Estoy listo para la nube. Espero que pronto esté lista para mí.
Las últimas semanas han estado llenas de anuncios respecto de que la música pasa a residir en la nube, el nombre poético para el almacenado on line y el software que promete poner a disposición de cualquiera una cantidad de canciones para toda la vida, siempre que se tenga una conexión a Internet.
Por supuesto, la computación en la nube es algo lejano en todas partes, pero los sueños tecnológicos utópicos tienden a ignorar el mero hardware.
No puedo esperar. Desde que la música comenzó a migrar online en la década de 1990 he deseado hacer que se evapore mi colección de discos, simplemente tener a disposición la canción que necesito en cualquier momento sin tener que guardar el resto.
Pero, como se dice, tengo necesidades especiales. En tres décadas como crítico he amasado más vinilo, CD y archivos digitales que lo que uno puede manejar. La eliminación periódica de indeseables no puede compensar por los 20 a 30 discos que llegan diariamente; la estantería del piso al techo ya no soporta los miles de CD y LP.
Todo gusto que pueda haber tenido por los paquetes físicos, por elegantes o únicos que sean, desapareció hace mucho; es una biblioteca de referencia no una colección de arte.
Y crece y crece porque nunca sé lo que necesitaré: el disco de 45 rpm de edición limitada, el CD debut hecho en casa. Preferiría mucho más tenerlo en la nube que en mi departamento.
En las últimas semanas Amazon, Google y Apple han anunciado servicios para almacenar colecciones de música individuales en la nube, listas para el acceso online y para su reproducción en múltiples dispositivos. La radio Pandora, que extrapola listas individuales de reproducción a partir de los gustos de los usuarios, reunió cientos de millones de dólares con un inmenso lanzamiento inicial de acciones, seguido, sin embargo, por una fuerte caído del precio de las mismas; con sus costos operativos y los royalties pagados a los dueños de copyrights, la compañía nunca obtuvo ganancias.
Recientemente llegó Dar.fm, un servicio gratuito que graba estaciones de radio -como un TiVo para radio- y como premio indexa convenientemente toda música de esas estaciones que tenga registro electrónico. Otras compañías como Rdio, MOG, Napster y Rhapsody han estado ofreciendo inmensos catálogos de música a demanda y transferible a dispositivos portátiles desde hace algún tiempo como servicios por una suscripción mensual
Por su parte, Spotify ya se encuentra disponible en Estados Unidos. Eso, sin mencionar las muchas fuentes no autorizadas de música; se puede encontrar virtualmente cualquier disco para descargar con una simple búsqueda. Gratis o paga, la nube ya está activa.
Desmaterializar música grabada tiene consecuencias. Por el lado positivo multiplica inmensamente el público potencial, permitiendo que la música se difunda rápido y llegue lejos, a gente que nunca habría sabido que existía. Aumenta la portabilidad de la música, al agregar una función más, antes separada -como la de los relojes, cámaras, calendarios, diarios, reproductores de video y juegos- al omnívoro teléfono inteligente.
Eso es una gratificación instantánea, aunque con un pero: los teléfonos inteligentes no son reconocidos exactamente por la calidad de su sonido. Y la compresión MP3 que ha hecho tan portátil la música ya le ha robado algo de fidelidad aún antes de que llegue a mis auriculares.
El ritual de colocar un LP en un plato y poner en marcha un estéreo de alta fidelidad desapareció: ¿Cuando? Quizás con el casete y el Walkman, el predecesor del reproductor portátil de MP3. Ahora la idea misma de tener un reproductor de música por separado es anticuada. El teléfono inteligente hace todo, aunque solo adecuadamente, pero la conveniencia vale más que la calidad.
La gente de la generación que recuerda la radio a transistores, esa antigua maravilla de la miniaturización que ahora se ve y se siente como un ladrillo comparado con los actuales reproductores de MP3, puede experimentar nuevamente el sonido de un parlante inadecuado mal-reproduciendo una canción amada.
Como ha demostrado abundantemente la última década, liberar a la música de los discos también hace bajar el precio de la música grabada, a menudo a cero, desmaterializando lo que solía ser una fuente de ingresos para músicos y compañías grabadoras. Es improbable que los royalties generados por la venta de archivos MP3 y por los servicios de suscripción on line hagan que la música grabada sea tan rentable como lo era en formato de disco.
Ha habido otro efecto, mucho más cuantificable, de separar la música de su empaquetadura física. Las canciones, a falta de mejor palabra, se han vuelto triviales: no porque los mejores músicos se esfuercen menos, sino por la combinación inesperada de una oferta casi infinita, disponibilidad constante, sonido de calidad menos que óptima y la intangibilidad que siempre creí que recibiría con gusto.
Ahora todos, no solo un crítico, pueden sentirse inundados de música, con infinidad de opciones disponibles inmediatamente. Pero cada una de esas opciones es algo disminuido, que se puede obtener sin esfuerzo, desechable sin pensarlo dos veces, solo otro ícono en una carpeta en una pantalla que cabe en el bolsillo y con un sonido del mismo tamaño. Lo difícil, ahora más que nunca, es hacer que un nuevo lanzamiento se sienta como una gran ocasión: darle a una canción más impacto que una sola gota caída de la nube. Esto presenta un desafío a los músicos culturalmente ambiciosos: antes de parecer gigantes, tienen que ser más grandes que una pantalla de LCD.
