El 13 de octubre de 1940, la todavía Princesa Isabel pronunció su primer discurso radiofónico. Tenía 14 años y, desde los estudios de la BBC, se dirigió a los «niños del Imperio» que habían sido evacuados del Reino Unido para protegerles de los bombardeos nazis. Desde Canadá, Australia, Nueva Zelanda, Estados Unidos o las islas británicas del Caribe, miles de niños y sus familias de acogida escucharon a la futura Reina animarles con las «aventuras» que les esperaban en un tiempo en el que «estáis separados de vuestros padres».
Cuando cumplió 21 años, la joven heredera se dirigió desde Ciudad del Cabo (Sudáfrica) —y con la misma solemnidad de niña-mujer— a «todas las gentes de la Common-wealth y el Imperio Británico, vivan donde vivan, sean de la raza que sean y sea cual sea la lengua que hablen». Y lo hizo, el 21 de abril de 1947, a través de las ondas de la misma emisora pública que, durante décadas, ha permitido hacer del poder británico un lenguaje universal para súbditos y no súbditos de Su Majestad.
Para quienes engrosaron las filas de la resistencia antinazi en el continente europeo, los informativos del Servicio Mundial de la BBC —y los mensajes en clave que a menudo transmitieron sus micrófonos— fueron el alimento que alentó su determinación a no rendirse ante el invasor. Al igual que la Marsellesa se convirtió en un cántico de libertad para muchos no franceses, la BBC ha sido siempre un privilegiado instrumento de influencia global británica reconocido y valorado por muchos no británicos en todo el mundo. Así lo recordaba la disidente birmana Aung San Suu Kyi en su «regreso» a Gran Bretaña el pasado mes de junio, en su primera visita al país en el que vivió en los 80 desde que el régimen militar puso fin en diciembre de 2010 a dos décadas de arresto domiciliario.
Información independiente
«Gracias a la BBC, nunca perdí el contacto con mi pueblo, con el movimiento democrático en Birmania y con el resto del mundo», explicó durante una emotiva visita a los estudios londinenses del Servicio Mundial de la BBC el pasado verano. Como resumió entonces el comentarista Jonathan Freedland en «The Guardian», la BBC jugó para la «Dama» birmana el papel que ha jugado «para decenas de millones de personas que viven en distintas dictaduras en todo el planeta: ofrecer una fuente independiente de información fiable cuando todo lo que les rodea es propaganda».
Los fuertes recortes decididos por el gobierno de coalición que dirige David Cameron y la grave crisis de credibilidad que azota al gigante radiotelevisivo por los abusos sexuales de uno de sus presentadores más famosos en los 70 no han hecho más que incrementar la conciencia del valor de la BBC para el Reino Unido.
La decisión del gobierno de recortar un 20% en cinco años los fondos de la cadena, creada en 1922 a partir de la fusión de varias empresas de telecomunicaciones, llevó a la Comisión de Exteriores del parlamento británico a salir en abril en defensa del valor estratégico que tiene la BBC como instrumento de influencia y «poder blando» en el mundo.
El 68% de los «formadores de opinión» consultados por un sondeo del prestigioso «think-tank» Chatham House sitúan a la BBC y su Servicio Exterior como el «activo más importante de la política exterior británica». La BBC es la radiotelevisión más grande del mundo por número de empleados, 23.000, aunque sometidos ahora a fuertes recortes de plantilla. Es un ente público semipúblico que opera bajo el mandato de una Carta Real. Su modificación requeriría la aprobación de la propia Reina. El lema de la BBC explica el papel vertebrador que la cadena juega para los distintos territorios que conforman el Reino Unido: «La nación se dirigirá de forma pacífica a la nación».
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