. En abril saldrá la luz en forma de aplicación para móviles iPhone y Android. Se basan en promociones y sorteos para que los consumidores, al entrar en una tienda, hagan check-in, es decir, declaren públicamente que se encuentran ahí. El tendero se beneficia porque sabe que tiene una venta potencial; el cliente, porque recibirá una oferta personalizada. Pons y Formentí cobrarán a los establecimientos por conocer mejor las costumbres de esos consumidores. Van con el estudio por delante, muy documentados: "En las tiendas entran muchos, pero compran pocos. Hacen una media de 14 ventas al día. Con BeaClient la mejora sería sensible".
Los aspirantes abandonan la sala como si fuera un concurso televisivo; unos felices porque esperan pasar a segunda ronda; otros, decaídos, porque su idea no parece haber agradado, aunque, se consuelan, por lo menos lo han intentado.
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