O pueden tratar de conquistar esa pantalla y manejar internet como si fuera un instrumento, usando su atributo definitorio: interactividad. Cuando Google reemplazó su logo con un instrumento virtual para el 96 cumpleaños de Les Paul -no una guitarra sino un harpa con una nota por cuerda- la gente tocó melodías con el mismo y las grabó en la nube.
Y por supuesto que hay aplicaciones de teléfono inteligente para simular guitarras, teclados, baterías y estudios de grabación.
El próximo álbum de Bjork, "Biophilia" llegará este otoño boreal con una aplicación para teléfono inteligente construida en torno de cada canción: aplicaciones que diagraman la canción en notación musical convencional y una notación gráfica inventada, que representa las canciones como fenómenos científicos (entre otras cosas) como sistemas planetarios y estructuras de cristales, que alientan a los que escuchan a jugar con los componentes de la música para crear sus propias canciones.
"Me entusiasma abrazar un vínculo distinto entre el objeto y el sonido", dijo Bjork en un mensaje de correo electrónico. "Parece que cada par de décadas se genera un nuevo salto, y yo disfruto de este descubrimiento, como la luna de miel del nuevo formato donde un tono puede tener incidencia sobre la dirección general, y cosas como el disfrute, el amor y la libertad vuelven a tener importancia", dijo la cantante islandesa.
"Decididamente quería que las canciones fueran una experiencia espacial, donde se puede jugar con rayos o un cristal o la luna llena y las canciones cambian. Quisiera sentir que las aplicaciones son equivalentes a la canción del mismo modo que siempre apunté a que el video musical fuera equivalente a la canción: eso de que 1 + 1 es igual a 3. No es que siempre funcione, pero hay que apuntar a eso", agregó.
Pero mientras los músicos aprenden a tocar en las nubes, yo la necesito como depósito. Por el momento los tan aclamados reproductores de música de la nube no me impresionan. Cada uno tiene distintos mecanismos, recursos, precios y limitaciones, incluyendo una importante: todos dependen de que uno primero suba la colección a la nube.
El Music Manager en versión Beta de Google Music ha estado desde hace días en mi computadora portátil y apenas ha subido un tercio de apenas 4000 canciones de un solo disco duro, una fracción diminuta y al azar de la colección. Amazon y Apple automáticamente agregan la música comprada a través de sus respectivas tiendas, pero el resto tarda mucho.
Apple también promete que más adelante este año, por un arancel que compartirá con las grabadoras, implementará un servicio llamado iTunes Match, que escaneará y reconocerá música y agregará las propias copias de Apple sin cargarlas. Esa fue una idea que mp3.com implementó en 2000, cuando su función Beam-it reconocía CD en computadoras hogareñas para agregarlos inmediatamente a colecciones on line. Pero Beam-it pronto fue eliminado debido a un juicio de una compañía grabadora. Ahora Apple obtuvo permiso de las principales compañías, aunque al menos un independiente, el Numero Group con mentalidad archivista, ha rechazado iTunes Matches, describiendo los términos financieros de Apple como una "nada".
Mientras tanto, como han señalado muchos comentaristas de tecnología, iTunes Matches tal como se lo describe actualmente de hecho lavará música que fue copiada ilícitamente, reemplazando archivos hogareños robados con archivos estandarizados, de buena calidad de 256 kbps de iTunes, con la calificación Plus AAC. Pero ahora los sellos discográficos y editores recibirán 70 por ciento del arancel de Apple.
En cuanto a la mayor parte de mi musicoteca que está en CD, es una lástima que nadie esté recuperando Beam it, y aún si así fuera, se tardaría un tiempo infinito en subirla a la Red.
Pero sí, es encantador ver un álbum que no está en la memoria de mi teléfono disponible para su reproducción, con la opción de copiar archivos seleccionados para su reproducción off line. Al fin de cuentas, los servicios de la nube recién comienzan; la velocidad y la capacidad de almacenado no dejarán de crecer.
Sin embargo, para mí la gran esperanza de la nube son los servicios de suscripción, como MOG y Rdio. Sus catálogos son ricos, sus interfaces razonables, su calidad de sonido decente aunque no espectacular. Para cada fan que se imagine un DJ, hay un nuevo modelo social de curaduría que surge de estos servicios, que se ubica en algún punto entre la vieja cinta grabada en el hogar y entregada a un amigo y una difusión a toda escala, con una discoteca potencial gigante. Se puede disfrazar u ocultar lo que uno escucha; se puede obtener ideas de las listas de otros o copiarlas directamente.
Pero por ricos que sean los catálogos de suscripción, no bastan: álbumes importados, álbumes fuera de circulación, sellos independientes minúsculos, los grandes que se resisten, como los Beatles, no están en ese sector de la nube.
Pero hay esperanzas. El Match de Apple es una señal de que los dueños de copyrights están comenzando a repensar sus términos de licencia para la nube, lo que hará aún más grandes los catálogos de suscripción. Y hablando prácticamente, para los lanzamientos oscuros y huérfanos, está la comunidad hiperactiva, aunque sin licencia, de colectores, que siguen compartiendo lo que encuentran online, con descargas a solo una búsqueda de distancia. En cuanto a la calidad de sonido, bueno, quizás sea solo hacerse ilusiones.
Pero tengo que ser optimista de que no pasará otra década antes de que todos mis discos desaparezcan realmente en la nube. Y entonces, habiendo resuelto el problema de espacio, puedo dedicarme a algo aún más difícil de concretar: tener tiempo para escuchar todo.
La Nacion
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